sábado, 1 de septiembre de 2018

La verdad no se dice




Quien no consigue callarse y escuchar, no admira ni aprende, no sueña ni trabaja.

Admirar es fundamental. Parar y contemplar es una forma excelente de abrirnos a la belleza y a la bondad del mundo de los otros. El que no se sorprende, vive aislado en un mundo en que es rey y esclavo… lejos de la verdad.

El silencio es una condición esencial para el perfeccionamiento y para la misma perfección. Las palabras son importantes, pero casi siempre son más confusión que luz.

Es fundamental que aprendamos a aprender, a escucharnos con todos los sentidos, en un silencio donde el mundo y los otros nos puedan tocar con lo mejor que tienen y son.

Si estamos siempre hablando y pensando en lo que podemos y vamos a responder, perdemos mucho de lo que los otros nos dicen. Incluso cuando nos dicen cosas sin valor. Los malos ejemplos pueden ser excelentes referencias, en cuanto  que  modelos a evitar. Los malos caminos que conviene no seguirlos.

Pero, cuidado, solo se aprende en silencio. Incluso con nosotros mismos, solo con tranquilidad podemos escuchar las voces que, en nosotros, nos indican los caminos del bien.

Solo en silencio nos entregamos con toda confianza, saliendo de los enormes laberintos de nuestro interior, con el fin de que alcanzar  aquella puerta en lo más hondo de nosotros que nos abre al infinito.

Es también en la inquietud casi absoluta de quien sabe escuchar como soñamos aquellos que han de ser nuestros planes de vida.

Solo se trabaja bien en silencio. Incluso aquellos que tienen en las palabras el instrumento de su don, necesitan sembrarlas en la quietud de los silencios de donde han de brotar las ideas que las sustentan.

Las palabras solo pueden señalar la verdad. La verdad está en las obras concretas, pero también en las ausencias de ellas. La verdad es la obra o el vacío, no la palabra.

Las palabras pueden ser verdaderas, pero nunca la verdad. La verdad es lo que es, lo que existe, aunque no consigamos comprenderla.

La vida no deja nunca de enseñarnos que es al silencio al que corresponde siempre la última palabra.


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