Pablo
Garrido Sánchez
Decisión de JESÚS en el
desierto
JESÚS
toma decisiones capitales en medio de intensas tentaciones. San Marcos sugiere
una acción tentadora mantenida a lo largo de los cuarenta días, y san Mateo y san Lucas las condensan en tres, que
coinciden básicamente en los dos sinópticos. Se resiente un tanto aquel
principio espiritual de algunos santos que nos dicen: “En tiempo de tribulación no conviene
hacer mudanza”. En tiempo de tribulación hay que tomar decisiones,
porque la cosa lo exige y no se pueden dilatar las acciones debidas.
JESÚS
tiene que decidir en esa etapa del desierto el modo de llevar adelante el
encargo del PADRE, que pide a todos “escuchemos a su HIJO amado” (Cf. Lc 3,22).
Las tres peticiones iniciales del padrenuestro se pueden aplicar a JESÚS en
toda su extensión: nadie va a reflejar mejor que ÉL la santidad del PADRE; ÉL
conoce con exactitud la naturaleza del Reino que el PADRE desea implantar en el
mundo; y nadie está dispuesto a cumplir la voluntad del PADRE como lo está ÉL.
Estas tres peticiones del padrenuestro tuvieron que resonar de múltiples formas
en la oración de JESÚS durante aquellos cuarenta días. Los dos evangelistas,
Mateo y Lucas, elevan la tensión hasta plantear un combate entre Satanás y
JESÚS. El enemigo del hombre por antonomasia, Satanás, buscaba por todos los
medios apartar a JESÚS del cumplimiento de la voluntad del PADRE, y le sugiere,
“haz que estas piedras se conviertan en panes” (Cf. Lc 4,3); tiene que convencer
a JESÚS que la santidad de DIOS es compatible con el protagonismo personal
amparado incluso en la institución religiosa, y le sugiere una acción
espectacular que atraiga las miradas de todos los que sostienen el culto en el
Templo: “desde lo más alto del Templo tírate y los Ángeles te acreditarán
delante de todos, haciendo que tu pie no tropiece en la piedra” (Cf. Mt
4,9-10); y Satanás procura arruinar el proyecto fundamental de JESÚS,
presentándole otro alternativo más resolutivo: “Todo lo que ves es mío, y lo
concedo a quien yo quiero; pues bien, todo te lo doy ahora, si te postras y me
adoras” (Cf. Mt 4,6-7). Satanás propone a JESÚS una vía rápida, una alternativa
distinta a la que el PADRE había previsto.
Cualquiera
de las secuencias de la vida de JESÚS reflejadas en los evangelios resulta misteriosa, pues siempre nos quedamos al
inicio de un camino que se prolonga sin que se aprecie el final del mismo; así
sucede con el tiempo de las tentaciones en el desierto. A la vista de los
textos sagrados sabemos que JESÚS tomó decisiones capitales, que para nosotros
no han perdido nada de su vigencia, pues marcan la senda del camino personal de
cada cristiano y de la Iglesia de JESUCRISTO en general. A JESÚS en el desierto
se le ofrecieron dos caminos: el del Siervo de YAHVEH, y el del poder político
y religioso. El camino del Siervo de YAHVEH significa depender del Amor de DIOS
en todo momento, sin más apoyos reales; y la segunda vía que resultaría un
fraude estaría sustentada por todos los poderes humanos. JESÚS sabía que el
Reino de DIOS comenzaba en ÉL, y en la transformación interior de sus
seguidores se debía propagar; y utilizar otra vía acabaría con el proyecto
dispuesto por el PADRE. Este eje central no ha variado, por lo que teniendo en
cuenta lo anterior encontramos explicación a las grandes deficiencias presentes
dentro de nuestra Iglesia. El enemigo externo al que se acude de manera
reiterada para justificar los propios males, es una mansa mascota comparado con
el daño interno infringido por decisiones erróneas a lo largo de los siglos,
que justificamos apelando a las circunstancias del momento. Si JESÚS fuese a
tener en cuenta las circunstancias de su época se hubiera asimilado a la clase
sacerdotal existente en el Templo de Jerusalén, y con eso habría arruinado su
misión, el proyecto dado por el PADRE y, en definitiva, la Redención.
El desierto y la expectación mesiánica
Retrocedemos
dos siglos para situarnos en la rebelión macabea, que pretende devolver a
Israel a la religión Yavista. Antioco cuarto Epifanes gobernaba un tercio del
antiguo imperio de Alejandro Magno, y en aquella tendencia expansionista que
caracteriza a todo imperio anexiona la parte de Egipto, gobernada por los
Tolomeos, más el territorio situado
entre los dos, el territorio de Israel.
La conquista de Israel por una
potencia extranjera no resultaba una novedad, pero lo que produjo profunda
animadversión fue el intento de ingeniería social, diríamos hoy, a la que el
rey Antíoco pretendió someter a los
judíos. Antíoco quería un
trasvase a la cultura griega de todas las costumbres judías marcadas siempre
por su religión. Aquello produjo la rebelión de Judas Macabeo y sus hermanos.
Estamos hacia el año ciento cincuenta (a.C.), y se desencadena una guerra de
guerrillas contra las fuerzas ocupantes,
que se va prolongando y se mantiene hasta la dominación romana en el año
sesenta (a.C.).
Todos
estos avatares van a condicionar distintas reacciones religiosas. Por aquel
entonces estaba presente el grupo de los “hasidin”, o los piadosos, que
buscaban el cumplimiento preciso de la
Torá con el fin de mantenerse fieles a la religión de los padres, el culto a
YAHVEH como el único DIOS. Cuando las circunstancias apremian, las posturas se
radicalizan, y en aquella época así sucedió: los “hasidín” se escindieron en
dos grupos, los fariseos y los esenios. Del grupo de los fariseos tenemos
abundantes noticias en los evangelios; de los esenios no existe mención alguna
en todo el Nuevo Testamento. El grupo de los fariseos forma parte del Sanedrín
junto con algunos escribas y la clase sacerdotal; y los esenios prescinden del
Templo y un grupo selecto se retira al desierto. Los descubrimientos de Qumran,
en el año mil novecientos cuarenta y ocho, aportaron una amplia información
sobre este grupo religioso.
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