(El nueve de septiembre de 2015 escribí este post, creo que merece la pena releerlo. Hace apenas dos o tres años, y parece otro mundo. Es una persona extraordinaria, que tiene mucho que decir.)
Me gusta charlar
un rato con Kamo, refugiado político armenio en nuestro país desde los años
noventa. Toda la familia está repartida, donde había sitio para ellos, un hijo
está en Rusia, otro en un país europeo, al que al menos puede visitar de vez en
cuando.
"He pasado por
todas las circunstancias adversas, familiares, económicas, calamidades
naturales, terremotos, y la emigración"… Y de pronto su cara se ilumina, sonríe
sin esfuerzo, y comienza a reflexionar en voz alta y clara: “tú estás en un
grupo de gente normal y todos ríen, charlan de sus cosas, hacen bromas…
mientras tú estás sufriendo, no tienes ganas de reír… Nosotros estamos pensando
en nuestro sufrimiento, vivimos
sufriendo, y sólo pensamos llegar más allá…”
Tiene un
sentido tan profundo de la vida, impregnada toda ella de Dios, que sólo así se
entiende que pueda soportar vivir lejos de su patria, de su familia, de su
actividad de comerciante. Hoy me ha vuelto a recordar la colonia de armenios
que se asentó en Cádiz en el 1600, y cómo al ser obligados a convertirse tuvieron
que emigrar. Otra época, gracias a Dios hemos cambiado, ahora acogemos también
a armenios, aunque nos falte trabajo y las perspectivas de conseguirlo no sean
muy esperanzadoras.
Habíamos
empezado la conversación en la calle, y comentábamos la situación actual. Hace
veinte años, cuando yo llegué, la gente vivía alegre, feliz, todo el mundo
disfrutaba de la vida, y compartía lo que tenía; ahora la gente no ríe, cada uno vive para sí,
no comparte, desconfía…
Es triste
terminar así, pero también Kamo nos ha dicho una gran verdad, la vida es
sufrimiento, no hay que olvidarlo, ni en los mejores momentos, quizá eso nos
evitaría tener que pasar por otros aún peores. También dice que vamos adelante,
que debemos ganarnos un ‘más allá’ que
sin duda será mejor.
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