La
sobriedad es una virtud. En el pasado, por ella eran conocidos
especialmente los campesinos pobres. No es fácil sin embargo, decir
cuando la sobriedad se convierte en avaricia. Hay cuatro reglas que
ayudan a poner sobre aviso a quien ahorra demasiado.
1.-
No está permitido apropiarse de cosas contra la ley, contra el
Decálogo, mediante el hurto.
2.-
Los bienes pueden ser adquiridos honradamente. El avaro cree que todo
lo que ha conseguido es absolutamente suyo y que no está obligado a
darle a nadie nada, ni siquiera aquello que le sobra.
3.-
El hombre trabajador busca de donde puede obtener riqueza. Pero el
avaro lo hace de un modo tal que, más allá de la ganancia, no
muestra interés por otros valores. Estima solo a aquellos que saben
ganar dinero, busca solo aquellas actividades de las que puede sacar
algún beneficio económico. Desde este punto de vista también juzga
las acciones buenas, la Iglesia, las oraciones y los sacramentos.
4.-
Los religiosos se comprometen con el voto de pobreza según las
normas de su congregación. Pecan cuando observan mal su voto. Pero
también los laicos deben practicar, en cierto modo, la virtud de la
pobreza. Cada uno vive en un ambiente donde hay ciertas costumbres y
determinados valores. La opinión pública, si no es manipulada,
juzga bien cual es su grado de bienestar adecuado para un maestro,
un médico, un obrero y valora si es proporcionado o no. Si uno pide
algo que es exagerado, se le considera avaro.
San
Juan Clímaco comparaba la avaricia con la idolatría. La idolatría
confía en la estatua de madera, de metal; espera del sol y de las
estrellas la salvación. Ignora, sin embargo, al verdadero Dios, que
todo lo ha creado y lo gobierna. El avaro confía en su dinero y cree
que con él lo tendrá todo. Tiene una sensación de seguridad y no
siente necesidad de nadie ni desea la ayuda de Dios. Por eso siempre
es actual el texto del Evangelio: “Es más fácil que un camello
entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los
cielos” (Lc 18,25).
Los
avaros son duros con el prójimo; ninguna miseria les conmueve. A
quienes les piden algo, les contestan: “¡Trabajad como yo y
tendréis dinero!”. De aquellos a quienes consideran amigos exigen
servilismo y fidelidad porque les han brindado ciertos favores
materiales. Todo ello, de hecho, obstaculiza la verdadera amistad.
San
Juan Clímaco cree que en las personas espirituales el peligro de la
avaricia comienza secretamente bajo el pretexto de la beneficencia..
Consiguen dinero para poder distribuirlo en forma de limosna. Clímaco
no cree fácilmente en la sinceridad de esos sentimientos: “Querer
dar limosna es el primer grado de avaricia, el último es el
desprecio de los pobres. Mientras no hay mucho dinero los
sentimientos son dulces, suaves; cuando hay mucho, la mano y el
corazón se cierran”.
No
solo la vida religiosa, sino también otros valores humanos se
resienten a causa de la avaricia: la cultura, la educación, el sano
entretenimiento, el ambiente familiar. Todo se sacrifica al ídolo
del dinero. Si se abate al ídolo, normalmente este cae sobre el
idólatra y lo mata, porque ha puesto toda su fe en los tesoros que
los ladrones roban y que las termitas corroen. “No os hagáis
tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde
los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo,
donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren
boquetes y roban. Porque donde está el tesoro allí está tu
corazón” (Mt6,19ss).
Combate
contra los malos pensamientos (4). Cardenal Tomás Spidlík, SJ.
(MAGNIFICAT, setiembre de 2017. nº 166)
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