martes, 19 de septiembre de 2017

Avaricia


La sobriedad es una virtud. En el pasado, por ella eran conocidos especialmente los campesinos pobres. No es fácil sin embargo, decir cuando la sobriedad se convierte en avaricia. Hay cuatro reglas que ayudan a poner sobre aviso a quien ahorra demasiado.

1.- No está permitido apropiarse de cosas contra la ley, contra el Decálogo, mediante el hurto.

2.- Los bienes pueden ser adquiridos honradamente. El avaro cree que todo lo que ha conseguido es absolutamente suyo y que no está obligado a darle a nadie nada, ni siquiera aquello que le sobra.

3.- El hombre trabajador busca de donde puede obtener riqueza. Pero el avaro lo hace de un modo tal que, más allá de la ganancia, no muestra interés por otros valores. Estima solo a aquellos que saben ganar dinero, busca solo aquellas actividades de las que puede sacar algún beneficio económico. Desde este punto de vista también juzga las acciones buenas, la Iglesia, las oraciones y los sacramentos.

4.- Los religiosos se comprometen con el voto de pobreza según las normas de su congregación. Pecan cuando observan mal su voto. Pero también los laicos deben practicar, en cierto modo, la virtud de la pobreza. Cada uno vive en un ambiente donde hay ciertas costumbres y determinados valores. La opinión pública, si no es manipulada, juzga bien cual es su grado de bienestar adecuado para un maestro, un médico, un obrero y valora si es proporcionado o no. Si uno pide algo que es exagerado, se le considera avaro.

San Juan Clímaco comparaba la avaricia con la idolatría. La idolatría confía en la estatua de madera, de metal; espera del sol y de las estrellas la salvación. Ignora, sin embargo, al verdadero Dios, que todo lo ha creado y lo gobierna. El avaro confía en su dinero y cree que con él lo tendrá todo. Tiene una sensación de seguridad y no siente necesidad de nadie ni desea la ayuda de Dios. Por eso siempre es actual el texto del Evangelio: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos” (Lc 18,25).

Los avaros son duros con el prójimo; ninguna miseria les conmueve. A quienes les piden algo, les contestan: “¡Trabajad como yo y tendréis dinero!”. De aquellos a quienes consideran amigos exigen servilismo y fidelidad porque les han brindado ciertos favores materiales. Todo ello, de hecho, obstaculiza la verdadera amistad.

San Juan Clímaco cree que en las personas espirituales el peligro de la avaricia comienza secretamente bajo el pretexto de la beneficencia.. Consiguen dinero para poder distribuirlo en forma de limosna. Clímaco no cree fácilmente en la sinceridad de esos sentimientos: “Querer dar limosna es el primer grado de avaricia, el último es el desprecio de los pobres. Mientras no hay mucho dinero los sentimientos son dulces, suaves; cuando hay mucho, la mano y el corazón se cierran”.

No solo la vida religiosa, sino también otros valores humanos se resienten a causa de la avaricia: la cultura, la educación, el sano entretenimiento, el ambiente familiar. Todo se sacrifica al ídolo del dinero. Si se abate al ídolo, normalmente este cae sobre el idólatra y lo mata, porque ha puesto toda su fe en los tesoros que los ladrones roban y que las termitas corroen. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está el tesoro allí está tu corazón” (Mt6,19ss).

Combate contra los malos pensamientos (4). Cardenal Tomás Spidlík, SJ. (MAGNIFICAT, setiembre de 2017. nº 166)

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