domingo, 2 de julio de 2017

Santa Camila da Sé


OPINIÓN  DE  JOSÉ  LUÍS  NUNES  MARTINS

 La realidad supera la imaginación humana. Siempre. Hay historias que, aunque contadas sin muchos detalles de ficción, pocos creen en ellas. Por más extraña y distante de la verdad que esta narrativa pueda parecer, es por ser real por lo que merece, de hecho, ser contada.

Camila vivía en un barrio pequeño y central de la ciudad, pero su corazón era mayor que el mundo.

El marido tenía un problema grave de bebida, hace ya muchos años. Era un flagelo lento, pues nunca se sabía  cuando empeoraba un poco más. No había mejoras, sólo momentos de pausa.

Tenía solo una hija, condenada a una silla de ruedas desde pequeña.

Nunca oyó nadie a Camila quejarse. Sonreía y daba a los otros toda la paz que podía, aún cuando no la tenía. Su alegría le evitaba mil tristezas y le prolongaba las fuerzas.

Todos los domingos preparaba un almuerzo para algunos de los más pobres de entre los pobres de la vecindad, sirviéndoles un buen refrigerio en su casa. Sin esperar nada a cambio, sin pedir nada a nadie, solo porque sí. Porque podía y sentía que debía. Al final, el amor nunca tiene motivo.

Sus ingresos eran pocos, al igual que los de tanta gente pobre, pero casi siempre optó por olvidarse de sí a fin de tener algo para dar a los otros. Conocía bien el valor de lo esencial, por eso compartía lo que también le hacía falta a ella.

Quien no socorre al necesitado, lo abandona... Camila no desamparaba.

Era admirable ver llegar a los invitados. Pobres pero dignos, retribuyendo, lo mejor que podían, el bondadoso gesto semanal de Camila.

Ángelo era un invitado especial. Se pasaban semanas sin que nadie supiese de él. Aparecía siempre vestido completo, camisa tan blanca como era posible, con la misma corbata sencilla, el cabello arreglado y las uñas limpias. Sonreía al saborear el amor que había en aquella mesa. Escuchaba a todos, pero  pocos escuchaban  su voz.

La vida de Ángelo era un misterio. Camila no preguntaba nada y él tampoco decía nada. La gratitud es el mayor tesoro de los pobres y Ángelo agradecía cada domingo. Algunos creían que era un ángel.
No consta que Camila algún día venga a ser santa a los ojos de todos, pero tampoco nunca se entregó para el reconocimiento popular. Está en el cielo. Porque mientras se dio, pasó del tiempo a la eternidad.

Tal vez hoy sea más fácil olvidar a Camila que dejar que su ejemplo nos inspire... y nos lleve a perfeccionar nuestros días y nuestras noches.


(ilustração: Carlos Ribeiro)


No hay comentarios:

Publicar un comentario