'Quiero dormir', insiste M., un hombre que sufre
ahora de pertinaz inactividad, pero que lucha mediante una actividad mental
incesante para recuperar el control de sí mismo, por sus propios medios, sacando
a flote todas las cualidades de que dispone, y que han quedado mermadas o
malparadas por efecto del consumo de sustancias contrarias a la salud física y
mental, durante más de veinte años.
Lleva años y más años sin dormir.
Dormía cuando se drogaba. Se ha acostumbrado de tal modo a pasar las noches en
vela que ni los ronquidos de los compañeros de habitación en el albergue le molestan. Quizá es que así se siente
acompañado y soporta mejor el insomnio,
esperando que cesen los ronquidos de un momento a otro y entonces, agotado,
descansar, adormecerse al menos.
Necesito dormir, repite constantemente.
Se cuida de no tomar demasiado café, ‘ponme poco café, un manchado, o una nube’,
dice cada día... y entonces recordamos entre todos las diferentes maneras de
pedir café en las cafeterías de Andalucía. Este es un modo de, entre
todos, ayudarle a entretener un poco el
tiempo que va transcurriendo hasta la hora de la comida en el albergue o el Pan
Nuestro.
Se expresa con una nostalgia
palpable recordando su oficio en los puertos, limpiando pescado o haciéndolo
filetes para su congelación. Habla y habla, para combatir la necesidad de
dormir ya que el poco café que toma no logra despertarlo del todo. Sonríe,
sonríe a menudo, pero es una sonrisa un tanto apagada, reconociendo su
impotencia ante la imposibilidad de volver al trabajo, a pesar de estar,
todavía, en edad de trabajar.
Sólo queda solicitar y conseguir,
lo antes posible, una pensión, o una ayuda que le permita alguna autonomía. El
tiempo perdido no vuelve. El pasado es pasado e irrecuperable. Mas, por muchos
y graves que sean los errores y las culpas cometidos, siempre hay una
oportunidad de vivir una vida diferente, nueva, sin plantearse metas
inalcanzables, humilde en el mejor sentido de la palabra, y agradecida.
Una vida útil para sí y para los
demás... una vida tan feliz como es posible en este mundo, a bien con todos y
con uno mismo, y, ¡por qué no, con Dios! Él es el que, en su providencia, nos
enseña que el sol sale para buenos y malos; el que contrata a sus obreros al
amanecer o al medio día, y al final del día reciben el mismo salario; el que
nos dice ‘llamad y se os abrirá; pedid y recibiréis’... insistiendo, importunando
incluso, hasta que seamos atendidos en nuestras súplicas.
Aunque también nos dice que cada
uno recibimos un número de talentos al nacer, y según lo que hayamos hecho con
ellos a lo largo de nuestra vida nos va a premiar o castigar; y nos previene al decirnos que la puerta por
la que entran las ovejas al redil, es estrecha; o que para seguirLo tenemos que
cargar con su cruz...
Cierto, Él sufrió como el que más, llegando a
estar tan desfigurado por nuestras rebeldías que, como dice el profeta: ‘ante
el cual se oculta el rostro’... Sufre por
todos los hombres de todos los tiempos, para salvarlos de sí mismos cuando, abandonando
el camino verdadero, nos perdemos en caminos sin salida, atraídos por deslumbrantes espejismos de felicidad, que no
son sino señuelos que el Padre de la Mentira nos ofrece, aprovechando nuestros
momentos de debilidad o desánimo.
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