Hoy os contaré un
cuento que unos creo que no conocéis, y otros en cambio, sí. Es el cuento del
lobo y empieza así:
Erase una vez un
pobre muy pobre que conoció a un lobo, antes de conocerlo no era tan pobre, pero tuvo que tratar con él
y lo engañó, arrasó con todo y se llevo todo lo que poseía. Era tan voraz que
no se conformó con quitarle todas sus posesiones, también lo acosaba y lo
amenazaba, pues sus sirvientes le otorgarían más beneficios económicos a cambio
de seguir financiando campañas de promesas al pueblo.
El pobre a duras
penas salvó un trozo del corazón y conciencia, y arrastrándose como un reptil
pidió ayuda a las administraciones públicas. No se percató de que ellos eran
sirvientes de los sirvientes y, por tanto, nada hicieron por ayudarlo.
Estuvo en
comedores sociales para, al menos, mantenerse con vida un poco más de tiempo.
Conoció más
víctimas del lobo, cada uno lo describía de formas distintas; pero todas tenían
una cosa en común, su voracidad.
Era tal su poder,
que podía jugar contigo durante años antes de devorarte por completo. Las
víctimas sufrían como almas en pena, gritando lamentos repetitivos y
agonizantes, incapaces de saber que fue exactamente lo que les atacó.
Tras un breve
espacio de tiempo el pobre descubrió un lugar donde guarecerse de todos esos enemigos
del hombre, conoció personas que lo ayudaban a cerrar las heridas
recibidas en la guerra que los lobos y sus vasallos mantienen contra a una
parte de la sociedad, los pobres.
Pero ellos no
podían hacer más que protegerlo durante un tiempo. El lobo volvió a por su
pieza antes de que se hiciera demasiado fuerte para enfrentarlo. ¡Que viene el
lobo! decía, pero casi nadie lo escuchaba. ¡Socorro, que viene el lobo!
Alguien me dijo
una vez: ‘Tú pide socorro cuando te haga falta’.
Este buen amigo no
entendió que no era necesario pedirlo, era necesario ofrecerlo, púes esto nos
afecta a todos y mis carencias son tan evidentes que jamás pediré socorro.
El cuento no sé
cómo terminará ya que aún lo estoy leyendo, pero imagino que no acabará bien.
No vendrá la caballería a última hora a rescatarme, no espero ni juzgo, no
tengo miedo ni necesito palmaditas de consuelo. Al lobo solo se le derrota con
acción, con denuncia, con visibilidad; le aterra que lo pongan en evidencia y
eso solo se hace luchando juntos.
Que estúpida es la
situación, cuando yo sé que es injusta e ilegal; y buena parte de la sociedad
se queda mirando como destrozan todo cuanto puedas retener de ser humano. No
tengo miedo alguno, ya me enfrenté a él y no puede hacerme más daño. Y no puedo
evitar un sentimiento, mezcla de dolor y
repugnancia, por todos los que lo
permiten, por acción o por omisión, y ese sentimiento más que desvanecerse se
refuerza con el tiempo.
A veces, no
siempre, me da la impresión de que son una especie inferior. Sí, viven mejor
que yo, son más felices en su ignorancia, se enamoran, tienen problemas banales
en los que estar muy ocupados. Pero en serio lo digo ¿Tan poco sentido común
tiene la gran parte de la sociedad? En fin, el lobo seguirá observando el
momento idóneo para atacarme pero no podrá conmigo; eso no lo puedo decir de
todos aquellos que pasan de todo y que tarde o temprano serán víctimas también.
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