Confieso que me siento
desbordado, porque estoy confuso y desorientado, cuando trato de entender lo
que está ocurriendo. Lo que más desasosiego me causa es la desesperante
lentitud en la resolución de tantos problemas como afectan a tantos, unos más
cercanos y otros menos, pero tan numerosos…
Todo ello supone una amenaza
a la fortaleza de la fe, en Dios y en los hombres, y hace tambalear la esperanza... Hasta la
caridad se siente impotente, muy insuficiente, y a veces denigrante, si se
compara lo mal que viven unos, muchas veces sin culpa, y lo insultantemente bien
que viven otros, al lado mismo, y no siempre por méritos propios…
Quizá es que lo esperamos
todo del otro, del Estado, de los poderosos, sin darnos cuenta que cada uno
puede hacer mucho por él mismo y quienes lo rodean, y que esa es la única
manera de cambiar el mundo, mediante la confluencia de voluntades empeñadas en
el bien común, que renuncian al egoísmo y al menosprecio o el descarte de los
demás, y sobre todo a la violencia para conseguir sus fines.
Que la Navidad, fiesta de la
generosidad por excelencia, que celebramos los cristianos, contagie a todo el
mundo y para siempre...
PD. Iba a terminar ahí mi reflexión, pero de nuevo
me lo ha impedido una implacable llamada de teléfono que, desde hace ya más de
una semana, me llama puntualmente a determinadas horas del día.
La llamada no es para mí, es
para un amigo, que como no tenía teléfono cuando abrió la cuenta en el BBVA
pues le presté el mío. Mi amigo sigue sin poder realizar algún ingreso porque
no encuentra trabajo, ni le llega la ayuda solicitada hace más de un año. Por
eso recibo yo esta impía llamada.
Lo llama, una voz de
‘señorita’, con todos los respetos, un poco ‘cortita’, ya que insiste, una y
otra vez, para que mi amigo que no dispone de dinero, porque es muy pobre, le
pague al banco para el que trabaja, uno de los más grandes y ricos, y muy
informatizado, 60€ de comisión por haber tenido la mala suerte de abrir en su
día una cuenta en ese impío banco.
Este banco, como tantos
otros, incluso los que fueron benéficas Cajas de Ahorros , ahora suculentos bancos, generosamente recatados con dinero público, para evitar la quiebra a que las condujo la desastrosa gestión de los políticos de turno, todos ellos se rigen por los intereses, incapaces de
renunciar a cobrar intereses a ‘cuentas alimentadas por ayudas sociales’, en
espera de poder estar al día porque el dueño cuenta con unos ingresos regulares
y justos, fruto de su trabajo.
En el año de la
misericordia, que celebramos los católicos, me atrevo a invitar a todos los humanos, especialmente a
las instituciones que tienen poder y capacidad para proteger y ayudar a las
personas, a que imiten la misericordia
divina que, sin renunciar a la justicia, no hace acepción de personas, altas o
bajas, ricas o pobres…
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