Anda el mundo lleno de prisa, el día a día es una
secuencia de urgencias sin fin.
La ilusión más común es que llegará un momento en nuestra
vida futura en que tendremos tiempo para tratar de lo esencial. Pero lo que es una
fantasía, resulta un error grave. La vida debe ser vivida deforma en que nunca
se posponga lo importante, en caso contrario no es vida, solo una suma
constante, una supervivencia que se arrastra.
Si no estuviéramos atentos, la monotonía se nos pega al
cuello y nos envuelve hasta adormecernos… durante años.
Se espera que todo se ordene a nuestro alrededor y, sin
tener que hacer nada, el mundo nos entregue en las manos lo que creemos
merecer. Esta esperanza imbécil revela que nos consideramos incapaces hasta el
punto de luchar por nuestra felicidad.
¿Cuántos de nosotros dejaron de vivir cuando dejaron
atrás la infancia?
Nos han enseñado que para ser feliz es necesario tener
cosas. Pero no es así.
Aprendemos, a la fuerza, a dejar los sueños asfixiados bajo
las almohadas donde fueron creados, en una especie de velatorio sin fin en la
convicción de que seremos felices.
É preciso parar.
Parar de andar de un lado para otro, sin ir a ningún
lado.
Es importante descansar, sin sentirse culpable porque se
abandona la rueda viva de tanta gente que, en verdad, no vive.
Tenemos tiempo.
Nuestro tiempo está todo disponible
El futuro aguarda nuestra elecciones y órdenes.
La prueba es que, cuando sucede una desgracia seria, todo
cambia con facilidad, alteramos los objetivos diarios, modificamos las rutinas,
dejamos de querer cosas superfluas y encontramos fuerzas para todo esto y para
lo que fuera más necesario, dentro de nosotros, donde nunca nos habíamos arriesgado
a explorar con tiempo… por miedo a faltar a cualquier urgencia sin importancia.
¿Será necesaria una infelicidad grave para que mi vida se
vuelva verdadera?
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