José luís Nunes Martins
Cada vez es más difícil mover el corazón de
alguien. Las personas tienen las puertas y ventanas cerradas de tal modo que ni
el viento puede circular por los corredores de su intimidad.
Tal vez por golpes acumulados, demasiadas
adversidades, poco descanso, deseos mal alimentados, esperanza de que todo
cambie en un instante milagrosamente, son muchas las posibles causas que pueden
llevar a alguien un estado de vida
interior casi vegetativo.
Lo que sucede en la práctica es que hay una
multitud de gente para quien todo es igual. No hay grandes valores ni razón
para la haya.
El único criterio que preside las
elecciones que hacen en la vida es el suyo, con balanzas, pesos y medidas muy
personales. Los demás son exactamente igual: otros, que nada tienen que ver con
mi vida, que, además, es mía y solo mía. Siendo así, creen, pueden hacer lo que
les parezca bien, todo tiene valor porque lo consideran así.
Para estas personas, engañar, traicionar o
decir la verdad es solo una cuestión de perspectiva, por lo tanto el valor
depende solo de quien juzga. Todo es relativo.
Parece así que el siglo XXI es el siglo del
‘todo vale’. O de nada vale. Claro que a cada momento se considera que esto es
mejor que aquello, pero al día siguiente ya pueden ser iguales o de valor
inverso… al final, la coherencia también es algo con valor muy relativo para estas personas.
No le importa a quien piensa así que tal
cosa se trate de un error absoluto, de principio a fin.
En esta vida, muy pocas cosas son
relativas. La existencia de cada uno de nosotros es un misterio que nos
sobrepasa por completo, hasta el punto de que muchos lo toman como algo que no
importa explorar.
En esta vida, depende mucho de las
relaciones que creamos y mantenemos con el otro. Como si sin el otro yo nunca
conseguiré ser.
Sería mucho mejor que nos consideráramos
dioses capaces de decidir sobre el valor de todo. Qué bueno sería también que
nos mantuviésemos atentos a los otros y a los que nos pueden enseñar y ayudar.
Algunos, mediante su ejemplo de alegría profunda por encima de todo, otros tal
vez por sus malas elecciones, buenas intenciones fracasadas, contritos y arrepentidos,
consciencia apesadumbrada o perdida…
Lo fundamental es la humildad de abrir el
corazón al mundo y a los otros, a los mares y al cielo, manteniendo siempre muy
viva la esperanza de que mañana mismo puede ser el mejor día de nuestra vida.
Si no esperas nada de la vida, porque crees
que nada te puede sorprender, porque ya lo sabes todo, entonces ya estás muerto
y lo que piensas y sientes son solo sombras.
Es bueno sentir el viento correr por las
escaleras y corredores de nuestro corazón. Por donde también pasan los que
invitamos a vivir en él.
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