José Luís Nunes
Martins
La vida está hecha de muchas pérdidas. Casi todo lo que nos
llega y creemos tener ganado, algún día, sin aviso, puede perderse.
Hay quien se queda muy frustrado cuando pierde, como si creyese
que tiene el derecho de ganar para sí o de conservar aquello que cree que es lo
mejor.
La sabiduría de la vida pasa por aceptar las desgracias de
la existencia, de las más triviales a las más profundas.
Perdemos oportunidades, empleos, relaciones, sueños, dinero…
Pero solo nos centramos en aprender a ganar, como si saber perder fuese inútil.
Al contrario, el éxito implica pasar por numerosos fracasos, grandes o
pequeños, resistiendo y superándolos. Comenzando de nuevo, tantas veces, sobre
los escombros de lo que ha pasado.
A nuestra sociedad solo le gustan los vencedores. El que se
queda en segundo lugar es visto como el primero de los últimos.
Un perdedor nunca se merece nuestra admiración, es alguien
que merece nuestra compasión. ¿Pero, y si esa persona, haciendo de tripas
corazón, consigue sacar fuerzas para luchar contra las adversidades? ¿Si nos
diera la lección de que no se resigna al mal, sino que siempre combate? ¿¿Es lo
importante, al final, que venza o sea vencido?
Debemos aprender a mirar el sufrimiento como quien lo contempla,
para ser capaces de no ceder a las tentaciones del orgullo, egoísmo y cobardía
que hacen de nosotros peores de lo que podríamos ser.
La muerte es la pérdida de la vida, pero la vida está hecha
de pérdidas constantes, de horas que pasan sin volver a pasar jamás. Todo es
siempre nuevo, para lo mejor y para lo peor.
¿De qué le sirve a alguien conseguir cada uno de sus sueños
si, con eso, perdiera lo que de verdad importa?
Vivir es aprender a renunciar a todo. Bueno y malo, todo
pasa.
Vivir es morir y renacer, cada día.
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