José Luís Nunes Martins
Hay quien cree que sabe quien somos solo al vernos pasar por la
calle.
Hay quien, por haber convivido con nosotros, está seguro de lo que somos, fuimos y
seremos.
Nosotros mismos, en la mayor parte de las ocasiones, estamos
convencidos de nuestra identidad.
¿Pero sabemos exactamente quien somos? Tal vez no… No.
Lo que fuimos termina por irse difuminando, una vez que, por un
lado, se va apartando y perdiendo nitidez, y por otro, podemos continuar desconociendo
los porqués de cada día.
Lo que soy está en constante construcción, cambio, evolución. Desde
el momento en que fuimos concebidos hasta la hora de la muerte, hay un largo
camino en que se suceden muchas recorridos y saltos, vueltas y revueltas,
encuentros y desencuentros, partidas y regresos.
Soy libre y mi libertad es tan rica que consigo escapar a la comprensión de mi propia inteligencia.
Con humildad, tal vez sea capaz de atisbarme entre las señales que dejo por el camino en cada decisión. Tal vez el otro pueda ayudarme a conocerme. Tal vez algún día alguien, en el otro mundo del que este forma parte, me revele las respuestas a todas mis preguntas sobre lo que soy.
¿Pero si ni yo mismo me conozco, cómo puedo pensar que soy capaz de tener la certeza respecto de otros al punto de pasar el tiempo dictando sentencias sobre ellos?
Soy libre y mi libertad es tan rica que consigo escapar a la comprensión de mi propia inteligencia.
Con humildad, tal vez sea capaz de atisbarme entre las señales que dejo por el camino en cada decisión. Tal vez el otro pueda ayudarme a conocerme. Tal vez algún día alguien, en el otro mundo del que este forma parte, me revele las respuestas a todas mis preguntas sobre lo que soy.
¿Pero si ni yo mismo me conozco, cómo puedo pensar que soy capaz de tener la certeza respecto de otros al punto de pasar el tiempo dictando sentencias sobre ellos?
Es errado juzgar a los otros. Ante todo porque no los conozco.
Puedo ayudarlos, compartiendo con ellos alguna pista que me
parezca auténtica. Pero de que eso es algo perjudicial para ellos y aún más para mí.
Hay una paz sublime en vivir sin pensar que se sabe todo, sin juzgar a los otros, sin perder la humildad de que los porqués y paraqués del mundo pueden estar mucho más allá de aquello que soy capaz de entender.
Hay una paz sublime en vivir sin pensar que se sabe todo, sin juzgar a los otros, sin perder la humildad de que los porqués y paraqués del mundo pueden estar mucho más allá de aquello que soy capaz de entender.
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