domingo, 18 de noviembre de 2018

El exceso de empatía



Daniel Medina Sierra

Hay personas extraordinarias, capaces incluso, de perjudicarse a sí mismo para ayudar y proteger al más débil.
Desde luego que lo son, no me cabe la menor duda.
No seré yo quien descubra algo tan apreciado como la virtud del sacrificio, ni seré quien aliente a un ser querido a que se sacrifique por mi o por otros aunque resulte egoísta o parezca incoherente, lo reconozco.
Verán, no soy ningún modelo a seguir, en todo caso lo que mejor puedo aportar son mis fallos, equivocaciones, y malas decisiones para que otros no las comentan; y el exceso de empatía lo fue.
No es que me arrepienta de lo hecho por los demás, se hizo y punto, pero es importante saber por qué dejé de hacerlo.
Aprendí que el exceso de empatía es como el exceso de alimentos, lo necesitas para vivir pero si te excedes te podría empachar.
Cuántas veces he sacrificado mis bienes, mi dinero, mi tiempo por quién no los merecía, cuántas veces he esperado, al menos, a que aprovechase el favor dado y cuántas sabía de antemano que iba a ser uno más de los “ favores” que no han servido más que para perjudicarse uno mismo y al que se supone que ayudas.
No es sano ni recomendable apostar por todos los que conoces, tal vez por eso mismo, porque los conoce, es por lo que no lo recomendaría.
¿Quién es digno  del sacrificio de otro?
Hay una premisa que siempre se cumple, el que pide pero jamás da, el profesional acostumbrado a chantaje emocional, el que nunca esta cuando lo necesitas, al que conoce tu debilidad y la aprovecha al máximo para su propio beneficio.
Si eres tan terco como yo, o tienes una fe infinita en la especie humana, caes una y otra vez en la misma trampa, trampa sí, porque solo él o ella sabe que no lo merece y jamás lo confesará.
¿Qué lectura queremos dejarle al individuo acostumbrado a estafar, lo estamos ayudando o fomentamos conductas poco éticas?
Fijaros en este detalle tan significativo,  cuando ayudas constantemente empiezan, ya no a pedirte un favor, a exigir su derecho a que le atiendas. Pasamos de la voluntad a la obligación.
El día que dices NO la indignación por parte del receptor es monumental; no importa cuántas veces lo hayas ayudado, no importa que lo que pide te perjudique, le diste el poder de decidir a él y se lo estas arrebatando con un simple no.
Cuando te alejas un tiempo, ambos, el que da  y el que recibe, saca su propia conclusión. El que da tiene perspectiva, la perspectiva de la lejanía y reconoces que no debiste dar tanto, aprendes del error y como mínimo, no cometerás el mismo error con la misma persona. El que recibe te esquiva y huye de ti, ya no tiene poder sobre ti, teme que alguien sepa que no es un tipo de fiar.


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