Daniel Medina Sierra
Llevaba un tiempo intentando
expresar una idea que me parece muy interesante, pero que me obliga a
analizarla con mucho detenimiento, para ofrecer un discurso coherente y
ordenado. Un escrito complicado, pensado y repensado para poderlo publicar en
este blog.
Se me ha ocurrido plantearlo,
contando dos historias.
Un chico se encuentra en paro, su
mujer lo deja, pues no tiene ingresos; los amigos y familiares se alejan; cae
en depresión por múltiples causas: el estrés, las facturas impagadas, las
constantes llamadas del banco....
Todo esto hace que se hunda y se
encierre en casa: no duerme, o mejor poco y mal; no come a penas, incluso
pueden pasar días sin probar bocado; no tiene luz ni agua, con lo que cae en el
abandono más absoluto y el descuido total de la higiene personal. Es un hombre
destrozado, por dentro y por fuera, casi un despojo humano.
El otro protagonista de esta
historia es un hombre casado, tiene un hijo, un trabajo, su casa, su coche....
Pero, pierde su trabajo con más de veinte años de experiencia y se refugia en
el alcohol; la convivencia familiar se resiente y acaba en divorcio. Tiene que
marcharse de casa y empieza a vivir en la calle, hasta parar en un albergue.
Son dos historias muy parecidas
que, ya sea el destino, Dios, o la casualidad, hace se encuentren en un momento
determinado.
Ambos querían salir del pozo,
ambos estaban hartos de tanta miseria y sufrimiento e intentaron, cada uno a su
manera, empezar de cero.
El primero es algo más joven, no
tiene adicciones, es más positivo y está mucho más implicado emocionalmente.
El segundo tiene todas las
necesidades básicas cubiertas en el albergue, tiene muchos más años cotizados,
más experiencia laboral, más apoyo social.
El primero tiene que
acostumbrarse a salir a la calle, asesarse, comer, beber y buscar remedios
caseros para “sanar" su grave trastorno mental y emocional. Empezó
paseando a sus perros, acudiendo al comedor social para hacer sus dos o tres
comidas reglamentarias; ducharse y cambiarse de ropa. Acudió a los servicios
sociales, se comunicaba con los demás compañeros.
El segundo tiene que dejar el
alcohol o cualquier tipo de adicción, para lo cual acude al CTA, al psicólogo;
hace cursos, acude a revisión regularmente, atendido por profesionales que
vigilan la evolución y la respuesta a los tratamientos que recibe.
Cada uno hace su tarea y a cada
uno obtiene unos resultados, más o menos satisfactorios.
Pero, a la luz de estos
resultados es cuando aprecio una diferencia notable, fundamental, la cual es la
causa que cada uno siga su camino de aquí en adelante: su actitud ante la vida,
los demás, y cada uno consigo mismo.
No fue la economía, o mejor la
carencia de la misma, no fueron las personas que los rodeaban, no fue la edad,
la salud o la experiencia laboral... fue la actitud de ambos, lo que los separó
y distanció para siempre.
El primero, aunque seguía
careciendo de los recursos más elementales, de luz y agua, conseguía comer
todos los días, estaba aseado y disponía de ropa limpia; se ganó la confianza y
el respeto de los demás, de los compañeros y voluntarios. Su voluntad pudo más,
le proporcionó mejores resultados, que al segundo todos los recursos y las
atenciones profesionales de las que fue objeto.
El segundo pasó del albergue a un
centro de desintoxicación, de aquí a un piso compartido, y dispone de una buena
pensión para vivir con completa autonomía económica. Hizo sus deberes, los
ejecutó uno a uno hasta que pudo valerse por sí mismo económicamente. Todo ese
esfuerzo lo llevó a cabo sin voluntad de colaboración, como un autómata: No
tenía amistades nuevas, no era positivo, encasillado en el pasado, quejoso,
malhumorado, agresivo y muy nervioso, incapaz de escuchar, incapaz de sonreír.
Su único amigo (el primero) se
dio cuenta que no podía seguir escuchando cada día los mismos lamentos y
quejas. Le estaba afectando mucho esa ‘amistad’, pues era más una molestia que
verdadera compañía, y le restaba tiempo para continuar afianzándose en su nueva
vida.
Trató de explicarle, trató de
hacerle entender, de todas las maneras posibles, que tenía que cambiar su
actitud, pero sin ningún resultado.
El primero hizo muy buenos amigos
entre el voluntariado, cambió de ambiente y se apuntó a cursos, llegó a hacerse
voluntario para ayudar a otros, eso mismo le permitió relacionarse de nuevo con
personas fuera del ámbito de la pobreza, colaboraba y tenía una actitud
positiva ante los problemas y dificultades, propias y ajenas.
Descubrió que era esencial
cambiar de ambiente, tomar perspectiva de su vida desde distintos puntos de
vista. Hoy le ayuda un amigo cubriendo con creces las necesidades básicas, pero
también otras que ni había pensado, como la carencia de una figura paterna cariñosa
y con valores.
Este sigue sin tener una pensión
para ser autónomo, pero viendo a los dos juntos, si hubiera que adivinar quien
era el excluido social, muchos dirían que es el segundo.
Os cuento estas dos historias
verídicas porque, hasta hace muy poco tiempo, no entendía por que el primero
avanza y está mejorando, mientras el segundo, después de haber abandonado la
calle, los albergues, los centros y pisos compartidos, y cobrar una pensión
aceptable, en vez de avanzar está cada vez peor, peor incluso que cuando ambos
recogían colillas de la calle juntos.
Entiendo y comparto que las
comparaciones son odiosas, pero en determinadas ocasiones es necesario analizar
los posibles errores, de lo contrario es difícil saber que falló.
Yo creo que el problema está en que para algunos es imposible cambiar de actitud, por algún motivo, no se cual será, porque si a pesar de tener ayudas de todo tipo no reacciona... algo falla en su cerebro que le impide regir su voluntad, lo cual le impide cambiar de actitud, incluso se encerrará más en sí mismo... No sé si es mérito propio, en muchas ocasiones, el que es capaz de disfrutar de la vida, o es un don recibido, regalado, que, por supuesto ha sabido aprovechar, aunque no le exima de haber tenido sus malos momentos, que no han logrado acabar con él, ni con su voluntad.
ResponderEliminarEs curioso que hasta hace relativamente poco, descubriera la diferencia entre ambas historias. Desde luego les deseo un final feliz.
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