viernes, 28 de abril de 2017

SITUACIONES DIFÍCILES I

 Pablo Garrido Sánchez

  Primer aniversario

El diecinueve de marzo, fiesta de san José, del año pasado, apareció la exhortación apostólica La alegría del amor del papa Francisco, proponiendo la doctrina pontificia después de la celebración del Sínodo sobre la familia convocado en dos etapas con el objetivo de afrontar la compleja situación familiar en un mundo cada vez más diversificado en modelos de comportamiento, esquemas ideológicos y proyectos sociales. El modelo familiar cristiano tiene que compartir espacio social con otras formas de convivencia familiar, que tienen en común el carácter nuclear de las mismas, pero difieren sustancialmente con mucha frecuencia. Se entiende por familia nuclear la que esta formada por el matrimonio y los hijos. Pensemos en las uniones de hecho ocasionales o formalizadas oficialmente; las uniones heterosexuales u homosexuales. Algunos viven su segundo o tercer divorcio con sus consiguientes matrimonios civiles. Como vemos el panorama social no tiene un modelo único de familia. A lo anterior hay que añadir el papel de los hijos traídos de las distintas uniones, que merecen una atención preferente, al constituir la parte más débil en todos estos procesos de reestructuración familiar sumamente complejo.

El documento La alegría del amor lleva un año de vigencia y es magisterio pontificio del más alto rango, y se va abriendo paso con algunas dificultades casi insensiblemente. El Papa no se ha salido ni un ápice del Evangelio ni de la Doctrina Oficial de la Iglesia; pero se ha paseado por las periferias, como a él le gusta decir. Había que proponer la belleza del amor humano e integrarlo en su dimensión cristiana y sacramental y lo ha conseguido; convenía destacar la estructura dialogal del amor conyugal, y lo lleva a cabo con gran sencillez; y, por otra parte, no deja de mostrar la convivencia familiar como el ámbito principal de valores fundamentales y fuente de la alegría personal. Pero el cuadro ideal y real del matrimonio y familia cristiana no está privado del riesgo de la quiebra o del fracaso, por lo que la Iglesia tiene que actuar o estar dispuesta como un hospital de campaña, como al Papa le gusta decir, para  actuar de buena samaritana. Llegados a este punto es donde el documento se hace menos digerible para algunos, que con buena intención quieren velar por la vigencia de unas esencias que ellos consideran irrenunciables.

Una gran dificultad y una gran oportunidad


El capítulo octavo del documento La alegría del amor  plantea la cuestión pastoral incómoda para algunos y desafiante para otros: ¿Se admite a los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía a los divorciados y vueltos a casar civilmente? Este asunto suscitó polémica y lo sigue haciendo. En el Instrumento de trabajo presentado a los cardenales, antes de la primera etapa sinodal, por el cardenal “Walter Kasper”, se recogía la necesidad de afrontar estos casos y darles una salida que agotase todos los recursos de la Misericordia divina; es decir, había que valorar si algunos casos de divorciados y vueltos a casar civilmente podían recibir los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía. La reacción no se  hizo esperar, y un grupo de cardenales, con todo el derecho que otorga la libertad de pensamiento, expresó su rotunda negativa al planteamiento inicial del cardenal Kasper. Los debates sinodales siguieron ahondando en la misma línea  del cardenal. El Papa  elabora, en este capítulo ocho del documento, una síntesis doctrinal que no se aparta en absoluto de la Doctrina Oficial de la Iglesia. Entonces, ¿por qué los opositores se muestran tan preocupados por la puerta que se abre a partir de este documento? Les pasa como si alguien estuviera muy ocupado y concentrado trabajando en su despacho y no se diese cuenta que el salón de su casa se le había llenado de personas; en un momento dado tiene que salir de su despacho y no sabe como comportarse con los que allí se encuentran.

Haciendo memoria

Cuando el cardenal Kasper presentó a los cardenales el Instrumento de trabajo para el Sínodo, al llegar al punto conflictivo de la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, apeló a la historia, trayendo a colación la práctica, en ese sentido, llevada a cabo en los primeros siglos por algunos  obispos en sus comunidades. La iglesia Ortodoxa, que es en todo igual a la Iglesia Católica, excepto en la obediencia al Papa y en el “filioque”, mantiene la disciplina sacramental de los primeros siglos, sin negar en absoluto la indisolubilidad del vínculo matrimonial contraído en el primer matrimonio, si este fue válido. La excepcionalidad de la norma no está en la norma misma, sino en su cumplimiento, teniendo en cuenta la fragilidad humana.

Pero los monseñores y otros clérigos y laicos, que en la Iglesia Católica elevan sus gritos al cielo por las disposiciones de la exhortación apostólica La alegría del amor, no se acuerdan o desconocen, que fue  el muy entrañable san Juan Pablo II, en la anterior exhortación apostólica, de mil novecientos ochenta y uno, quien admitió ya a los divorciados y vueltos a casar en segundas nupcias, a la recepción de los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, pero con una condición: habrían de vivir como hermanos comprometiéndose a no mantener relaciones íntimas: “ (Familiaris consortio, n. 84 ).Veamos lo que dice el texto oficial: La reconciliación en el Sacramento de la Penitencia – que les abriría el camino al Sacramento Eucarístico- puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y fidelidad a CRISTO, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente, que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios –como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación,  asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea, de abstenerse de los actos propios de los esposos. Por tanto, la única diferencia en el actual magisterio pontificio del papa Francisco se establece sobre la autorización a los divorciados y vueltos a casar para que sigan manteniendo relaciones sexuales íntimas dentro de su convivencia conyugal, pues el documento no plantea prohibición alguna sobre ese aspecto.

En el último sínodo sobre la familia se debatió la conveniencia de las relaciones sexuales en los matrimonios divorciados  y vueltos a casar, y se concluyó que estos matrimonios, prescindiendo de las relaciones sexuales pondrían en grave riesgo su unión y la propia convivencia con especial repercusión en los hijos. En la exhortación actual, La alegría del amor, el papa Francisco no alude ni por un solo momento a la cuestión de las relaciones íntimas como condición imprescindible para la admisión a los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía. Con respecto a las nuevas uniones civiles de divorciados, la exhortación propone tres objetivos: acompañar, discernir e integrar. Hay que leer despacio este capítulo octavo de la exhortación para extraer el mayor rendimiento posible. Produce una gran tristeza la cerrazón y la pérdida de grandes oportunidades de evangelización al marginar estas enseñanzas por parte de sacerdotes, y obispos. Abrir las puertas a personas en  la situación que nos ocupa supone un esfuerzo renovado por explicar el nuevo enfoque, que en realidad es el mismo Evangelio, a los feligreses, para que no se produzca eso tan temido por algunos que es el escándalo. Hay que fortalecer a las comunidades parroquiales en la comprensión y vivencia de la misericordia de DIOS, de modo que pase de ser un concepto vacío a una experiencia con contenido concreto. De esta manera el discernimiento de los casos difíciles será llevado por el sacerdote, pero al mismo tiempo apoyado por una comunidad parroquial que crecerá espiritualmente al integrar de forma adecuada, a los que en ningún momento están excomulgados, a la plena comunión eucarística dentro de la comunidad. El papa Francisco ha puesto en manos de los pastores, curas y obispos, un instrumento de trabajo pastoral de máxima importancia. ¿Qué están haciendo  con la aplicación de este documento en los casos más difíciles? El Papa se está viendo obstaculizado en la puesta en marcha de sus reformas, de forma directa por parte de algunos más próximos, y por desidia por parte de otros un poco más distantes en los escalafones eclesiásticos. Pregúntese quien lea estas líneas, ¿cuántas veces durante este año ha escuchado una o varias homilías expositivas o aclaratorias sobre esta  exhortación  del papa Francisco? Al mismo tiempo que normativa, esta exhortación hace una exposición práctica de la vida conyugal y familiar, que la hacen apta para ser leída por una gran mayoría. Un objetivo parroquial debería estar centrado en la lectura del documento por la mayoría de personas posible. Se entiende muy bien el documento cuando da consejos directos a los esposos para la convivencia en la vida diaria, o señala la importancia de la educación de los hijos; mantiene una exposición con lenguaje pastoral al hablar de las dificultades familiares o de las circunstancias sociales en las que la institución familiar se encuentra inmersa. Por otra parte, habrá necesidad de esclarecer algunos puntos y para eso deberían estar las homilías y determinado tipo de reuniones. La homilía es la única posibilidad de catequesis para una gran mayoría de personas católicas practicantes.

Repensar el problema


Algunos obispos y sacerdotes se ponen muy serios cuando tienen que hablar en público de este documento, y en concreto de este capítulo octavo y sentencian: “Es que el papa Francisco no ha dado licencia para que todos los divorciados y vueltos a casar participen de los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía”; y algunos arremeten contra los medios de comunicación haciéndoles culpables de todas las tergiversaciones  posibles. Comprendo a estos clérigos que se ponen tan serios, pues en su día yo hice lo mismo en aras de la autenticidad, pero hay que darle dos vueltas más a estos asuntos capitales. El cura que pretenda ser fiel, hoy, a la Iglesia, tiene que leer despacio esta exhortación  y ponerse las pilas para hacerla vida pastoral, de lo contrario perderá credibilidad él y la Iglesia Católica. Nos seguirán acusando de que decimos y no hacemos. Posiblemente, el clérigo se vea  obligado a modificar criterios que suponía inamovibles. No hay que desanimarse, es preciso  volver a las raíces en busca de verdad. La situación de dos personas  divorciadas y vueltas a casar con hijos o sin ellos supone un asunto de la máxima importancia, trascendencia y responsabilidad, que una vez resuelta positivamente supondrá un fortalecimiento y crecimiento de las comunidades capaces de acompañar, discernir e integrar.


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