Pablo Garrido Sánchez
Primer aniversario
El diecinueve de marzo, fiesta de san
José, del año pasado, apareció la exhortación apostólica La alegría del
amor del papa Francisco, proponiendo la doctrina pontificia después de
la celebración del Sínodo sobre la
familia convocado en dos etapas con el objetivo de afrontar la compleja situación familiar en un mundo
cada vez más diversificado en modelos de comportamiento, esquemas ideológicos y
proyectos sociales. El modelo familiar cristiano tiene que compartir espacio
social con otras formas de convivencia familiar, que tienen en común el
carácter nuclear de las mismas, pero difieren sustancialmente con mucha
frecuencia. Se entiende por familia nuclear la que esta formada por el
matrimonio y los hijos. Pensemos en las uniones de hecho ocasionales o
formalizadas oficialmente; las uniones heterosexuales u homosexuales. Algunos
viven su segundo o tercer divorcio con sus consiguientes matrimonios civiles. Como vemos el panorama social no tiene un
modelo único de familia. A lo anterior hay que añadir el papel de los hijos traídos de las distintas uniones, que merecen
una atención preferente, al constituir la parte más débil en todos estos
procesos de reestructuración familiar sumamente complejo.
El documento La
alegría del amor lleva un año de vigencia y es magisterio pontificio del más alto rango,
y se va abriendo paso con algunas dificultades casi insensiblemente. El Papa no
se ha salido ni un ápice del Evangelio ni de la Doctrina Oficial de la Iglesia;
pero se ha paseado por las periferias, como a él le gusta decir. Había que proponer la belleza del amor humano e
integrarlo en su dimensión cristiana y sacramental y lo ha conseguido;
convenía destacar la estructura dialogal
del amor conyugal, y lo lleva a cabo con gran sencillez; y, por otra parte, no
deja de mostrar la convivencia familiar como el ámbito principal de valores
fundamentales y fuente de la alegría personal. Pero el cuadro ideal y real
del matrimonio y familia cristiana no está privado del riesgo de la quiebra o
del fracaso, por lo que la Iglesia tiene
que actuar o estar dispuesta como un hospital de campaña, como al
Papa le gusta decir, para actuar de buena
samaritana. Llegados a este punto es donde el documento se hace menos
digerible para algunos, que con buena intención quieren velar por la vigencia
de unas esencias que ellos consideran irrenunciables.
Una gran dificultad y una gran oportunidad
El capítulo octavo
del documento La alegría
del amor plantea la cuestión pastoral incómoda para algunos y desafiante para
otros: ¿Se admite a los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía a los
divorciados y vueltos a casar civilmente? Este asunto suscitó polémica y lo
sigue haciendo. En el Instrumento de trabajo presentado a los
cardenales, antes de la primera etapa sinodal, por el cardenal “Walter Kasper”,
se recogía la necesidad de afrontar estos casos y darles una salida que agotase
todos los recursos de la Misericordia divina; es decir, había que valorar si algunos casos de divorciados y vueltos a casar
civilmente podían recibir los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía.
La reacción no se hizo esperar, y un
grupo de cardenales, con todo el derecho que otorga la libertad de pensamiento,
expresó su rotunda negativa al planteamiento inicial del cardenal Kasper. Los
debates sinodales siguieron ahondando en la misma línea del cardenal. El Papa elabora, en este
capítulo ocho del documento, una síntesis doctrinal que no se aparta en
absoluto de la Doctrina Oficial de la Iglesia. Entonces, ¿por qué los
opositores se muestran tan preocupados por la puerta que se abre a partir de
este documento? Les pasa como si alguien estuviera muy ocupado y
concentrado trabajando en su despacho y no se diese cuenta que el salón de su
casa se le había llenado de personas; en un momento dado tiene que salir de su
despacho y no sabe como comportarse con los que allí se encuentran.
Haciendo memoria
Cuando el cardenal Kasper presentó a los cardenales el
Instrumento de trabajo para el Sínodo, al llegar al punto conflictivo de
la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, apeló a la
historia, trayendo a colación la práctica, en ese sentido, llevada a cabo en
los primeros siglos por algunos obispos
en sus comunidades. La iglesia Ortodoxa, que es en todo igual a la Iglesia
Católica, excepto en la obediencia al Papa y en el “filioque”, mantiene la
disciplina sacramental de los primeros siglos, sin negar en absoluto la indisolubilidad
del vínculo matrimonial contraído en el primer matrimonio, si este fue válido. La excepcionalidad de la norma no está en
la norma misma, sino en su cumplimiento, teniendo en cuenta la fragilidad
humana.
Pero los monseñores y otros clérigos y laicos, que en
la Iglesia Católica elevan sus gritos al cielo por las disposiciones de la
exhortación apostólica La alegría del amor, no se acuerdan o desconocen,
que fue
el muy entrañable san Juan Pablo II, en la anterior exhortación
apostólica, de mil novecientos ochenta y uno, quien admitió ya a los
divorciados y vueltos a casar en segundas nupcias, a la recepción de los
sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, pero con una condición: habrían de
vivir como hermanos comprometiéndose a no mantener relaciones íntimas: “
(Familiaris consortio, n. 84 ).Veamos lo que dice el texto oficial: La
reconciliación en el Sacramento de la Penitencia – que les abriría el camino al
Sacramento Eucarístico- puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber
violado el signo de la Alianza y fidelidad a CRISTO, están sinceramente
dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del
matrimonio. Esto lleva consigo concretamente, que cuando el hombre y la mujer,
por motivos serios –como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden
cumplir la obligación de la separación,
asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea, de abstenerse
de los actos propios de los esposos. Por tanto, la única diferencia en el actual magisterio pontificio del papa
Francisco se establece sobre la autorización a los divorciados y vueltos a
casar para que sigan manteniendo relaciones sexuales íntimas dentro de su
convivencia conyugal, pues el documento no plantea prohibición alguna sobre ese
aspecto.
En el último sínodo sobre la familia se debatió la
conveniencia de las relaciones sexuales en los matrimonios divorciados y vueltos a casar, y se concluyó que estos
matrimonios, prescindiendo de las relaciones sexuales pondrían en grave riesgo
su unión y la propia convivencia con especial repercusión en los hijos. En la exhortación actual, La alegría del
amor, el papa Francisco no alude ni por un solo momento a la cuestión de
las relaciones íntimas como condición imprescindible para la admisión a los
sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía. Con respecto a las nuevas
uniones civiles de divorciados, la
exhortación propone tres objetivos: acompañar,
discernir e integrar. Hay que leer despacio este capítulo octavo de la
exhortación para extraer el mayor rendimiento posible. Produce una gran tristeza la cerrazón y la pérdida de grandes
oportunidades de evangelización al
marginar estas enseñanzas por parte de sacerdotes, y obispos. Abrir las puertas
a personas en la situación que nos ocupa
supone un esfuerzo renovado por explicar el nuevo enfoque, que en realidad
es el mismo Evangelio, a los feligreses,
para que no se produzca eso tan temido por algunos que es el escándalo. Hay
que fortalecer a las comunidades
parroquiales en la comprensión y vivencia de la misericordia de DIOS, de modo
que pase de ser un concepto vacío a una experiencia con contenido concreto.
De esta manera el discernimiento de los casos difíciles será llevado por el
sacerdote, pero al mismo tiempo apoyado por una comunidad parroquial que crecerá
espiritualmente al integrar de forma adecuada, a los que en ningún momento
están excomulgados, a la plena comunión eucarística dentro de la comunidad. El papa Francisco ha puesto en manos de los
pastores, curas y obispos, un instrumento de trabajo pastoral de máxima
importancia. ¿Qué están haciendo con la
aplicación de este documento en los casos más difíciles? El Papa se está
viendo obstaculizado en la puesta en marcha de sus reformas, de forma directa
por parte de algunos más próximos, y por desidia por parte de otros un poco más
distantes en los escalafones eclesiásticos. Pregúntese quien lea estas líneas,
¿cuántas veces durante este año ha escuchado una o varias homilías expositivas
o aclaratorias sobre esta
exhortación del papa Francisco? Al mismo tiempo que normativa, esta
exhortación hace una exposición práctica de la vida conyugal y familiar, que la
hacen apta para ser leída por una gran mayoría. Un objetivo parroquial
debería estar centrado en la lectura del documento por la mayoría de personas
posible. Se entiende muy bien el
documento cuando da consejos directos a los esposos para la convivencia en la
vida diaria, o señala la importancia de la educación de los hijos; mantiene una
exposición con lenguaje pastoral al hablar de las dificultades familiares o de
las circunstancias sociales en las que la institución familiar se encuentra
inmersa. Por otra parte, habrá necesidad de esclarecer algunos puntos y
para eso deberían estar las homilías y determinado tipo de reuniones. La homilía es la única posibilidad de
catequesis para una gran mayoría de personas católicas practicantes.
Repensar
el problema
Algunos obispos y sacerdotes se ponen muy serios
cuando tienen que hablar en público de este documento, y en concreto de este
capítulo octavo y sentencian: “Es que el papa Francisco no ha dado licencia
para que todos los divorciados y vueltos a casar participen de los sacramentos
de la Confesión y de la Eucaristía”; y algunos arremeten contra los medios de
comunicación haciéndoles culpables de todas las tergiversaciones posibles. Comprendo a estos clérigos que se
ponen tan serios, pues en su día yo hice lo mismo en aras de la autenticidad,
pero hay que darle dos vueltas más a estos asuntos capitales. El cura que
pretenda ser fiel, hoy, a la Iglesia, tiene que leer despacio esta
exhortación y ponerse las pilas para
hacerla vida pastoral, de lo contrario perderá credibilidad él y la Iglesia
Católica. Nos seguirán acusando de que decimos y no hacemos. Posiblemente, el clérigo se vea obligado a modificar criterios que suponía
inamovibles. No hay que desanimarse, es preciso
volver a las raíces en busca de verdad. La situación de dos
personas divorciadas y vueltas a casar
con hijos o sin ellos supone un asunto de la máxima importancia, trascendencia
y responsabilidad, que una vez resuelta positivamente supondrá un
fortalecimiento y crecimiento de las comunidades capaces de acompañar,
discernir e integrar.
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