texto de Milton Santos
sobre o papel da educación
En tiempos de globalización, la
discusión sobre los objetivos de la educación es fundamental para la definición
del modelo de país en que van a vivir las próximas generaciones.
En cada sociedad, la educación
debe ser concebida para atender, al mismo tiempo, al interés social y al
interés de los individuos. Es de la combinación de estos intereses de donde
emergen sus principios fundamentales y son estos los que deben marcar el norte
a la elaboración de los contenidos de la enseñanza, las prácticas pedagógicas y
la relación de la escuela con la comunidad y con el mundo.
El interés social se inspira en
el papel que la educación debe jugar en el mantenimiento de la identidad
nacional, en la idea de sucesión de las generaciones y de la continuidad de la
nación, en la voluntad de progreso y en la preservación de la cultura. El
interés individual se revela por la parte que es debida a la educación en la
construcción de la persona, en su inserción afectiva e intelectual, en su promoción por el
trabajo, llevando al individuo a una realización plena y a un enriquecimiento
permanente. Juntos, el interés social y el interés individual de la educación
deben también constituir la garantía de que la dinámica social no será
excluyente.
En todos los casos la sociedad
será siempre tomada como un referente, y, como ella es siempre un proceso y
está siempre cambiando, el contexto histórico acaba por ser determinante de los
contenidos de la educación y del énfasis que pone en sus diversos aspectos,
incluso si los principios fundamentales permaneces intocados a lo largo del
tiempo. Fue de esa manera como se dio la evolución de la idea y de la práctica
de la educación durante los últimos siglos, paralelamente a la búsqueda de
formas de convivencia civilizada, cimentadas en una solidaridad social cada vez
más sofisticada.
Las modalidades sucesivas de la
democracia como régimen político, social y económico llevaron, en la post
guerra, a la socialdemocracia. La historia de la civilización se confundiría con la búsqueda, siempre
renovada, y el encuentro de las formas prácticas de lograr aquellos mencionados principios fundamentales
de la educación, siempre a partir de una visión filosófica e integral del mundo.
Ese esfuerzo, al cual contribuían
filósofos, pedagogos y hombre de estado, acaba por erigir como pilares
centrales del sistema educativo: la enseñanza universal (esto es, concebida
para que alcance a todas las personas), igualitario (como garantía de que la
educación contribuya a eliminar las desigualdades), progresista (deshaciendo
prejuicios y asegurando una visión de futuro).
De ahí, los postulados
indispensables de una enseñanza pública, gratuita y laica (esta última palabra
siendo usada como sinónimo de ausencia de visiones particularistas y
segmentadas del mundo) y, de esa forma, una escuela apta para formar
concomitantemente ciudadanos integrales e individuos fuertes. Además, fueron
esas las bases de la educación republicana, en Francia y en otros países
europeos, basada en la noción de solidaridad social ejercida colectivamente
como un parapeto, social y jurídicamente establecido, a las tentaciones de la
barbarie.
La globalización, como ahora se
manifiesta en todas partes del planeta, se funda en nuevos sistemas de
referencia, en que nociones clásicas, como la democracia, la república, la
ciudadanía, la individualidad fuerte, constituyen materia predilecta del
marketing político, pero, gracias al juego de espejos, solo comparecen como
retórica, mientras que son otros los valores de la nueva ética, fundada en un
discurso engañoso, pero avasallador.
En estas circunstancias, la idea
de imitación es compulsivamente sustituida por la práctica de la
competitividad, el individualismo como regla de acción erige al egoísmo como
comportamiento casi obligatorio, y la ley del interés sin contrapartida moral
supone como corolario la fractura social y olvido de la solidaridad.
El mundo del pragmatismo
triunfante y el mismo mundo del “sálvese quien pueda”, del “todo vale”,
justificados por la búsqueda apresurada de resultados cada vez más centrados en
sí mismos, por medio de caminos siempre más estrechos, llegando a la mezquindad
de los objetivos, por medio de la pobreza de las metas y de la ausencia de
finalidades. El proyecto educacional actualmente en marcha es tributario de
esas lógicas perversas. A eso, sin duda, contribuyen: la combinación actual
entre la violencia del dinero y la violencia de la información, asociadas en la
producción de una visión embarullada del mundo; la perplejidad ante del
presente y el futuro; un impulso hacia acciones inmediatas que dispensan de la
reflexión, esa ceguera radical que refuerza las tendencias a la aceptación de
una existencia instrumentalizada.
En ese campo de fuerzas y a partir
de ese caldo de cultura que se origina en las nuevas propuestas para la
educación, las cuales podríamos resumir diciendo que resultan de la ruptura del
equilibrio, antes existente, entre una formación para la vida plena, la búsqueda del saber filosófico, y una
formación para el trabajo, con la búsqueda del saber práctico.
Ese equilibrio, ahora roto,
constituía la garantía de la renovación de las posibilidades de la existencia
de individuos fuertes y de ciudadanos íntegros, al mismo tiempo que se preparaban
las personas para el mercado. Hoy, bajo pretexto de que es preciso formar a los
estudiantes para alcanzar un lugar en el mercado de trabajo canalizado, el
saber práctico tiende a ocupar todo el espacio de la escuela, mientras el saber
filosófico es considerado como residual o incluso innecesario, en una práctica
que, a medio plazo, amenaza la democracia, la República, la ciudadanía y la
individualidad. Corremos el riesgo de ver la enseñanza reducida a un simple
proceso de entrenamiento, una instrumentalización de las personas, a un
aprendizaje que se escapa precozmente al gusto de los cambios rápidos y brutales de las formas técnicas y
organizaciones del trabajo exigidas por una implacable competitividad.
De ahí, la difusión acelerada de
propuestas que llevan a una profesionalización precoz, a la fragmentación de la
formación y a la educación ofrecida según diferentes niveles de calidad,
situación en que la privatización del proceso educativo puede constituir un
modelo ideal para asegurar la anulación de las conquistas sociales de los
últimos siglos. La escuela dejará de ser el lugar de formación de verdaderos
ciudadanos y se tornará un granero de deficientes cívicos.
O debate deve ser retomado pela
raiz, levando a educação a reassumir aqueles princípios fundamentais com que a
civilização assegurou a sua evolução nos últimos séculos -os ideais de
universalidade, igualdade e progresso-, de modo que ela possa contribuir para a
construção de uma globalização mais humana, em vez de aceitarmos que a globalização
perversa, tal como agora se verifica, comprometa o processo de formação das
novas gerações.
Es la propia realidad de la
globalización-tal como se practica actualmente- la que está en el centro del
debate, porque con ella se imponen ideas sobre lo que debe ser el destino de
los pueblos, mediante definiciones ideológicas sobre el crecimiento de la
economía, así como la llamada competitividad entre los países. Las propuestas
vigentes de educación son una consecuencia, para justificar la decisión de
adaptarla para que se vuelva aún más instrumento de aceleración del proceso globalizador. Se debe
tomar el debate en su raíz, llevando la educación a reasumir aquellos
principios fundamentales con que la civilización aseguró su evolución en los
últimos siglos –los ideales de universalidad, igualdad y progreso- , de modo
que ella pueda contribuir a la construcción de una globalización más humana, en
vez de aceptar que la globalización perversa, tal como es ahora, comprometa el
proceso de formación de las nuevas generaciones.
http://www.pensarcontemporaneo.com/1119-2/
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