Hoy me siento verdaderamente mal. Es inevitable. Yo conozco
a esta persona desde hace años, hemos charlado muchas veces, y hemos
coincidido en algunos temas o formas de entender la vida, desde el punto de
vista religioso. Puede que en ella hubiera algo de irreal, alguna exageración,
pero lo era de manera involuntaria, porque padece una enfermedad (megalomanía
místico religiosa), y abrigo alguna duda, no tengo pruebas, si no habrán
influido en ella algunos acontecimientos de su vida pasada, que ella se guarda muy bien
de comentar o revelar. No me cabe duda que guarda ‘celosamente’ un ‘secreto’,
que le hace huir constantemente.
Huye de sí misma, no acierta en ninguna de sus decisiones
desde entonces. Tiene destellos de haber sido en el pasado más remoto una persona
muy activa, emprendedora y con cualidades artísticas. Hoy, conserva toda esa
fuerza o instinto creador, pero por desgracia, su mente no le permite llevar a
la práctica ningún proyecto realizable.
Hoy ha llegado a la oficina en un estado lamentable. ‘La
calle’ se ha apoderado de ella, ha ahogado sus dones y facultades para el buen
gusto, la elegancia, la simpatía. Se pelea rudamente con su acompañante, lo
insulta y lo maltrata, aunque parece que lo hace contra sí misma; hace lo que
no quiere hacer; quiere humanamente, busca afecto como cualquier ser humano,
pero en su mente atormentada se agiganta y deforma, convirtiéndose en algo
despreciable y pecaminoso. Ve más
pecados que virtudes en sí misma y en los demás, lo que le impide una relación
normal y satisfactoria. Y sin embargo acude aquí, porque alguien la escucha, y
le permite ciertas ‘excentricidades’ que tienen que ver con la religiosidad que
ella vive.
Hoy me siento mal, muy mal. Por la tarde la he llamado y ha
vuelto a alterarse en otro sitio, con otras personas. Todos le damos la
espalda, vuelve a decir con una fuerza desgarradora. Yo iba a misa, porque es
el día de las Candelas, y me sentía mal porque esta persona no puede tener un
poco de tranquilidad, porque no tiene un lugar donde poder ser acogida y vivir con un
mínimo control una vida lo más digna posible.
Ya me había
convencido de que no ‘soy Dios’, de que no puedo arreglarlo todo, como me
enseñó mi sobrino, que es cura. Y esto
mismo le había escrito unos minutos antes de salir de casa para la iglesia, en un
comentario en el facebook, nada menos que a monseñor Agrelo, obispo de Tánger,
porque hacía unas declaraciones, a mi entender inadecuadas: “... les recordaré que una Iglesia ocupada en
virginidades mientras los niños se mueren de injusticia, es una Iglesia fuera
de lugar, una Iglesia fuera de misión, una Iglesia prescindible.
La humanidad ni la espera ni la necesita.”
La humanidad ni la espera ni la necesita.”
Ambos sucesos me hicieron pasar un mal rato. Una persona
pierde el sentido de la proporción, enferma, padece de megalomanía místico
religiosa, y para ella todo es pecado, se le cierran las puertas a una vida
normal. La otra persona, es un obispo, pastor de la Iglesia y considera una
trivialidad considerar la virginidad de María, contraponiendo una Iglesia ocupada en virginidades, refiriéndose
a uno de los dogmas más apreciados por una gran mayoría de creyentes católicos, entre los me encuentro, mientras los niños se mueren de
injusticia... ¿Es que este hombre ha perdido el juicio, es que no es capaz
de ver que una cosa no quita la otra. Es que no hay cantidad de órdenes y
seglares que dedican precisamente su vida a los demás, y no reniegan de ningún
dogma, antes bien les dan la fe y la fuerza que necesitan...?
Hacía tiempo que no sentía esta tristeza que he sentido hoy,
y sigo sintiendo, a pesar de haber asistido a la misa, haber celebrado las
candelas, haber escuchado las palabras de Simeón en el Evangelio... al
contemplar al Salvador: “...Luz para alumbrar a las naciones...” Sólo fui capaz
de ofrecer mi impotencia, pedir confianza a la Madre de Dios y a su Hijo, y más
humildad, y paciencia, mucha paciencia.
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