Donde yo voy,
cuatro días a la semana, de voluntario, considero que es una de las mayores
escuelas de paciencia. Aquí, todas las personas que vienen esperan algo,
generalmente sin prisas ni exigencias, cada uno espera su turno para entrar y
exponer al trabajador social sus necesidades, si las distingue con claridad, y
si no, el trabajador le ayuda a descubrirlas... aunque no siempre lo consigan,
no por falta de voluntad de ambos, sino porque la mente que expone no es capaz
de expresarse, porque no controla sus pensamientos ni su voluntad, por multitud
de causas: algún consumo prolongado, alguna deficiencia mental, o sencillamente
por llevar demasiado tiempo solo y en la calle, sobreviviendo a merced de un
sin fin de imprevistos, enfermedades, dolencias, siempre alerta..., aunque puede
que ya se repitan las falsas alarmas, fruto de la desconfianza, de tanto temer
que algo imprevisto y malo pueda sorprenderlo...
Esperan y
esperan: para entregar los papeles que se requieren para solicitar una
subvención; y después de haberlos echado, esperan otros seis meses como mínimo,
si no ocho, o doce, depende de que algún funcionario se despiste o se aperece; esperan
una oportunidad de trabajar en lo que sea; o que salga alguna oferta pública de
empleo y que los requisitos exigidos no le impidan el acceso; esperan que se
cumpla el plazo de estancia en un albergue para emigrar a otro, y a otro...,
puede que hasta lleguen a conocer casi todos los albergues a lo largo y ancho
del territorio nacional, y algunos del extranjero; esperan una cita en algún
servicio público; esperan a juntar los informes médicos necesarios para pasar
un tribunal médico, unos meses o quizá años, que les garantice una pequeña
pensión y poder alquilar una habitación o compartir un piso con otro, y que no
le falle o le haga alguna jugarreta...
La mayoría esperan
una solución a su problema fundamental, no tener autonomía; aunque sea mínima, la necesitan, para
ir remontando, peldaño a peldaño, la difícil cuesta que le conduzca a la
normalidad y le devuelva la dignidad perdida o maltrecha. Nadie piensa que puede llegar a caer en la
exclusión social, pero puede ser una
caída lenta, cuando la persona se enajena poco a poco, entregada al consumo de
cualquier droga que le permita ocultar sus males o complejos; pero también hay
caídas bruscas, rupturas matrimoniales o familiares... Cualquiera puede caer
cualquier día, ya estás ahí, en la calle,
solo, desorientado, aturdido. Cuando logras reaccionar buscas un auxilio, una
mano amiga, lo intentas y poco a poco se van agotando las posibilidades;
renuncias por fin, y vuelves a ser dueño de la situación, te brota la dignidad
y piensas que lo vas a conseguir, que vas a volver a ser otra persona, nueva,
fortalecida tras el golpe bajo recibido...
Y es así
que, mientras hay esperanza hay paciencia, la paciencia del héroe anónimo que
lucha contra sí mismo, contra la desgana y la impotencia, contra el entorno hostil: silencioso,
impenetrable, sordo, en el que los otros se mueven como autómatas insensibles,
cada uno en una dirección, sin ver nada más que lo que tiene en su mente,
satisfacerse a sí mismo, y guardar las provisiones que le harán falta, acumulando
incluso más de lo que necesita.
Aunque
parezca una exageración, porque hay muchas personas preocupadas por los demás y
sobre todo si se ven necesitados, hay muchos a los que no llega esa mano
tendida, porque son invisibles, o porque
ellos mismos no la buscan.
La clave
está en ser capaz de mantener la esperanza, empezando por conservar y
fortalecer la confianza en sí mismo, luego confiando en ser capaz de alcanzar
una vida como los demás, dejando atrás un pasado que no merece la pena ser
recordado, llenando el presente de nuevas ideas y proyectos, siempre creciendo,
siempre hacia adelante, con la dignidad siempre a flote, mirando cara a cara a
todo el mundo.
Ahí está la
clave, ayer mismo, tuve acceso a un informe psiquiátrico de una persona a la que
una asociación cristiana estaba dispuesta a ayudarle, y decía el informe algo
tremendo, decía literalmente que esta persona “había perdido la esperanza”...
Daba claras muestras de haber perdido la esperanza de salir de su situación de
exclusión, de abandonar algún día la calle para siempre. Había renunciado a ser
una persona. Por eso se pasa el día echando la culpa de sus males a diestro
y siniestro, buscando la compasión
ajena, y como no la consigue más que por breve tiempo, va ganado enemigos día a
día, hasta quedarse solo, con su litrona o lo que sea que le enajena y le
aporta un falso consuelo.
La calle
quema, la calle mata, la calle no es lugar para vivir. Pero hay personas que
han perdido toda esperanza, hacen de la calle su modo de vida, y no se puede
hacer nada por ellos. Es duro mirar a los ojos a una persona que huele
terriblemente, sin torcer el gesto, poner en sus manos un vaso de café y unas
galletas, a la puerta de la oficina, y dejarlo marchar. Esto no debiera
ocurrir, decimos siempre, alguien debe hacerse cargo.
Pero yo me pregunto si
eso es posible, al menos sin forzar la voluntad de estas personas que eligen
este camino, que no conduce a ninguna parte, desde luego; es siempre el mismo, pero lo es externamente, internamente
¿quién sabe lo que ocurre?, si acertara a expresarse quizá nos sorprendiera,
como a veces me ha ocurrido. A veces debiéramos imponernos silencio, aceptar,
acompañar hasta donde te dejen, y el resto, Dios dirá, que es el que nos
gobierna a todos, lo creamos o no, lo queramos o no.
“¡Hasta mañana!”,
suelen decir todos cuando salen para el albergue, o para sus habituales lugares
donde pasar el tiempo, o para los cobijos que cada uno tenga, y yo procuro
añadir “si Dios quiere”. Son muchos los que aceptan la respuesta, que encaja
como las piezas de un puzle que hacemos entre los dos; otros sonríen,
incrédulos, o confiados en que volverán al día siguiente. Antes también se
decía a la vez que se ofrecía algo a un indigente: “Dios te ampare, hermano”,
y tiene un sentido extraordinario, lo
considera “hermano”, y hace una oración por él a Quien todo lo puede para que haga el
resto, manteniendo vivo el ‘corazón de carne’ de todos los seres humanos... “a
los pobres los tendréis siempre con vosotros”... La libertad humana conlleva el
riesgo de equivocarse, y por eso debemos aprender que junto a la libertad está
la responsabilidad, para asumir también las consecuencias de nuestros actos, y ser
humilde para pedir ayuda cuando la necesitemos, o aceptar la mano tendida
cuando nos la ofrezcan.
Hoy, en
cambio, en seguida hacemos culpables a
todas las instituciones, civiles y religiosas, a la sociedad entera, de cuanto
de malo le ocurre a las personas... porque los males siguen, la pobreza y la
exclusión, a pesar de los muchos años transcurridos desde la aprobación de la Declaración
de los Derechos Humanos, de haberse implantado el sistema democrático en
numerosos países, tras padecer dos guerras mundiales y haber creado la ONU, que
se encargaría de mantener la paz en el mundo y de fomentar el progreso de los pueblos
para garantizarla. Son muchos los que dicen que estamos ya en la tercera guerra mundial,
diferente, desde luego, extraña, incomprensible, está en todas partes sin
embargo, y sus consecuencias son imprevisibles todavía.
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