Todos los años repetimos la misma ‘canción’: ‘los políticos
no se enteran, van a lo suyo; no vienen nunca por aquí (por la oficina para
personas sin hogar); tan difícil no sería habilitar algún local suficientemente
amplio; siempre hubo un albergue municipal para transeúntes, más o menos
cómodo, desde los hospitales reales en la Edad Media; con el progreso se
acabaron los albergues donde se pueda entrar sin tener que esperar demasiados
permisos o rellenar papeles... y así hasta expresar con más contundencia la
mala opinión sobre la gestión pública de nuestros dirigentes, locales y
nacionales.
Es cierto que ‘se hacen cosas’, pero nunca son suficientes,
porque el número de necesitados crece, a medida que la crisis se hace crónica;
y peor aún, hace más extensa y profunda la brecha entre riqueza y pobreza, por
más que hoy, por moda, tendamos a
igualarnos en el aspecto externo, por más que los pobres utilicen móvil y otras
tecnologías y parezca que están integrados, que no son tan pobres...
Trabajo. ¡Qué palabra tan devaluada hoy! El trabajo es lo
que permite el desarrollo personal y mantiene la dignidad de las personas,
sostiene una familia, garantiza el futuro... Pero hoy un trabajo es solo garantía
de mera subsistencia en un corto periodo de tiempo, y casi siempre individual;
para sostener una familia, o pareja, -como se prefiere ahora, aunque implique
una devaluación en el concepto de familia incluso de persona-, hacen falta
varios ingresos en el mismo domicilio,
aunque eso también reste posibles ayudas sociales...
Antes incluso de nacer los sindicatos los obreros crearon
sus propias cajas de resistencia para socorrerse a sí mismos cuando fuera
necesario. Hoy, los sindicatos son más bien ‘de clase’, de los obreros que
tienen trabajo; no saben afrontar los nuevos modos de pobreza, no proponen iniciativas
que se puedan poner en práctica y fomenten la solidaridad entre iguales (además,
han contribuido a la desaparición de las populares cajas de ahorro, como los
ricos); solo saben recurrir a la violencia, la huelga... Como si la culpa de todo
fuera de los empresarios, los
gobernantes, los políticos...
Pero, entre todos nos hacemos más pobres, la ‘división’ está
de moda, la destrucción progresiva de de familias y parejas es una causa
fundamental de empobrecimiento, de pérdida de esperanza en el género humano, de
depresión, de huida, de búsqueda desesperada de refugio en cualquier adicción,
aunque sea absolutamente destructiva, o precisamente por eso...
Y encima viene el frío, y pocos se acuerdan de las personas
que tienen que dormir en refugios improvisados e inseguros. Muchas veces recuerdo
una escena familiar, que era bastante corriente cuando era niño, en las noches
de invierno, calentitos delante de la lumbre, el brasero o la estufa, un calor
natural, en las que se tenía un recuerdo compasivo, o se rezaba, por las
personas que tienen donde pasar la noche, a merced del frío y de otras inclemencias.
Hoy, que tenemos tantos medios, no tenemos la misma
sensibilidad hacia los que tienen la mala fortuna, vamos a llamarla así, de
perder el estatus de ciudadano solvente y ‘respetable’, de contribuyente, de trabajador,
de padre o madre, de buen profesional, etc.
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