miércoles, 7 de diciembre de 2016

Ganaos amigos con el dinero injusto



San Gaudencio de Brescia (+410), obispo

Esos amigos que nos alcanzarán la salvación son, evidentemente, los pobres, porque, según nos dice Cristo, es Él mismo, el autor de la recompensa eterna, quien, en ellos, recogerá los servicios que nuestra caridad les haya procurado. Por este hecho seremos bien acogidos por los pobres, pero no en su propio nombre, sino en el nombre de Aquel  que, en ellos, gusta del fruto refrescante de nuestra obediencia y de nuestra fe. Los que llevan a cabo este servicio  de amor serán recibidos  en las estancias eternas del reino de los cielos, puesto que el mismo Cristo dirá: Venid, benditos de de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber.

Finalmente, el Señor añade: Y si no habéis sido dignos de que os confiaran los bienes de otros, los vuestros ¿quién os los dará? Pues, en efecto, nada de lo que es de este mundo nos pertenece verdaderamente. Porque a nosotros, que esperamos la recompensa futura, se nos invita a comportarnos aquí abajo como huéspedes y peregrinos, de manera que todos podamos, con toda seguridad, decir al Señor: Soy un extraño, un forastero como todos mis padres.


Pero los bienes eternos pertenecen, propiamente, a los creyentes. Sabemos que están en el cielo, allí donde está nuestro corazón y nuestro tesoro, y donde -esta es nuestra íntima convicción- vivimos ya desde ahora por la fe. Porque, según lo enseña San Pablo: somos ciudadanos del cielo.

(En  Magnificat, pág. 90, sábado 5 de noviembre 2016)

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