¿¡Es el estado normal de
esta sociedad, una sociedad provocadora y generadora de tensiones!? Porque, el
estado natural de muchos es ese, estar en tensión. Esto se pone de manifiesto en
todos los escaparates donde la sociedad se expone ante los demás, sea en las
tertulias de las televisiones, en los programas basura, o cada uno consigo mismo en el manejo de los cacharros
electrónicos, que están presentes, a todas horas del día y de la noche, en las
actividades cotidianas, irrumpiendo en la intimidad o interponiéndose en las
conversaciones en familia y entre amigos, en el parlamento de los diputados… incluso
en las iglesias…
Tanta es la tensión
acumulada, que a diario se producen
numerosos estallidos y destrozan, como un látigo infernal, a quien la padece, pero
produciendo al mismo tiempo numerosos ‘daños colaterales’… Hasta que un día el
eco dañino de esta tensión se expanda como las ondas de un lago, producidas por
una gran tormenta, la tormenta total.
La tensión se fomenta desde
las instituciones, aunque el pueblo aguanta. Existe un pueblo verdadero, que no
se queja tanto como debiera; en su lugar lo hacen ‘profesionales’, ‘políticos
oportunistas’, que explotan así la miseria que a otros atormenta y avergüenza,
mientras a ellos le aprovecha. Incapaces e impotentes para adoptar los remedios
para acabar con la miseria, todavía la incrementan con el odio y las luchas estériles
entre ellos. Quizá por eso, los que
forman el pueblo verdadero callan y luchan, sobreviviendo a su miseria, a la
incomprensión y a la indiferencia ajenas, así como al desconcierto
administrativo (Administración=Casa que
enloquece, como en Asterix y Obelix: ‘vaya a la ventanilla número X, planta X, pida
el formulario y entréguelo en la planta X, ventanilla número’… y todo para
querer apuntarse a la legión, creo recordar).
Son buenas personas, que
quisieran ser unos ciudadanos cumplidores y aportar sólo cosas buenas a la
sociedad, pero no hay trabajo para ellos, no hay ayudas suficientes, sean
sociales, públicas o particulares, que les permitan vivir con dignidad todos
los días de su vida hasta alcanzar la merecida jubilación.
Es cierto que las ayudas no
son bien aprovechadas a veces, que hay muchos ‘enganchados’ a algo para los que
nunca nada es suficiente, porque su estado habitual es estar feliz siempre y
sin compromiso alguno, y a costa de los demás. Creen firmemente que se les debe
cuanto necesitan y también lo que no le hace ninguna falta.
Mucha tensión hay en las
familias que no se entienden, y producen la nefasta ‘violencia de género’, sea
el que sea el culpable, masculino o femenino…;en las familias que no tienen lo
necesario para atender a los hijos; en las aulas, donde se consiente la mala
educación y sus derivados, empezando por el desprecio hacia el respeto y los
buenos modales, entre los mismos alumnos, y entre estos y profesores; tensión
en el trabajo, ante todo por el miedo a perderlo, pero también por las largas
jornadas y mal remuneradas; tensión en la Iglesia, donde su cabeza, el Vicario
de de Dios en la tierra, se siente amenazado.
No hay hoy autoridad, ni civil
ni religiosa, capaz de controlar a sus representados. Al grito de ‘No nos
representan’, se ha sublevado gran parte de la humanidad, se rebelan y no saben
bien contra quien, muchos lo hacen contra sí mismos, incapaces de controlar sus
vidas, son espíritus libres en el ejercicio del mal sin freno moral alguno…
Esta tensión es así aprovechada
por aquellos servidores del odio, que han crecido amparados en la libertad de la democracia
para, llegado el momento oportuno, dar el zarpazo y enlazarla con aquella tensión histórica y cainita, que en tiempo no tan lejano estalló en una guerra
civil, un episodio más entre dos guerras mundiales, pero considerada el ensayo para
la segunda.
Poco a poco se va alimentando
de nuevo el feroz enfrentamiento entre el bien y el mal. Los problemas
personales se quedan pequeños, el odio se encrespa y acrecienta, al encontrar
un cauce ideológico que arrastra todo el descontento y la ira acumulada.
La paz del mundo está
seriamente amenazada. Sólo nos queda invocar a la Piedad y a la Misericordia,
como muy oportunamente hace la Iglesia, invitando a todos a que lo hagan, sean
cuales sean sus creencias e ideologías.
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