Me envía
un buen amigo este artículo del prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, creo merece la pena leerlo, quizá los
argumentos de la ciencia para recomendar el voluntariado como una fuente de
salud, convenzan a alguno más que los argumentos espirituales, basados en el
amor al prójimo, recomendado en las bienaventuranzas pronunciadas por el mismo
Jesús, y exigido en el primer mandamiento de la Ley de Dios, que dice que el amor
verdadero a Dios nos debe impulsar a amar al prójimo, al hermano, a todos los hombres…
incluidos los enemigos.
El voluntariado es bueno para la salud
Todavía permanece imborrable en mi
memoria una escena de aquel fatídico 11 de septiembre, en Nueva York, cuando
miles de personas se apiñaban en las puertas de los hospitales exigiendo la
oportunidad para rescatar a las víctimas de los escombros, donar su sangre para
los heridos o aliviar la angustia de los damnificados. Cuarenta y ocho horas
después de que se desplomaran las Torres Gemelas la lista de voluntarios y
voluntarias sobrepasaba los 16.000.
El impulso a ayudarnos unos a
otros en momentos difíciles no es nada nuevo. Gran parte de nuestra historia
está escrita con sangre y no es razonable pensar que la humanidad hubiera
podido sobrevivir a tantas hecatombes y violencias sin una dosis abundante de
solidaridad. Pero aparte de su valor como mecanismo natural de conservación de
la especie y de los frutos que aportan a sus receptores, las actividades
voluntarias que canalizan nuestro amor al género humano son muy buenas para la
salud de quienes las practican. Quizá sea éste el motivo de que entre
los consejos más antiguos que se conocen destaque éste de fomentar el deseo
libre que nos mueve a auxiliar a nuestros compañeros de vida.
La prestigiosa revista científica The New England Journal of Medicine acaba de publicar el primer estudio
sobre los efectos psicológicos del ataque terrorista. Los resultados muestran
que nueve de cada diez adultos estadounidenses mostraban signos de estrés
traumático el fin de semana siguiente al desastre. Cuatro de cada diez, por
otra parte, reaccionaron a la tragedia presentándose voluntarios para algún
trabajo filantrópico. Sus esfuerzos para ayudar a los afectados, aunque éstos
se encontraran en lugares muy distantes, les sirvieron para salir adelante en
momentos de gran incertidumbre e indefensión.
Las labores voluntarias altruistas
son un medio para mantener relaciones afectuosas, comunicarnos y convivir. Y
está demostrado que la
buena convivencia estimula en nosotros la alegría, alivia la tristeza y
constituye un antídoto eficaz contra los efectos nocivos de muchas calamidades.
Las personas que se sienten parte de un grupo solidario -bien sea una pareja, la familia,
las amistades o una organización cuyos miembros se identifican y apoyan
mutuamente- expresan un
nivel de satisfacción con la vida más alto y superan las adversidades mucho
mejor que quienes se encuentran aislados o carecen de una red social de soporte
emocional.
Otro beneficio evidente de las
ocupaciones voluntarias es facilitar la posibilidad de diversificar nuestras
parcelas de felicidad. Una cierta compartimentalización de las facetas
gratificantes de nuestra vida nos protege. Las personas que desempeñan a gusto
varias funciones diferentes -por ejemplo, padre o marido en el hogar,
trabajador competente, aficionado al arte o al deporte, o miembro de alguna
entidad- sufren menos cuando surgen contratiempos. Una tarea voluntaria bien
dirigida puede amortiguar el golpe de una desgracia familiar o de un fracaso
laboral. Lo mismo que los inversores no arriesgan todo su capital en un solo
negocio, es bueno diversificar la fuente de felicidad en nuestra vida.
Prestarnos desinteresadamente a
ayudar a los demás repercute también en nuestra identidad personal y social.
Estimula en nosotros la autoestima, induce el sentido de la propia competencia
y nos recompensa con el placer de contribuir a la dicha de nuestros semejantes
y el orgullo de participar en el funcionamiento o mejora de la sociedad. Las
personas que se consideran socialmente útiles o sienten que tienen un impacto
positivo en la vida de otros, sufren menos de ansiedad, duermen mejor, abusan
menos del alcohol o las drogas y persisten con más tesón ante los reveses
cotidianos, que quienes se sienten inútiles o ineficaces.
En palabras de la escritora
francesa Simone de Beauvoir, la mejor receta para superar con entusiasmo y
esperanza los retos que nos plantea nuestra irremediable vulnerabilidad es
'dedicarnos a personas, a grupos o a causas; apreciar a los demás a través del
amor, de la amistad y de la compasión; y vivir una vida de entrega y de
proyectos para mantenernos activos en el buen camino, incluso cuando nuestras
ilusiones se hayan marchitado'.
A medida que se prolonga la
duración de la vida y que la tecnología permite reducir el número de horas
laborables, la calidad de nuestro tiempo libre se revaloriza y su influencia
sobre nuestra dicha se hace más significativa. Se solía decir que el ocio es lo
que hacemos cuando no estamos trabajando. Hoy el contenido de las horas libres
se ha convertido en una de las fuentes más importantes de regocijo.
Las imágenes de gente implorando
socorrer a las víctimas del siniestro del 11 de septiembre, me han hecho pensar
que el voluntariado crecerá en el mundo y la sociedad no tendrá más remedio que
acomodar esta nueva demanda. La razón: llevar a cabo una labor de voluntariado
es saludable, no sólo suma años a la vida, sino también inyecta vida a los
años.
Luis Rojas Marcos dirige el Sistema Sanitario y
Hospitalario Público de Nueva York.
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