José Luís Nunes Martins
Un hombre muere por
nosotros, la pena que debía ser nuestra la asume Él. Nos ama de tal forma que
ni nosotros conseguimos comprender bien por qué, pues no somos dignos de algo
tan grande.
¿Qué oyes cuando hablas? Sólo lo que tú mismo dices.
¿Qué pretendes escuchar cuando rezas?¿Sólo lo que tú dices?
Para escuchar es necesario el silencio. La verdad susurra.
Para oír, es necesario vaciarnos de todas las distracciones.
La verdad se dice en silencio. La presencia de alguien es su
verdad más sólida. Amar es escoger estar y decidir estar allí, con aquella
persona. Sin grandes palabras.
El silencio es un arma poderosa en relación con el prójimo.
Es capaz de ser una espada afilada con la que defendemos el bien, pero también
un instrumento eficaz para el mal. Es importante saber usar el silencio en la
certeza de que nuestra vida es una misión que cumplir, con obras y no con
palabras.
A veces, nos falta la fe y queremos, a toda costa, amar con palabras.
Como si eso fuese importante, o siquiera posible. El amor que se puede dar
mediante palabras no es auténtico. Las palabras son muy pequeñas y demasiado
duras. El amor puro es grande y lleno de vida. Sólo el silencio lo dice. A la
vez que es también en el silencio como se acostumbra a ocultar.
Ante el sufrimiento, ¿Qué podemos decir? Todo. Pero lo mejor
es no decir nada y cuidar de que estuviera a nuestro alcance. Escuchar el
dolor. Empeñándonos en estar abiertos a los significados profundos que el dolor
pueda tener, aunque no lo podamos comprender. El que sufre no quiere discursos,
quiere la verdad más clara: la paz que es amor. A veces, quiere compartir su
dolor con nosotros… y eso, a pesar de ser duro, está a nuestro alcance.
Un hombre muere por nosotros, la pena que debía ser nuestra
la asume Él. Nos ama de tal forma que ni nosotros conseguimos comprender bien
por qué, pues no somos dignos de algo tan grande. Desconfiamos de la verdad,
preferimos una historia cualquiera que no nos comprometa de manera tan
absoluta. En los silencios ante todo esto… navegamos por nuestros dolores,
sufriendo un poco, como si nuestros sufrimientos fuesen mayores que los que entregó su vida por nosotros.
En algunos momentos, en los silencios puros en medio de todo
el ruido de nuestros pensamientos, hay una oscuridad enorme de donde nace la
luz… que no se ve, pero ilumina. Que no se escucha, pero es el camino.
Cuando rezamos, debemos entregarnos. Renunciando a todos los
pequeños egoísmos en favor de quien está delante de nosotros, amándolo. Sin
grandes palabras.
El silencio es más que un desierto. Es una montaña por donde
se sube con paciencia y, en paz, si se escucha a Dios.