(Había prometido no publicar este escrito hasta que fuera público el acuerdo entre la Casa Hogar y el Obispado, pero prefiero sacarlo anticipadamente, porque nos afecta demasiado, y por ver si se queda entre las osas negativas del años pasado 2018, y podemos comenzar el nuevo año descargados de algo malo.)
El primer traslado que me tocó hacer en este servicio fue
por el mismo motivo que este último, y van seis, porque el alquiler es
demasiado alto. De todos los locales por donde hemos pasado, este era el mejor,
y mejor situado, de donde nunca pensábamos que nos tendríamos que ir. Habíamos
logrado una estabilidad ‘confortable’, después de ocho años, lo cual es
esencial en el desempeño de nuestra labor,
habiéndose convertido además en lugar de referencia para muchas personas
que necesitan atención más o menos urgente.
Es en realidad un local pequeño, en la calle Isaac Peral de
San Fernando, una voluntaria lo solía llamar, cariñosamente, el “chiringuito”… lo
cual no era un obstáculo para cumplir con su función principal, como eficiente oficina
del Programa Diocesano de atención a personas sin hogar, los cuales son
atendidos por un trabajador social profesional, contando con el apoyo de un
número de voluntarios. Pero un día, tras años de crisis económica y que aún no ha
terminado sino que se agrava, el
descenso progresivo de los ingresos en base a los donativos y subvenciones, además
del aumento de los gastos, tuvo que ser cerrado.
Gracias a Dios eso no significa que el servicio como tal se vaya
a cerrar, sino que se nos propone un traslado a otro centro, precisamente la
Casa Hogar Federico Ozanan, conservando la identidad propia de Cáritas. Así nos
lo confirmó la misma Directora de Cáritas Diocesana, que tuvo a bien acercarse
hasta nuestra oficina para informarnos y pedirnos nuestra opinión con el fin de
adecuar lo más posible el espacio dedicado a nuestro servicio.
Fue una visita muy clarificadora respecto a la situación
económica que vive la Diócesis, y al interés que la Dirección de Cáritas y del
Señor Obispo muestran por conservar el mayor número de servicios, sobre todo el
de personas sin hogar, ya que lo consideran un testimonio muy valioso de la
actividad de la iglesia en el mundo frente a otros modos de actuar o
intenciones de organizaciones que se dedican a la atención de los más
necesitados de la sociedad.
Nos explicó también con gran sinceridad y hasta con emoción,
de manera muy comedida, como hoy hay grupos de la sociedad que están en contra
de esta actividad de la Iglesia que trata de aliviar el sufrimiento material y
moral de las personas necesitadas, prefiriendo que crezca el malestar de la
gente para obtener algún rédito político.
En cualquier caso este traslado es forzoso, inoportuno, y
nos ha venido casi de sorpresa, poniendo de manifiesto lo que solemos decir en
estos casos, ‘que siempre pagan los mismos, los que menos tienen, los pobres o los
más débiles’. Por eso merece la pena hacer un breve comentario sobre lo que ha
significado para nosotros y para las personas que han acudido con cualquier
necesidad.
Por este local tan pequeño, a lo largo de ocho años, ha pasado casi medio mundo. En los primeros
años fue también la sede arciprestal y oficina de información jurídica. Como
oficina de atención a personas sin hogar cumple las siguientes funciones: la
primera y principal es acoger a las personas que demandan una plaza en el albergue Federico Ozanan; pero además
es el lugar de referencia para otras muchas personas, con pequeñas o grandes emergencias personales: para poder
tomar un café (y si tenemos algo más que ofrecer con el café, mejor todavía, ya
que algunas personas, por diferentes motivos, no pueden ir a desayunar al Pan
Nuestro, por estar muy alejado del centro; otras vienen de viaje, en ayunas, o
han pasado mala noche en cualquier cajero de la ciudad); es algo así como una
especie de ‘estación de servicio’,
material y moral, para muchos que llegan agotados, otros que andan resolviendo esforzadamente
mil asuntos personales de oficina en oficina y necesitan un descanso; o vienen
de lejos, o han estado caminando durante kilómetros; o los que acuden a otros
centros, municipales o privados, y les dicen …’vete, o vaya usted a Cáritas’. Es
también un lugar de tertulias espontáneas, de confidencias, de encuentros
personales y alguna asociación de intereses.
Vaya si es necesario un lugar así, abierto permanentemente, donde
encontrar a alguien dispuesto a escuchar; alguien capaz incluso de permitir dar rienda
suelta a desahogos inevitables o imprevisibles, y que recibe a cualquiera venga
como venga y de donde venga, o con sus facultades mentales incontroladas;
alguien dispuesto a echar una mano y aportar los recursos necesarios para
solucionar ciertas emergencias.
Hasta aquí había escrito antes de hacer el traslado. Ahora
que hemos hecho el traslado y hemos visto las dificultades que entraña la nueva
situación y el espacio que se nos ha asignado, sin duda que no va a ser fácil
seguir desempeñando el servicio de la misma manera, ni con la misma eficacia y
alcance. Es triste ver como cada día la labor de la Iglesia se ve dificultada,
reducida, y en más de una ocasión subordinada
a la economía.