Perdona, Agustín, que no haya tenido tiempo de dedicarte unas
palabras, en nombre de los que te hemos conocido y tratado desde este servicio, tras habernos dejado hace ya algunos días y haber dado el paso
definitivo a una vida mejor. Como tú sabes, las cosas por aquí abajo no andan
muy bien, siempre tenemos algo que hacer, o nos sucede algo extraordinario,
casi nunca bueno.
Ya no tienes que venir de vez en cuando a recoger tus cartas,
no esperas nada de los hombres, ni de la administración, siempre remisa, lenta,
a veces hasta la desesperación. Ahora tú gozas de la plenitud de la vida, en la
casa del Padre, estando todas tus necesidades satisfechas, de una vez para
siempre. No vives de la Caridad, sino que vives en la Caridad, pues como dice
el Apóstol ‘la fe y la esperanza’ terminan, pero la Caridad no se acaba nunca.
El Amor dura siempre, eternamente, y es el que nos mueve, en esta vida y en la
otra; aquí de manera intermitente e imperfecta, en lucha constante con el mal, en
la otra sin limitación alguna, colmándonos de bienes, materiales y
espirituales.
Has abandonado la caravana, tu lugar de descanso en esta
vida, para alojarte en la mansión de los bienaventurados, y como Dios siempre
cumple su palabra, seguro que te dará uno de los primeros puestos; porque yo sí
creo que cuanto más se padezca aquí más méritos se acumulan para merecerse de
un descanso eterno y plenamente feliz.
Ten en cuenta nuestras palabras en tu favor, y pídele a
Dios, que bien cerca lo tienes ahora, que nos mantenga en el buen camino a
pesar de las dificultades y peligros que tengamos que afrontar, que no nos
falte el valor para esperar sin desesperar nunca.
Hasta siempre, Agustín.
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