sábado, 5 de marzo de 2016

Cuento inacabado

Daniel Medina Sierra


Erase que se era una historia inacabada, una historia de héroes sin nombre.
El mundo estaba gobernado por mercaderes y comerciantes que utilizaban las necesidades básicas de sus habitantes para explotarlos y manipularlos a su antojo.
Esto fue años después de que los hombres y mujeres del mundo dejaran de escucharlos y empezaran a despertar de su largo letargo. Los mercaderes y comerciantes se hacían llamar alcaldes o presidentes, los otros se llamaban bancos, multinacionales...
En fin, tenían muchos nombres y se dedicaban a inventar problemas y necesidades para someter a la masa.


Como eran tan avariciosos y tenían tal complejo de inferioridad lo intentaron subsanar amasando riqueza y por tanto poder sobre los demás.
El problema fue que los habitantes del planeta no podían cubrir todas esas nuevas necesidades; un coche nuevo, un móvil de última generación... El absurdo es que estas necesidades se ampliaron a todo. tecnología, alimentos, perfumes, cremas, ropa.
La masa, por lógica, empezó a despertar y a darse cuenta de que podían vivir perfectamente sin muchas de esas necesidades.



Se preocuparon de lo básico, es decir, su casa, sus facturas pagadas y lo necesario para vivir bien durante el mes.
Su segundo despertar fue la empatía, ayudaban a sus congéneres, los escuchaban, apoyaban y luchaban con ellos y como era de esperar se produjo el tercer despertar, la consciencia de que estuvimos engañados durante muchos años.
Era, pues, el momento oportuno para sacar a todos esos canallas de sus madrigueras.



Empezaron con ellos mismos, se corrigieron de sus malas acciones y se preocuparon por ser lo más civilizados posible.
Lucharon juntos, con un solo objetivo, dejar de repetir errores pasados y mirar hacia adelante con la firme entrega por los derechos y deberes de todo ser sin importar géneros o razas.
Los gobernantes temblaban de miedo, intentaron por todos los medios que tenían a su alcance dividirlos, frustrarlos, intentaron manipularlos con promesas, ayudas sociales... pero nada haría cambiar el rumbo fijado por la ciudadanía.



Intentaron por último llegar a algún tipo de acuerdo, pero ya no había oportunidad de redención. Tenían que pagar por sus actos como todos los ciudadanos sin importar cargo o economía.
Tanto alcaldes, funcionarios públicos, grande, mediana o pequeña empresa, presidentes, millonarios, altas personalidades  públicas... todo aquel que contribuyó al caos por acción o por omisión, pagó con creces sus faltas.




Así, en un planeta limpio, con todos los seres que lo habitaban felices, dichosos y teniendo muy presente su pasado para que nunca, nunca se volviera a repetir.

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