Daniel Medina Sierra
Erase que se era una
historia inacabada, una historia de héroes sin nombre.
El mundo estaba gobernado
por mercaderes y comerciantes que utilizaban las necesidades básicas de sus
habitantes para explotarlos y manipularlos a su antojo.
Esto fue años después de
que los hombres y mujeres del mundo dejaran de escucharlos y empezaran a
despertar de su largo letargo. Los mercaderes y comerciantes se hacían llamar
alcaldes o presidentes, los otros se llamaban bancos, multinacionales...
En fin, tenían muchos
nombres y se dedicaban a inventar problemas y necesidades para someter a la
masa.
Como eran tan avariciosos
y tenían tal complejo de inferioridad lo intentaron subsanar amasando riqueza y
por tanto poder sobre los demás.
El problema fue que los
habitantes del planeta no podían cubrir todas esas nuevas necesidades; un coche
nuevo, un móvil de última generación... El absurdo es que estas necesidades se
ampliaron a todo. tecnología, alimentos, perfumes, cremas, ropa.
La masa, por lógica,
empezó a despertar y a darse cuenta de que podían vivir perfectamente sin
muchas de esas necesidades.
Se preocuparon de lo
básico, es decir, su casa, sus facturas pagadas y lo necesario para vivir bien
durante el mes.
Su segundo despertar fue
la empatía, ayudaban a sus congéneres, los escuchaban, apoyaban y luchaban con
ellos y como era de esperar se produjo el tercer despertar, la consciencia de
que estuvimos engañados durante muchos años.
Era, pues, el momento
oportuno para sacar a todos esos canallas de sus madrigueras.
Empezaron con ellos
mismos, se corrigieron de sus malas acciones y se preocuparon por ser lo más
civilizados posible.
Lucharon juntos, con un
solo objetivo, dejar de repetir errores pasados y mirar hacia adelante con la
firme entrega por los derechos y deberes de todo ser sin importar géneros o
razas.
Los gobernantes temblaban
de miedo, intentaron por todos los medios que tenían a su alcance dividirlos,
frustrarlos, intentaron manipularlos con promesas, ayudas sociales... pero nada
haría cambiar el rumbo fijado por la ciudadanía.
Intentaron por último
llegar a algún tipo de acuerdo, pero ya no había oportunidad de redención.
Tenían que pagar por sus actos como todos los ciudadanos sin importar cargo o
economía.
Tanto alcaldes,
funcionarios públicos, grande, mediana o pequeña empresa, presidentes,
millonarios, altas personalidades
públicas... todo aquel que contribuyó al caos por acción o por omisión,
pagó con creces sus faltas.
Así, en un planeta limpio,
con todos los seres que lo habitaban felices, dichosos y teniendo muy presente
su pasado para que nunca, nunca se volviera a repetir.
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