jueves, 24 de septiembre de 2015

Hasta el final de las tempestades


José Luís Nunes Martins
19 de setembro de 2015

                                                           Ilustração de Carlos Ribeiro

Hoy, como siempre, son necesarios hombres y mujeres capaces de luchar hasta el final por el bien en que creen. El mundo está lleno de consejos, teorías y promesas, pero casi vacío de obras de valor. Obras completas. No primeras piedras.

La maldad nunca está falta de doctrina o moral, por el contrario, encuentra siempre razones que presenta como muy justas y buenas. Muchos son los que desisten de esforzarse en ser buenos. Bien porque creen serlo ya, bien porque se reconocen malos… y no están para mayores trabajos. Otros aún, desisten porque no son capaces de vivir con la incomprensión de hacer el bien y, después, ser acusados de haberlo hecho por otros motivos… la verdad es que es necesario estar dispuesto incluso a sufrir bastante para ser noble.

La vida es una dura e intensa guerra. Son muchas las batallas que envuelven innumerables los combates que afrontar con mil y un adversarios… algunos más brutos, otros más sutiles. Algunos viven lejos, otros habitan dentro.

A veces, se valora a los que, a pesar de tener ideas erradas, luchan por ellas hasta el final… pero, en realidad lo que les puede sobrar en coraje (que en este caso será una gran osadía) les faltará en discernimiento (que en este caso será poco más que sentido común).

Un corazón noble supone no solo una inteligencia para comprender lo que debe hacer, sino también, y es esencial, la capacidad de llevarlo a cabo hasta el final

La obra solo es perfecta si fuere hasta el final… y si el final es bueno.

Se puede errar, parar y hasta descansar un poco. Pero cuidando siempre de mantener atentas las defensas, pues es en los días cenicientos con nubes y frío, es cuando más a menudo la tentación de desistir de lo mejor de nosotros aparece, disfrazada de sol radiante y amigo. Nunca es tiempo de dormir de forma absoluta y tranquila. El ardor de las heridas de los combates antiguos debe mantenernos vivos y despiertos a las envestidas del enemigo que en todo momento puede surgir.

Lo más importante en el coraje de un guerrero no es la tenacidad con que ataca, sino la fortaleza con que resiste a todo lo que se le opone, a todo cuanto lo intenta apartar de la construcción de su camino, destino y misión. Sólo la entereza combate la codicia, el orgullo y el egoísmo.

Resistir, firmes, pero no inflexibles, ya que las adversidades moldean los espíritus así como las manos amasan el pan… hasta quedar maleables para que puedan construir mejor su camino, sin quebrar ni desistir. Porque el mal puede golpear, pero no puede abatir.

En la guerra de nuestra vida, es necesario seguir adelante, pero nunca por hábito; insistir, pero nunca por temor; persistir, pero nunca por apego… Perseverar, pero siempre por el bien y hasta el final.

Una persona valerosa nunca lucha sola. Tiene consigo la herencia que le han dejado los que lucharon antes que él con los mismos enemigos; legado este que debe enriquecer con su vida, a fin de que deje más de lo que le fue entregado. Que dé más que ha recibió.

Que el fuego que nos mantiene vivos caliente nuestro corazón y nos enseñe, siempre, a distinguir las luces de la verdad de los brillos de la falsedad.

Puede el mundo estallar y desmoronarse, por todos lados, que no podrá nunca manchar la nobleza de un hombre bueno. ¡Cada uno de nosotros lucha contra adversidades durante toda su vida, y, al final de ella, aún tendrá que luchar contra la muerte… pero la verdad es que quien lucha entero… vence!

Porque no puede haber algo mayor que aquello que es íntegro.

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