18 de abril de
2015
Ilustração de Carlos Ribeiro
Las verdades son
objetivas, están ligadas a los hechos, son racionales y coherentes entre sí. De
acuerdo con esta noción común, la verdad es una adecuación del pensamiento a la
realidad. Las ideas serán verdaderas si reprodujeran con exactitud los hechos
concretos.
Estas verdades se
refieren a lo que tengo delante… lo opuesto a mí. Son meros contenidos
superficiales y no cambia nada en mi interior si alguna de ellas estuviera
equivocada. Además, ¡esas verdades son siempre provisionales! ¡Existen en
cuanto verdad solo hasta que el conocimiento evoluciona y sean sustituidas por
otras mejores!
Una verdad objetiva es
siempre impersonal, racional y universal. Todos los hombres deberían ser
capaces de conocerlas y entenderlas… ¿pero es que abstraer algo o alguien de la
realidad concreta no es traicionarlo? Al final, si no presto atención a lo que
lo hace original y único, consigo colocarlo en un sin número de estanterías y
colocarle muchos rótulos, pero no estaré pensándolo en su verdad profunda.
Nada cambia en mi vida
íntima si se prueba que una fórmula cualquiera de los químicos al final está
equivocada y hay una mejor. Son verdades concretas pero no dicen nada de lo que
es esencial.
La verdad que me
importa es otra. ¿Lo que me inquieta es la Verdad que existe en lo más profundo
de mí y yo desconozco, aquella que existe en el mundo y sólo a mí me merece
respeto… ¿he hecho lo que debo? ¿Estaré
condenado al arrepentimiento? ¿Seré feliz? ¿Ahora o después? ¿Volveré a
sonreír como cuando era un niño? ¿Llegará quien yo espero hace ya tiempo? ¿O, por
lo contrario, la Verdad es que quedaré solo para siempre? ¿Quién es esa persona
que debo esperar? ¿Qué soledad es esa que debo aprender? ¿Es fundada mi
esperanza o sólo una ilusión? ¿Tiene sentido mi sufrimiento o es absurdo?
La esencia de cada
hombre es tan única que escapa a cualquier tipo de verdad objetiva, nuestra
identidad profunda es una especie de resto, un fallo en el sistema. Somos un
grano de arena, el más insignificante de todos los otros granos de arena… ¡cada
uno de nosotros es una discordancia original! Lo que somos escapa a todo
intento de comprensión racional. Nuestra existencia particular es sublime y
absoluta porque es una disonancia singular y excepcional. Actuamos diferente
porque somos una diferencia. Nadie es solo más que uno.
Los valores, decisiones
o gestos con que me expreso revelan lo que soy. Mi identidad se define por la
línea con que separo lo que hago de lo que no hago. Todo cambia si mi verdad,
mis valores se alteran, si tomara una decisión diferente o si cambiara un gesto
por otro. Todo. Cambio yo y el mundo. Cambia la verdad. Sí, la verdad está viva,
ella es la propia vida que me anima… da luz a mis pensamientos y calor a mis
emociones. Sin verdad no hay nada… un vacío… un abismo oscuro y frío.
Este pedazo de tiempo y
espacio, este mundo íntimo que cada uno de nosotros es, vale un universo. No
porque seamos mejores que alguien, sino tan solo porque somos únicos… tan
puros, como cuanta sea la autenticidad de que somos capaces.
La autoridad de cada
uno de nosotros resulta de ser autores y protagonistas de la Verdad de nuestra
vida. La responsabilidad es enorme, porque el riesgo es infinito… todo depende
de la oscuridad, porque se puede perder en cualquier momento. No soy el
fundamento de mí mismo. Ni mi propio fin…
El don de mi existencia
es tan incomprensible cuanto concreto. Simple y admirable. Excelente y
perfecto. Sublime.
Mi existencia, mi vida,
la vida que soy, la vida que siento que quiere ser vivida en mí y a través de
mí… no es una verdad, es la Verdad. Una bondad que se siente.
Sólo el corazón y la fe
se pueden aproximar a lo que queda después de que la racionalidad retira todo
lo que puede ser pensado, comprendido y aclarado. Soy lo que queda de ese
proceso. Soy el resto. Tanto más puro cuantas más superficialidades hubiera
sido capaz de desechar. Soy este qué irracional. Esta divergencia impar… esta
migaja de vida que quiere vivir y ser feliz. Plena.
Lo más profundo e
importante del mundo no se puede analizar de forma objetiva. La Verdad es
íntima. Aún más íntima que la muerte en mí. Esa que sin una palabra me enseña
tanto. La nada me amenaza a cada instante… el ser se construye contra la nada.
Vivir es aceptar el desafío supremo de la existencia: construir un puente de
sentido por encima del abismo de los absurdos de este mundo. Un camino que se hace
por las elecciones en medio de la niebla que no me deja ver sino la luz que llevo
dentro de mí. Aquella que me construye… a medida que la descubro… como
principio, camino y fin.
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