jueves, 16 de abril de 2015

juntos para ver la salida del sol, cada día



Nuestra sociedad tiene muchas carencias, es cierto, no pretendo decir lo contrario, pero tiene
también estas otras cosas, y estas otras personas…

Esta mañana me tocó acompañar a la farmacia a un hombre que vive en el albergue, y que por motivos de enfermedad, para regularizar su situación y adquirir sus medicinas, ha tenido que venir a entrevistarse con el trabajador social.

Cuando regresamos a la oficina había una persona que suele criticar siempre lo mal que lo trata la sociedad, y lo estaba haciendo con todas sus ganas hoy. Casi nadie suele contradecirle, incluso puede lograr más de un asentimiento.

No pude por menos de llevarle la contraria hoy, expresando mi agradecimiento y admiración por poder vivir en una sociedad que atiende de esta manera a una persona que, “legalmente casi no existe” y ha vivido la mayor parte de su vida al margen de la sociedad pero en medio de ella. Me dice que ha vivido 29 años en España, que ha trabajado en la pesca, en un pueblo de la costa, pero no sabe si han cotizado por él…

Quizá ha vivido mal más por culpa de una persona que  burla los controles sociales para aprovecharse y explotar a una persona, extranjero y necesitado de lo elemental para vivir. Son las personas muchas veces las culpables, la sociedad, aunque sea imperfecta y no alcance a solucionar los problemas de todos sus miembros,  tiene articulados unos servicios básicos bastante eficientes, amparados en unas leyes ideales y universales. Pero tenemos ya por costumbre muchas veces, sin pararnos a hacer ninguna comprobación, descargar toda la responsabilidad solamente en el Estado, en el gobierno, el ayuntamiento, el alcalde, etc.…

Aún me quedaba el último detalle que me dejaría definitivamente asombrado esta mañana.
Viendo el  estado de  debilidad en que se encuentra esta persona, porque hace muy poquito tiempo que ha sido operada del corazón y hoy además padece un lumbago tremendo,  le pregunto si  se arregla bien él solo para saber cuando y qué medicinas debe tomar. Su respuesta fue que sí, pero  que además cuenta con un “enfermero extraordinario”, un compañero suyo, fisioterapeuta, que le explica incluso para qué es cada medicina.

Pero no termina aquí mi admiración por estos dos hombres, de albergue. De vuelta conozco a su compañero y hablo con él, agradece mi interés por conocerlo, pero no quiere en absoluto que aparezca su nombre en la historia que yo cuente sobre ellos. Y aún me queda lo más emocionante por saber. Es tan buen compañero que, todos los días, van juntos para  ver la salida del sol, por deseo de nuestro asombroso paciente…


Quiero ver en ello unas ganas de vivir la vida desde su comienzo, siempre  nuevo, sorprendente, con un espíritu abierto, joven, o una forma superior de vivir la vida, por encima de las apariencias, de las miserias, en libertad total.

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