martes, 7 de abril de 2015

¿A dónde fue la dignidad?


Por Daniel Medina Sierra

Dicen los expertos en sicología que la supervivencia está por encima de cualquier otro instinto, y yo me hacía esta pregunta: ¿Y la dignidad del propio ser, no sobrevive?

La dignidad es un atributo particular e intransferible, o eso creía, hasta que toqué fondo. Cuando acabas en situación de extrema pobreza te das cuenta, o eres consciente de que los cimientos en los que construiste tu vida, tus anhelos, se caen en pedazos; que ese mundo del que antes formabas parte ya está fuera de tu alcance.

Es duro, pero las piedras en el camino te las suelen poner los mismos a los que antaño ayudabas, amigos, pareja, familia…Cuando pierdes el trabajo, lo pierdes todo, así de crudo, así de básicos somos los seres humanos: lo reducimos todo al dinero.

A veces me pregunto si soy yo quien perdió la dignidad, o son otros los que la perdieron…

¿Es más digno coger colillas, o pedir a la gente tabaco?

¿Es más digno decir no a alguien que vive de la mendicidad?... porque el más pobre es el que más da y más consciencia tiene de tu situación…

Particularmente pienso que la dignidad está por encima de mi propia supervivencia, es mi opinión; nada extraordinario, pero en este mundo de la pobreza es una rareza.

Mi dignidad me impide abusar de las pocas personas que quieren ayudarme en este trance, pedir lo justo, que a nadie le resulte una molestia; ofrecer lo poco que tengo y contribuir a una causa común, respetar los espacios y guardar los problemas propios e inquietudes, crisis…

Pero, esa misma dignidad,  me permite conmoverme y dar las gracias al que no tiene y te ofrece un plato de comida, a cambio de tu compañía,  ser justo y luchar por ti y por los demás, a remar contra corriente y levantarte con ánimos para empezar el día en medio de una sociedad hostil y asustada.

En tiempos de Jesús de Nazaret, eran los leprosos los excluidos sociales, teniendo incluso que avisar a gritos de su presencia, para que los demás se apartasen de su camino. Morían solos, despreciados por los mismos que antaño los habían querido… Estoy seguro de que morían más de pena que de otra afección.

Han pasado más de dos mil años, y la lepra del siglo XXI es la pobreza. Nos miran con desprecio, asco, soberbia, y al final nos creemos indignos de recuperar al menos parte del ser humano que fuimos en algún momento de nuestra vida.

Afortunadamente nos quedan los voluntarios, personas con empatía, que colaboran con todo lo que está en sus manos. Ellos creen en ti, ponen al ser humano por encima de todo, te dan la mano, te regalan una sonrisa cómplice y sincera, y te dicen que te quieren.

¿Hay algo más bonito que la palabra dicha con amor a tu prójimo?

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