Por Daniel Medina Sierra
Dicen
los expertos en sicología que la supervivencia está por encima de cualquier
otro instinto, y yo me hacía esta pregunta: ¿Y la dignidad del propio ser, no
sobrevive?
La
dignidad es un atributo particular e intransferible, o eso creía, hasta que
toqué fondo. Cuando acabas en situación de extrema pobreza te das cuenta, o
eres consciente de que los cimientos en los que construiste tu vida, tus
anhelos, se caen en pedazos; que ese mundo del que antes formabas parte ya está
fuera de tu alcance.
Es
duro, pero las piedras en el camino te las suelen poner los mismos a los que
antaño ayudabas, amigos, pareja, familia…Cuando pierdes el trabajo, lo pierdes
todo, así de crudo, así de básicos somos los seres humanos: lo reducimos todo
al dinero.
A
veces me pregunto si soy yo quien perdió la dignidad, o son otros los que la
perdieron…
¿Es
más digno coger colillas, o pedir a la gente tabaco?
¿Es
más digno decir no a alguien que vive de la mendicidad?... porque el más pobre
es el que más da y más consciencia tiene de tu situación…
Particularmente
pienso que la dignidad está por encima de mi propia supervivencia, es mi
opinión; nada extraordinario, pero en este mundo de la pobreza es una rareza.
Mi
dignidad me impide abusar de las pocas personas que quieren ayudarme en este
trance, pedir lo justo, que a nadie le resulte una molestia; ofrecer lo poco
que tengo y contribuir a una causa común, respetar los espacios y guardar los
problemas propios e inquietudes, crisis…
Pero,
esa misma dignidad, me permite conmoverme
y dar las gracias al que no tiene y te ofrece un plato de comida, a cambio de
tu compañía, ser justo y luchar por ti y
por los demás, a remar contra corriente y levantarte con ánimos para empezar el
día en medio de una sociedad hostil y asustada.
En
tiempos de Jesús de Nazaret, eran los leprosos los excluidos sociales, teniendo
incluso que avisar a gritos de su presencia, para que los demás se apartasen de
su camino. Morían solos, despreciados por los mismos que antaño los habían
querido… Estoy seguro de que morían más de pena que de otra afección.
Han
pasado más de dos mil años, y la lepra del siglo XXI es la pobreza. Nos miran
con desprecio, asco, soberbia, y al final nos creemos indignos de recuperar al
menos parte del ser humano que fuimos en algún momento de nuestra vida.
Afortunadamente
nos quedan los voluntarios, personas con empatía, que colaboran con todo lo que
está en sus manos. Ellos creen en ti, ponen al ser humano por encima de todo,
te dan la mano, te regalan una sonrisa cómplice y sincera, y te dicen que te
quieren.
¿Hay
algo más bonito que la palabra dicha con amor a tu prójimo?
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