Este ramo lo regaló otro acogido agradecido |
Aún estoy esperando
conocer la respuesta a una pregunta, tan sencilla, tan elemental y fácil de
responder, por parte de una persona entregada de por vida al cuidado de los más
necesitados, que temo quedarme sin llegar a conocer la ansiada respuesta.
En una de esas
tertulias, que de vez en cuando profundizan en la verdadera razón de ser de los
albergues de acogida para personas sin techo ni hogar, me llamó la atención una persona, recién llegada al albergue. Exponía
públicamente su agradecimiento, totalmente sincero e incondicional, por la existencia de este albergue en concreto
y por el trato que en él se le había dispensado.
Sin embargo, todavía me
sorprendió más su enorme capacidad de comprensión, porque demostraba con ello
dos cosas, la radical necesidad de un centro como este, y por otro lado, la facilidad
con que los que nos dedicamos al cuidado de las personas acogidas, seglares o
religiosos, caemos en el “vicio
profesional”, el exceso de confianza, o
el abuso de poder…
Porque, este hombre, tan agradecido y sorprendido estaba por la
acogida que le habían brindado, cuando
se encontraba totalmente desamparado, que quería saber cómo era posible que
alguien le ayudara tanto y tan bien. Entonces le pregunta directamente a una
hermana, como prueba del afecto al centro y a las hermanas, sin duda, pero
también para darle la oportunidad de que expresara públicamente, el profundo sentido
de su vida de entrega a los demás: “¿Cuál es la característica que define mejor
al albergue, hermana?”…
Pero la hermana se
quedó tan sorprendida, y aturdida, supongo, por lo inesperado de la pregunta, que no supo
qué contestar. Entonces el hombre, no se cortó ni la humilló, sencillamente la
retó a que le diera la respuesta al cabo de dos o tres días, antes de que se
marchara.
Yo, pecando de cotilla,
quise saber algunos detalles más, y cuál era su opinión sobre el centro y las
hermanas, y cuál era la respuesta que él esperaba. Pero este hombre me dio otra
lección de honradez y de hombre de palabra, me dijo muy clara y rotundamente:
“No. Primero es ella”…
Y sigo sin saber la
respuesta, aunque me gustaría conocerla, tampoco sé si él llegó a conocerla el
interesado, pues no lo volví a ver. Pero no importa, ya he aprendido la lección
magistral que me dio este caballero: que cada uno debe saber qué es lo que
hace, y por qué lo hace.
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