A juzgar por la
expresión de su rostro, su nerviosismo incontenible, no cabe la menor duda de
que le ha sucedido algo extraordinario. Pero que le suceda esto a una persona
que está muy lejos de los suyos, que al recordarlos llora aún, que anda dando
algunos tumbos de acá para allá, de país en país que tiene que ponerse en
tratamiento antidepresivo… es más sorprendente aún.
Hace a penas unos días
lo vimos llorar de nuevo, esta vez porque su madre había muerto y ya no podría
volver a verla. Le expresamos como pudimos nuestro apoyo y comprensión, y
parece que algún consuelo le hemos dado. Sin duda es persona agradecida, como
viene demostrando en repetidas ocasiones.
La sorpresa esta en que
ayer tuvo un encuentro casual con una persona que tiene varios negocios
familiares, y le ha asegurado que cuenta con él, ofreciéndole trabajo tan
pronto como sea posible en alguno de ellos. Incluso selo ha dicho a la hermana del albergue también.
Mientras me va contando
lo sucedido ayer por la tarde, en plena calle, con media voz, casi llorando, me
dice muy convencido que no es en absoluto normal, que alguien ha tenido que
intervenir para que tal encuentro se produzca. Yo entonces, contagiado por su emoción, le sugiero la posibilidad de que haya sido ella, su madre recién fallecida, pues me consta que estaban… están
muy unidos.
Sucesos parecidos
ocurren con frecuencia en los últimos
tiempos, unos los he vivido personalmente, otros les suceden a personas
cercanas o conocidos. ¿Será la necesidad producida por la crisis, tan
prolongada y extenuante, que agudiza el entendimiento y estimula la generosidad
y el agradecimiento? ¿Será la Misericordia que pone en marcha la providencia: el cuidado, el deseo de ayudar y
colaborar en la atención de quien necesita ayuda? ¿O una forma de rebelarse
contra la injusticia, la deshumanización y el desapego entre el género humano?
Pues, en esta ocasión,
como en otra reciente que recuerdo ahora y que le ocurrió a otra persona que
vive en la calle, la promesa de ayuda no llegó a materializarse, sencillamente
aquellas personas no sabían lo que hacían prometiendo lo que no sabían si podrían
cumplir con seguridad; o quizá, siendo generosos, podemos pensar que algo les
ha ocurrido y tarde o temprano reaparecerán, ellos u otros, con una solución
para cada uno. Ojalá que así sea.
Ciertamente, en el segundo
caso le ha llegado la ayuda, este hombre ya no duerme en la calle, sino en el
portal, justo al lado donde él pide, y además comparten con él aseo y comida
caliente. Pero en el primer caso
la decepción se sumó a la depresión, haciéndola insoportable…
El bien y el mal ¡qué
cerca están! Y no depende sólo de los demás, está en nuestra propia mano, la de
cada uno, sin tener que pedirle permiso a nadie, es una decisión propia. Un
poco de bien aquí, otro poco allá… si llegan un día a juntarse, le comerán
terreno al mal y el mundo será mucho
mejor. ¡Ojalá!
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