Cada día viene a tomar
su vaso de sopa instantánea, aprovechando el microondas que tenemos; mientras
los demás toman café, él toma sopa, para compensar un poco el efecto del vino,
y así lo veamos que se cuida, que él cuando quiera deja de beber y ya está,
hecho un señor, le dejará de temblar el pulso, y le cantará las cuarenta al
lucero del alba. “¿Ves como a todo el mundo le gusta un vaso de vino. A mí no
me hace efecto, yo me controlo, no necesito ir a ningún centro”, así responde
cada vez que alguien le insinúa la conveniencia de solicitar un centro para
rehabilitarse.
¿Y ahora qué? Se te ha
ido la persona que más querías, la única que seguramente te escucharía y acogería.
Luchaste por verla antes de morir, parece que presentías la cercanía de su
partida definitiva, y sin embargo no lograste el permiso que te hacía falta
para poder verla…
En esta situación, hoy
estaba yo extasiado escuchando a mi amigo C. (cuando está tranquilo y feliz me
da un beso y me dice que soy como su padre, que me quiere un montón) ¡Cómo le
hablaba a M., con qué cariño, con qué sensatez. Él que ha pasado, cometido y
asimilado ya auténticos desatinos. Acababa de decirme hacía un momento, y yo lo
apoyaba, que haría lo posible por alejar a A. de M., y sin embargo ahora,
olvidadas todas las amenazas, aconsejaba a M. que no guardara rencor a nada ni
a nadie, que se dedicara a vivir el presente y a mirar hacia delante.
El tono y las palabras
de C. nos seducían a cuantos lo escuchábamos, tuve que decirle que hablaba con voz de locutor, que además
hablaba como un sabio, y que le agradecía el apoyo que nos prestaba a los
voluntarios hablándole así a M., porque él hablaba desde la experiencia. A
pesar de lo mucho que ha pasado, no guarda rencor a nadie. Él tampoco pudo
despedirse de la persona que más lo quiso, porque la indispusieron contra él, y
sin embargo sabía que él era un poco el favorito.
Esas cosas le decía C.
a M., y recibimos una lección de humanidad impresionante. Puede que no llegue a
conseguir su objetivo, que M. le haga caso; pero a C. sí le hacen mella las
palabras y los gestos , y lo prueba su agradecimiento, y lo refuerza siendo un consejero
oportuno, totalmente desinteresado, por encima de diferencias y agravios.
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