Salí un momento a comprar
una pila para el reloj, que lleva ya varios días parado, y no hace bien ver el
reloj parado, cuando se les hace eterna la espera a los que tienen cita con la
trabajadora social, deseosos de solucionar sus problemas, o simplemente
desahogar su alma y escuchar palabras amigas que les permita ver con más
claridad.
Pero el tiempo estaba
de verdad detenido para M., a quien me encontré,… ¿casualmente? cuando volvía
con las pilas. El tiempo seguía detenido en el reloj de la oficina (me
esperaban impacientes como comprobé al regresar), mientras echaba a andar para
M. Como ya nos conocíamos de meses atrás, no le costó demasiado aceptar un café
y charlar. ¡Vaya si charlamos, hasta la infancia regresamos!
No deja de tener su
misterio que haya que recurrir a la infancia para entender el presente. En
aquellos días “felices”, a veces nos ocurren cosas terribles, sufrimos visiones
espantosas, que nos sacuden y nos hacen perder la inocencia de golpe, la cual
es tan necesaria para vivir la vida con normalidad, afrontando los problemas y
desengaños progresivamente, cada uno a su debido tiempo y a edad adecuada para recibir
el golpe.
Por eso crecemos, de
alguna manera, unos más y otros menos,
con una visión deformada, velada o desconfiada de la vida. Por eso la
vida supone, a la vez que un aprendizaje y una invitación, un ir
desprendiéndose de aquello que la lastra, que hace que la veamos demasiado
peligrosa, o rechazable incluso.
“Todo el mundo tiene
derecho a ser feliz”, decimos con frecuencia, para quejarnos de lo mal que nos
van las cosas, o para acusar a no sé cuantos de nuestras propias desgracias. Pero
sólo se puede entender como un derecho si procuramos serlo de la manera
adecuada, si lo que buscamos es la Felicidad, no la mía, en exclusiva, sin
importar la de los demás.
La felicidad está ahí,
al alcance de cualquiera, no es de nadie, uno se la encuentra y en seguida la
comparte, porque es total, no es parcial; es de todos, nunca particular, ni se
puede comprar, ni vender; como el aire es esencial para la vida, la felicidad
lo es para una vida completa, inacabable.
Supone, por tanto, un
cambio radical, si fuera verdadera, porque ya nadie me la puede quitar, la he
vivido, sé como se llega hasta ella, y nadie, por más que se empeñe, conseguirá
hacerme un desgraciado total.
2014 vaya si ha llovido desde entonces y aún así, está tan a la orden del día como hoy, casi a las puertas del 2022 ocho años después.
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