Hemos ido hoy al
cementerio, a acompañar a José en su última etapa en esta vida. No pudo más,
sólo tenía ventitantos años, pero desde niño ha tenido que ir haciendo frente a
una dificultad tras otra, y quiso, o no pudo evitar, desaparecer súbitamente, acabar
de una vez, romper el círculo opresor que le impedía vivir hacia delante. Lejos
de las miradas, a solas, sin testigos, para que nada ni nadie le pudiera hacer
desistir o impedir su última decisión, con lo que le ha costado decidirse, sin
pretender, seguramente, hacer daño a nadie más que a sí mismo…
Muy difícil resultaba
contener las lágrimas, mientras los familiares que le acompañaban lloraban
desconsolados, afligidos por un sentimiento de culpa e impotencia, gritándole su
cariño hasta que sellaron la lápida. Entre ellos no estaba la madre, me dijeron,
no la conocía siquiera.
Llevaba pocos días en
el albergue. Yo no tuve oportunidad de hablar con él, sólo algunos saludos. Sí
me había fijado en que venía acompañado de una chica, y supe después que era su
hermana, que venía a apoyarlo. Me llamó la atención que hablaban entre ellos solos,
en medio del alboroto general, que gesticulaban a veces y ella mostraba cierto
abatimiento, como si no lograra convencerlo de algo. Tampoco ha acudido a su
despedida nadie del albergue… quizá por la hora (la de la comida)…, el
cumplimiento de los horarios… O quizá el temor en algunos a ver las
consecuencias de ese mal pensamiento fugaz, que a veces nos asalta en los momentos más difíciles, cuando las fuerzas se agotan.
¡Por qué cuesta tan caro
morirse a veces! Al que se muere sin consuelo ni esperanza, y a la familia que
se queda sin consuelo...
Con morirse ya es más
que suficiente, pero queda la ingrata tarea para la familia de gestionar el
entierro. Caro, muy caro (unos 4.000€, me han dicho que les habrá costado este).
Deberíamos hacer algo para conseguir que los entierros fuera totalmente
gratuitos para todos, con los impuestos que pagamos debería haber para ello. Así
descargaríamos a la familia de una tarea incómoda. Sería un gran gesto de
humanidad, de solidaridad colectiva, de humildad.
Que descanse en paz
José en brazos de la Misericordia infinita, por la eternidad.
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