Por José
Luís Nunes Martins
publicado em 24 Nov 2012 - 03:00
publicado em 24 Nov 2012 - 03:00
Conocer la historia de
la vida de alguien puede revelar muy poco respecto de lo que ella va a hacer
hoy. Las circunstancias cambian, la capacidad de escoger se altera, el simple
hecho de estar convencido de estar siguiendo una línea puede ser lo suficiente
para querer salir de ella.
Es cierto que el ser
humano tiende a refugiarse en el hábito. Pero es también verdad que nunca deja
de ser libre, aunque permanezca fiel a una determinada opción. Ser fiel a sí
mismo es sinónimo de una libertad elevada, asumida y fuerte. Pero hay pocos
hombres libres hasta este punto.
La consciencia
reescribe los datos del pasado a fin de crear narrativas más o menos fantasiosas
que, o nos disminuyen los fallos o nos aumentan los aciertos. Así, la imagen
que tenemos de nosotros mismos es casi siempre fruto de esta distorsión.
Verdaderamente, tal vez no seamos tan exitosos, inteligentes y dotados como nos
juzgamos… tendemos a mirarnos como héroes que ya superaron mil y un cabos de
otras tantas, o más, tormentas.
Hay en estas narrativas
a posteriori un error corriente. Se trata de la idea de que hay una relación
directa entre el valor del objetivo que se pretende y el sacrificio que es
necesario para lograrlo. Como si las cosas buenas tuviesen siempre un precio
justo a pagar en dolor, directo y proporcional. No es así. El sufrimiento de un
camino, por sí sólo, no es garantía de que el camino sea, siquiera, cierto.
Se tiende a promover el
sufrimiento como la pena a pagar por lo que es bueno. De este modo, hay muchas
historias donde la moralidad subyacente es la de que sólo con espíritu de
sacrificio se pueden alcanzar bienes valiosos. En la realidad, a veces es así
como acontece, pero no siempre. Muchos más son los sacrificios que se hacen por
alcanzar… cosa humana. Hay,
desgraciadamente, mucho dolor en vano. Y hay bienes, muy valiosos, raros, al
alcance de nuestra mano, aquí, ahora… ¡y no los valoramos por ser tan sencillos!
El sufrimiento no es
bueno. Es un mal. Y, todo aquel que quiere ser feliz, debe luchar contra el
mal, en el campo del enemigo – si necesario fuese, pero nunca haciéndola en su
propia casa.
Hay sufrimientos
inevitables que llegan en la vida, no es necesario escoger lo que puede ser
evitado.
Tampoco vivimos para
estar alegres a cada minuto. La felicidad es una forma de caminar, más que un
premio al final de cualquier camino escabroso. Debemos aprender a afrontar la
vida con generosidad, dando siempre lo mejor de nosotros mismos, y, cuando
fuere tiempo de afrontar el sufrimiento, que lo hagamos entonces con corazón
lleno de amor, no por el dolor, sino por la vida.
Nacemos con una
voluntad grande de vivir, pero hay quien teme tener que estar sufriendo a cada
hora… ora porque no tiene lo que desea; ora porque lo tiene pero teme perderlo;
ora, finalmente, porque perdió lo que tenía.
Aquí, tal vez sea así más
justo mirar la vida como una dadiva continua que envuelve un mundo inmenso de
posibilidades. Pero, tal vez la esencia de la vida sea su dimensión intemporal.
Eterna. De ahí, esta voluntad profunda que es la certeza de un infinito.
Hay instantes en que
experimentamos lo eterno aquí. Siempre breves. Sencillos. Pero una señal. Como
un rayo de luz que nos ilumina el camino a partir del destino. A partir de
nuestra casa.
Ser feliz tal vez pase
por una capacidad de compartir nuestro camino, de aceptar como nuestras las
dádivas de las alegrías y de los dolores de otros. Obedeciendo humildemente, a
cada instante, a nuestra esencia, a esta voluntad infinita de ser feliz, en los
caminos de este mundo, a pesar de todo. Luchando contra todo sufrimiento.
Contra todo mal.
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