Mucho me ha costado aceptar que no es por falta de coraje no poder seguir ejerciendo de voluntario, en
estas circunstancias precisamente, en que todos, a escala mundial, nos vemos
sometidos a un aislamiento forzoso por temor al coronavirus, pero más duro para los que no tienen casa donde refugiarse,
los que viven solos, los mayores…
Gracias a que nuestro filósofo, psicólogo y guía espiritual
José Luís Nunes Martins nos ofreció una crónica esta semana muy oportuna, como hace
siempre: ‘Dejar que los otros nos ayuden’ me ayudó a superar esa acusación
interior terca y acusadora de falta de coraje, de no ser consecuente…
Ciertamente, viendo como la sociedad está respondiendo,
arrimando el hombro cada cual con lo que es capaz y aún mucho más, citarlos a
todos sería interminable, he conseguido tranquilizarme un poco y pensar más en
agradecer la sociedad tan fantástica que tenemos, capaz de sacar lo mejor de sí
contra viento y marea; el ver que surgen voluntarios de todas partes dispuestos
a de ofrecer lo mejor de sí en beneficio de los más perjudicados por esta ‘maldita’
pandemia.
Es una satisfacción poder comprobar como la generosidad
brilla frente a la mezquindad, la mentira, las zancadillas, las torpezas de los
responsables políticos, la frivolidad de los que, por ignorancia o por interés,
no respetan la vida propia y de los demás.
Y quiero terminar agradeciéndole todo a Dios, Caridad
y Providencia, que dispone de innumerables medios e intermediarios para llevar
a cabo el cuidado de sus criaturas, no somos nosotros los que tomamos la
iniciativa, los que decidimos lo que se ha de hacer y cómo se ha de hacer, sino
que Él sabe mucho mejor que nosotros lo que se ha de hacer, quien lo ha de
hacer y hasta donde se puede llegar.
Ahora puedo quedar más tranquilo ‘dejándome ayudar por otros’,
si Dios así lo quiere, y el sentido común y las autoridades así me lo
requieren. OM
Muy cierto octóvilo. Cada uno de nosotros tenemos que sacrificar, por un tiempo, el bien más preciado de todo ser, la libertad. Confinados durante un periodo de tiempo indeterminado entre cuatro paredes, sin visitas ni compañía más la que tengas a tu lado, obligado a mantener las distancias con los demás por el bien común. Quien diría que el alejamiento con otros seres humanos salvaría a tantas personas, nosotros que siempre denunciamos la exclusión social como enfermedad ante los que peor lo pasan y hoy hablamos de curación. Resulta, si se piensa con la cabeza fría, una broma del destino. Aunque en nuestra exclusión ahora parece que estamos más unidos. Ojalá no sea una ilusión pasajera y empecemos a concienciarnos que juntos salimos de todo mal, juntos somos capaces de construir un mundo mejor y más justo.
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