José Luís Nunes Martins
En la sala de urgencias estaban tres personas mayores,
una durmiendo en una camilla, otra sentada al lado del marido al que acompañaba
en silencio en una lucha contra la naturaleza. La tercera era la muerte y daba
vueltas por aquel local sin saber que hacer. También estaba yo allí.
Acabó por sentarse y lloró. En paz. Creo que todos la veíamos,
pero nadie se atrevió a dirigirle la palabra. Poco después, la señora que
estaba acostada recordó que había pedido a la muerte que no se acercase a ella.
“Quiero vivir más” – dijo. “detesto esta condición de
enferma, porque amo la vida. Porque la vida que me resta es más bella que la
enfermedad que la quiere destruir. El alma que me sustenta aún quiere hacer el
bien a los otros. A los de mi familia, por ejemplo, que, de tan distraídos, aún
no se han dado cuenta que están vivos y que ese es el mayor de los dones que
pueden tener y ser. El que no desiste de enfrentarse a la maldad nunca pierde.
Nunca”
La muerte escuchó cada una de aquellas palabras, en medio
de una respiración cansada, pero decidida. Lloraba al tiempo que admiraba a aquella
mujer.
Dirigió la mirada hacia el matrimonio y admiró su amor
concreto y firme. Ella esta enferma y él estaba allí con ella. Presente. En silencio. No era
médico, pero cumplía la misión de que la soledad no tuviese en cuenta el
corazón de la mujer que siempre amó, que amaba y que amaría hasta después del
fin. Un día había escogido ser así, y era hombre de palabra.
La mujer, sentada, la cabeza un poco inclinada, los ojos
serenos y el mirar calmado, estaba atenta a lo que pasaba y resolvió decir mientras
suspiraba de forma muy suave:
“¡Hoy tampoco!
Cada día de amor es un día diferente. Yo quiero vivir. A pesar de todo. Porque
amo a mi familia, incluso a aquellos que prefieren que yo muera como forma de acabar
con el sufrimiento. Los dolores son parte de la vida. No hay vida sin dolor. Y
le gustaba que aprendiesen a vivir mejor, sacando partido de todo, hasta de los
sufrimientos. Pasan la vida en rutinas y tedio sin fin, sin sentido. Consideran
la vida una porquería porque la desprecian desperdiciando los días, meses y
años enteros… cuando bastaba parar un poco y apreciar el mundo que está
alrededor y aquel otro que está dentro de su pecho.”
La muerte oyó todo como si fuese una melodía bellísima de
música clásica. Le caían las lágrimas por el rostro, evaporándose antes de
llegar al suelo. Sonreía al mismo tiempo, por la sabiduría de aquella señora
que, con el cuerpo cediendo, mantenía su espíritu fuera de esa guerra que no
era la suya. La muerte no paraba de llorar…
El marido esperó que la muerte lo mirase para declarar: “Llévame
a mí. Le gustaba dar la vida por ella y sé muy bien que la esperaré del otro
lado, pero sé también que eso es egoísmo y vanidad. Haz lo que quisieres, en la
certeza de que nada puedes contra el amor. No sé bien que es, pero sé que
cumples una de las funciones más difíciles de este mundo. Separas gente que se
ha de volver a ver, pero como no siempre cree eso, sufre… Tú, amiga muerte,
llevas muchos al cielo. Con un criterio
que ni tú misma conoces… pero cumples. Te admiro.”
Aquellas palabras iluminaron la sala, pero hicieron
llorar aún más a la muerte .
Tuve entonces la oportunidad de decir lo que sentía,
tanto a la muerte como a los presentes, pero nada me salía por estar tan
sorprendido con lo que estaba contemplando y aprendiendo. Por un momento, me
hice amigo e hijo de la señora de la camilla, después, del matrimonio… y hasta
de la muerte, cuyo sufrimiento despertó lo mejor de mí…
Tal vez por inconsciencia, solo después de mucho tiempo
pensé que la muerte pudiese estar allí para llevarme… y aún no lo había acabado
de pensar, la muerte me miró y dijo: “No. Descansa. Estoy aquí a causa de mí misma.”
Y comenzó entonces un lamento sublime:
“Soy la muerte, aquella misma muerte que en un momento
tiene que llevaros al otro mundo del que este forma parte, pero ese instante no
es hoy. Más tarde.”
Lo que más me duele es tanto desamor en la vida y por la
vida. Tanta gente capaz de desistir de sí y del valor que tiene para los otros.
Pasan el tiempo acumulando cosas que han de quedar aquí, en las manos de
alguien que también algún día tendrá que dejar, todo esto en vez de esforzarse
por ser mejores, por inspirar a otros a vivir de forma plena. A través de una
vida donde ser es mil veces más importante que todos los haberes. Donde el bien
es más importante que todos los bienes.
Toda la gente habla de paz y la busca como si fuese un premio
para los primeros en alcanzarla. No. La paz es un privilegio para los que eligen
los últimos lugares. Los humildes que saben que entrar en las rivalidades de
este mundo es perder.
Me cuesta llamar por mí. No saben que basta solo un paso
en la dirección acertada, que hasta puede ser el último que dan, para que su
vida entera sea otra…
Aquello de lo que se debe tener miedo es de una vida que
se escogió vivir mal. Solo.
Un gesto valiente de amor es todo cuanto se necesita.
“Y, recuerden, puede ser el último”
Así que la muerte terminó de hablar descansó en el suelo
como quien, de noche, quiere contemplar el cielo estrellado.
La brisa suave de la vida entró por la sala, vino a
besarnos a todos y a abrazar a la muerte.
https://agencia.ecclesia.pt/po…/ontem-ouvi-a-morte-a-chorar/
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