El temor a volver a estar solo de voluntario en el servicio
de Cáritas para personas sin hogar, hizo
que me pusiera a reflexionar sobre el tiempo que llevo de voluntario, y la
verdad es que sentí como un vértigo al contemplar
en un vistazo rápido como los
acontecimientos propios del servicio así como los generales, políticos,
económicos y sociales, se agolpaban en una catarata destructiva hacia un mundo
oscuro, incierto, justo en dirección contraria al que había cuando comencé, que
aún confiaba en la capacidad del hombre para construir un mundo mejor, y más
humano sobre todo.
Antes de acometer la ingrata labor de ir desgranando y
concretando esos acontecimientos a nivel
personal creo que es necesario exponer como percibo (o barrunto, más bien, que
será), la situación general de la
sociedad y de la humanidad. El llamado ‘progreso’ ha tomado vida propia. Todo
tipo de industrias en los diversos sectores de la actividad económica, así como
la gestión de los bancos, se están robotizando, afectando a las relaciones
humanas en el trabajo, como consumidores o ahorradores. Las respuestas a
las reclamaciones pertinentes siempre
dependen de la Central (‘ciudades inteligentes’, creo que las llaman, llenas de
cerebros, ajenos a las nimiedades que sufren los ciudadanos corrientes,
especialmente los que van quedando en la cuneta), dependen de lo que dice el robot que controla nuestras cuentas,
y dispone de abundante información sobre nuestros gustos, nuestros
movimientos…El progreso se ha convertido en un fin en sí mismo. Avanza al margen de la humanidad, quiero decir
que muchos seres humanos tienden a deshumanizarse, con tal de disfrutar de los
beneficio que le otorga la tecnología.
Ese avance ciego, disparatado, ha hecho estallar la sociedad en mil pedazos:
las desigualdades económicas entre las personas son astronómicas; el sistema
democrático no garantiza ya la seguridad, la justicia, el equilibrio
social y la redistribución de la riqueza entre regiones y entre personas con criterios
de equidad; no controla los grupos de presión, que se adueñan de alguna parcela
de ese progreso (como nuevos señores feudales que explotan a sus nuevos
siervos), con lo que se enriquecen y compran voluntades adornándolo de alguna
ideología atractiva, novedosa, o sea ‘progre’. En estas circunstancias el ejercicio
de libertad, de expresión y de
pensamiento, está seriamente condicionado, cuando no es impedido.
Todo eso está provocando la proliferación de la violencia
incontrolada, verbal y física, en las
relaciones sociales, lo cual hace muy difícil o imposible la cohesión social.
Pero este desastre no es espontáneo, yo creo que está dirigido y alentado, y
persigue algún fin. Cual sea ese fin… lo sabremos, ahora solo cabe especular, y
muchos me dirán que soy de los que se inventa conspiraciones, y que solo veo lo
malo.
A mí me interesa sobre todo, naturalmente, el ataque feroz
desde numerosos frentes, todos desde la perspectiva ‘progre’ que se dice ahora,
a la religión cristiana, aunque en realidad muchos de esos frentes hayan fracasado
en épocas pasadas. Atacan sobre todo a la Iglesia católica, pero el mayor
sacrilegio es atacar a Dios, el único garante fiel e inequívoco de la libertad,
que es la cualidad que mejor define al
ser humano y de manera incontrovertible.
Entonces tendrá más sentido lo que pueda ir describiendo de
mi paso por el voluntariado de Cáritas.
Comencé hace doce
años, y quizá esté a punto de rendirme, pues en estos pocos años ha habido
tantos cambios, que es imposible no acusar desgaste alguno.
Cuando yo comencé no solo había más voluntarios, sino que
solían ser ‘cualificados’, según un espíritu de Cáritas, que recoge el mismo
logo: Los cuatro corazones unidos por una cruz representan el trabajo social y
solidario, el corazón más grande significa la acogida sin discriminaciones así
como la integración y la colaboración del voluntario como miembro de la
organización, y todo ello en base a la fe y la esperanza dispuesta a pasar por
la cruz. Este espíritu era el que se
vivía en los congresos anuales a
nivel diocesano, donde una gran representación de voluntarios compartía
experiencias entre equipos de la ciudad y de los pueblos, los equipos de los
distintos programas y entre técnicos y voluntarios. Y, por supuesto, también se
compartía la comida, que cada uno llevaba, que solía ser realmente apetitosa,
porque estaba hecha para compartir con los hermanos voluntarios.
Los cambios, como se deduce, no han sido para mejorar. Es esa
sociedad que he descrito al principio la
que se ‘está llevando el gato al agua’, la que nos impone otras costumbres, otros
métodos, otro trato, y Cáritas, aunque
es la misma, no es ajena a esos cambios sociales. Ve condicionada su labor por
múltiples factores: el aumento incesante de demanda de acogida, debido a que
las consecuencias de la crisis se han
cronificado, y además amenazan nuevas crisis; la tremenda escasez de empleo, los empleos
precarios y de escasa duración; el
predominio de lo material sobre lo espiritual…
Tampoco Cáritas se abastece materialmente de los fieles y de
personas que quieren ejercer su solidaridad a través de Cáritas, ahora lo hace
principalmente de un Banco de Alimentos, que Cáritas no controla, sino que es
controlada, políticamente, administrativamente…
Tampoco Cáritas ejerce la caridad de forma directa , discreta
y simple, persona a persona, sino que está obligada a justificar cada acción,
cada ayuda que lleva a cabo con cada uno de sus acogidos. Ni qué decir tiene
que dado el número elevado de acogidos conlleva un trasiego de papeles enorme
por parte del ‘pobre’ acogido y por parte del sacrificado voluntario, que ve
cómo su ideal de servicio se ve condicionado por el control administrativo, como cualquier
oficina del gobierno.
Me atrevería a decir, y pido perdón por anticipado a quien
se pueda sentir ofendido, que la ‘calidad’ del voluntariado deja mucho que
desear. Su número ha descendido, y las nuevas incorporaciones no siempre son
completamente ‘voluntarias’ y fruto de decisiones personales. Esto supone que
los equipos no funcionan de la mejor manera, y la tarea no resulta gratificante
sino que genera cansancio, tensiones, que afectan negativamente al servicio, al
trato con las personas acogidas.
La relación entre la dirección diocesana y los equipos
también se ha visto afectada, en beneficio del control y la centralización de
los recursos, llevándose por delante lo malo y los bueno que se hubiera
conseguido por las Cáritas arciprestales.
No creo que en todas se diera una mala administración, la que yo conozco
disfrutaba de un eficaz sistema de atención a las familias y personas acogidas,
y gozaba de muy buena fama.
Me he centrado en los equipos de Cáritas parroquiales, de
atención a la familias, pero en el equipo de atención a personas sin hogar la
situación no es mucho mejor. En primer lugar destacaría los cambios de lugar
que hemos sufrido, seis en total.
Pudiera decirse, con cierta ironía, que estos cambios estuvieran motivados por
la naturaleza del servicio… a personas sin hogar. No es un cuestión menor, ya
que se requiere una instalación cómoda, que facilite la acogida y la intimidad,
y disponga de un espacio suficiente de espera, que algunos aprovechan para
reponer fuerzas, descansar, incluso dormir... Hemos soportado algunas incomodidades,
pero nos hemos adaptado con la mejor voluntad a cada sitio. El último cambio va
en la línea de lo expuesto en general, no es el mejor: el trabajador tiene
asignada una oficina sin ventilación al exterior, ni al interior, y estamos
hablando de personas sin hogar, para los que el aseo no siempre está a mano. La
salita de espera es ruidosa y aún no disponemos de un mobiliario mínimo para
recoger los pocos alimentos que utilizamos y hacer el café…
No podemos decir que vamos a mejor. El primer local era
espléndido, teníamos cuatro o cinco habitaciones, el último es prestado y por
eso no debemos quejarnos mucho, pero de todos modos, refleja muchas cosas poco
buenas, que no quiero nombrar… me pasaría en la crítica.
Voluntarios, no es que haya habido muchos en este servicio,
aunque los últimos años siempre hemos
estado dos, tres o cuatro. De nuevo, como decía, temo a estar solo, pero confío en que solo sea por
poco tiempo. ¿Por qué no se apuntan más personas, y cristianos, a este
servicio? Yo no lo sé, francamente. Unos dicen que hay demasiadas ongs. u
organizaciones; otros que Cáritas se ha
quedado anticuada y que a la gente le van otras formas ‘más modernas’ y
atractivas de actuar. O que la pobreza da miedo. Sí, hemos comentado muchas
veces que parece que algunas personas temen contagiarse si tratan con un pobre,
consideran que muchas personas están en la pobreza por su culpa, no tienen trabajo porque no han sabido
mantenerlo o no quieren trabajar… y, por otro lado, piensan: ya están los
servicios sociales, la Iglesia y Cáritas para que se ocupen de ellos.
Hay soluciones, las habrá, y ya las hay. Disfrutamos/abamos,
de una sociedad muy desarrollada, con capacidad para hacer frente a numerosas
necesidades, sin embargo, hoy predomina el descontento y la crítica, porque los
poderes públicos no satisfacen las necesidades de la mayoría de los ciudadanos,
especialmente los más necesitados, por recortes presupuestarios, y porque se
ven desbordados con la llegada masiva de otras personas más necesitadas aún que
los nacionales. Esto por parte de los poderes públicos.
Soluciones desde la propia Iglesia también las hay, no solo
existe Cáritas, hay muchas personas particulares y otras instituciones que
ayudan silenciosamente a mucha gente necesitada, si no fuera así, ya nos habría
comido la pobreza o hubiera habido algún estallido social. Pero, a menudo, los
árboles no nos dejan ver el bosque, nos preocupamos por los grandes problemas
de la humanidad, y por otros muchos, lejos de nuestras capacidades y entendimiento,
y no somos capaces de empezar por casa, por el vecino, por el barrio, por la
ciudad, para arreglar por último el mundo…
En la Iglesia también hay una crisis de fe, y hace falta
mucha humildad para poner en práctica la condición de hijo de Dios y
concedérsela a todos los demás. Y nos olvidamos de parar y rezar
pidiéndole al Señor la sabiduría y la humildad para hacer solo su voluntad. OM