Cuando se persigue
controlar a alguien, una de las estrategias más eficaces es desacreditar sus
costumbres, relaciones y preferencias. Para que se pueda sentir tan libre, que,
así aislado, sea fácil de manipular.
La identidad de alguien
depende de un respeto profundo por su pasado, por sus relaciones, incluso las
que se han perdido, y por aquello en lo que cree. Nosotros no somos lo que
sentimos o queremos: somos sobre todo lo que recibimos de los que nos
engendraron y criaron. No seríamos quien somos si hubiésemos nacido en otro
contexto, tiempo o lugar.
Quien pretende que
pensemos y elijamos de forma diferente tiene, por eso, que apartarnos de las
tradiciones, los lazos humanos, próximos
e íntimos, y de nuestros valores. ¿Qué queda cuando todo esto se pone en duda?
Alguien, a quien se le ha quitado todo lo que recibió y amoldó a su personalidad,
necesita una orientación con urgencia, quedando más abierto que nunca a propuestas
de vida que antes había considerado imbéciles.
Alguien con débil ligazón
con el pasado, ni valores activos, no tiene nada que defender y, por eso, es
una especie de mercenario potencial, porque está a merced de quien lo conquiste
para una causa cualquiera.
Cuando se trata de vender
un producto cualquiera, en primer lugar, es preciso crear la necesidad del
mismo. Si ya se ha ofrecido propuestas semejantes, entonces hay que desacreditarlas.
La consecuencia es
sencilla: quien nos quiere manipular, prometiéndonos el cielo de la libertad,
corta el ancla de la identidad a fin de que, con nosotros a la deriva, les sea
más fácil llevarnos a donde no iríamos. Sólo puede ser todo quien no es nada.
Esto da resultado, tanto con
los adolescentes que quieren la admiración rendida y el amor de quien no los
quiere, como con una ideología política cualquiera. Este tipo de utopías
explota siempre a los desgraciados, prometiendo mundos y riqueza a quien, como
ellos, no tienen nada que perder.
No respetar el pasado, la
ligazón y los principios de alguien es una forma eficaz de atraer, a través de
la libertad, a la apretura completa a una nueva posición, en virtud del vacío
que crea.
Nuestra identidad es
definida a lo largo del tiempo, por nuestras herencias (genética, cultural y
familiar) así como por nuestras elecciones (respecto a nosotros, a los otros y
de aquello en que creemos). Sin la solidez de esta columna vertebral, de este
tronco, seremos nada en busca de alguna cosa, tan hambrientos que nos
alimentaremos de la primera cosa que nos presentaran. Después de naufragar, aceptaremos
cualquier mal que se nos tienda.
Queda aún otro factor muy
importante: la multitud. Juntamente con otros tendemos siempre a hacer cosas
que nunca haríamos solos, porque es difícil
encontrar a alguien que se considere inferior a nosotros. Una multitud es
siempre infantil y no debemos dejarnos convencer por su irracionalidad.
El problema es mayor
porque son pocos los que perciben que la verdad no resulta de la voluntad
colectiva. Aunque haya unanimidad en torno a una falsedad, eso no altera en
absoluto su perversidad.
Es muy importante que
consigamos respetarnos siempre hasta el punto de pensar y sentir por nosotros
mismos. En verdad, lo que piensan sobre mi no tiene valor, solo me debe
importar lo que soy.
Hoy vivimos en un mundo
donde se valora más lo temporal y relativo que lo permanente y absoluto. ¿Lo
nuevo nos parece mejor que lo antiguo, por qué? Porque para vendernos lo nuevo,
nos convencen de que detestemos lo antiguo, con tantos argumentos y sentimientos
que… acabamos por dejarnos encaminar hacia destinos que están en el lado opuesto
a los nuestros.
Las relaciones humanas
deben cultivarse, no sirven para que las agotemos.
Nuestra herencia es un
valor que trae consigo la sabiduría, hecha de éxitos y fracasos, de los que nos
precedido, no nos aprisiona ni pesa, antes bien nos permite volar más lejos.
Nuestras elecciones deben estar basadas en aquello en que creemos, concretando
nuestra libertad de la mejor forma posible.
No podemos ser más libres
que cuando nos obedecemos a nosotros mismos. Respetando y asumiendo nuestras
herencias genética, familiar y cultural.
No debemos dejarnos llevar
por caminos que no son los nuestros, que huyen de la verdad, aunque nos
prometan libertad y felicidad.
Cuidado: yo no soy el
centro del mundo. De ningún mundo, ni del mío.
Soy suelo de los que amo, de ninguno más, mucho
menos lo seré de los que solo se quieren servir de mí.
Soy un camino. Mi camino.
Rumbo al cielo.
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