Pablo Garrido Sánchez
Llevamos algún
tiempo procurando hacer asequible la santidad dentro de nuestra Iglesia
Católica, y ciertamente algún objetivo se va consiguiendo. Desde el Concilio
Vaticano II a esta parte, se propone una amplia socialización de la santidad al
cobrar un nuevo protagonismo el laicado. La sociedad moderna aumenta cada día
su pluralidad y las aplicaciones pastorales no abarcan la diversidad existente,
y se procura la acción de los laicos como la tarea de encarnación de la Fe en
cada ambiente o segmento social. Pero el laico debe ser santo, se dice, para
que su actividad sea fructífera. No obstante, la santidad es un atributo que
nos parece reservado a una cierta elite. Se establece una ecuación: a mayor
santidad más eficacia evangelizadora,
con lo que se pueden extraer unas conclusiones preocupantes si no analizamos
con prudencia.
¿Quién es un
santo? Se puede responder con brevedad: es el fiel santificado. Pudiera parecer
que en la respuesta no nos hemos movido del sitio con respecto a los términos de
la pregunta, pero no ocurre tal cosa. Primero decimos que el santo es un fiel,
es decir, una persona de Fe, que ha de ser santificada, por lo que la santidad
no reside en la persona misma. Y es preciso añadir, que la santificación es un proceso renovador con
carácter permanente. A DIOS le basta un instante para elevar a una persona a
las cumbres más altas de la espiritualidad, pero el proceso vital normal es mucho más lento y gradual. Menos
mal que la Escritura nos habla de multitudes alrededor del trono de DIOS, que
nadie es capaz contar (Cf. Ap 7 -9 ), porque
tendemos a reducir, seleccionar y excluir, al sentirnos un poco más
perfectos y elegidos, con lo que se resquebraja un tanto la propia santidad.
Nuestra
Iglesia Católica establece dos grandes vías para alcanzar esa santidad que en
determinado momento es propuesta como ejemplo para toda la Iglesia, y para toda
la humanidad; esas dos grandes vías son: la práctica de un conjunto de virtudes
cristianas en grado heroico y la muerte martirial, en la que la persona muere
confesando a JESUCRISTO y perdonando a sus verdugos. En este último caso los
hechos anteriores de su vida cobran menos relieve, pues se considera, y parece
plausible, que se muere en la paz del SEÑOR
por una gracia extraordinaria que se otorga a los que el SEÑOR mismo santifica.
Si la muerte es santa no cabe la más mínima duda que tras la muerte se
entra de manera directa en la esfera de
la santidad y contemplación de DIOS como le ocurrió al buen ladrón (Cf Lc 23,
42-43 ). A veces la imprecisión del lenguaje requiere realizar alguna
consideración: no existe ningún robo que encierre una bondad intrínseca, lo
mismo que no existe un ladrón bueno; en todo caso podemos asistir a un ladrón
arrepentido que es santificado por la infinita misericordia de DIOS. ¿Qué hizo
este hombre antes de morir para recibir esa gracia que supera todo lo
imaginable?: reconocer a JESÚS como su SALVADOR, “acuérdate de mí cuando
llegues a tu Reino”. Y JESÚS le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc
23, 43)
Puede ser que
ahora nos encontremos en mejor disposición para entender en qué consiste la
santidad. El concepto de santidad cristiana, teniendo en cuenta lo anterior,
empieza a definirse. ¿Es suficiente ejercitar un alto número de virtudes para
ser santo? Caben algunas matizaciones: se da el caso de personas no creyentes y
poco creyentes que muestran un alto grado de comportamiento ético, y si les
preguntásemos si se sienten santas contestarían con cierta indiferencia. Para
catalogar la santidad de alguien, la Iglesia precisa de examinar el
comportamiento de manera simultánea en dos dimensiones: el ejercicio de las
virtudes como el fruto de la acción de JESUCRISTO mismo en esa persona. El
campo de influencia en el que se desenvuelve la santidad queda redefinido en el
Nuevo Testamento, si antes se decía “seréis santos, porque YO, YAHVEH, soy
santo” (Lv.19-2 ); ahora la santidad
cristiana establece el amor a JESUCRISTO y la inhabitación trinitaria para que
la santidad sea un hecho (Cf Jn 14, 15 y 16). JESUCRISTO es el tesoro
escondido, la perla de gran valor (Cf Mt
13,44-46); que establece el Reino en
nuestro interior por la acción del ESPÍRITU SANTO (Cf Lc 17,21). De esa forma
DIOS deja de estar aquí o allí, y se le puede adorar en cualquier lugar (Cf Jn
4,23), porque el creyente en JESUCRISTO se ha vuelto templo de DIOS por el
ESPÍRITU (Cf 1Cor 3,16-17).
¿Los creyentes
de otras confesiones cristianas pueden alcanzar la santidad? Los católicos
hemos tenido grandes dificultades en admitir una respuesta afirmativa; y sin
duda, hoy, algunas personas seguirán ofreciendo distintas objeción. Los
españoles tenemos un escaso campo de ejercicio ecuménico. Es posible que cerca
de donde vivimos esté implantada otra confesión cristiana, pero nos ignoramos
mutuamente, pues cada uno en su confesión se cree superior. El ecumenismo es para nosotros algo exótico y
en absoluto vivencial. Esta y otras razones dificultan la consideración de
otros hermanos cristianos con posibilidades de perfección y santidad.
La Iglesia
Ortodoxa oriental ofrece culto a sus santos, entre los que se encuentran
algunos comunes con la Iglesia Católica, que son aquellos anteriores a la
ruptura en el mil cincuenta y cuatro, como san Atanasio una de las figuras más
importantes a la hora de definir la doctrina sobre JESUCRISTO y la TRINIDAD.
Pero el santoral de la Iglesia Ortodoxa cuenta con místicos del nivel de san
Serafín de Sarov o de Andréi Rubliov, autor de los iconos más representativos
sobre la TRINIDAD.
Hablar de la
santidad sin concretarla en personas resulta un discurso abstracto y un tanto
estéril, y si lo establecemos de modo directo hacia las personas podremos decir
algo, pero nos desborda el misterio. La santidad es una obra de DIOS en el
hombre, y esta acción siempre está
revestida por el misterio mismo de DIOS. Cuando se murió santa Teresita de
Lisieux, alguna de sus hermanas en religión opinaba, que de Teresita nadie
volvería hablar; y como bien sabemos la cosa
no ha sido así. ¿Quién sabe lo que la Gracia va realizando en el corazón
de la persona? ¿Quién puede determinar lo cerca que está de DIOS una
persona? Nuestra Iglesia Católica sólo
establece el canon de la santidad para algunas personas que de forma notoria se
hayan manifestado como testigos de JESUCRISTO, pero sigue habiendo mucha Gracia
oculta y silenciosa que sólo es reconocible por los circuitos de la adoración,
expiación y servicio fraterno, y esta trama de Gracia invisible solo está
presente de manera exclusiva para DIOS.
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