Pablo Garrido Sánchez
En las últimas décadas, los documentos oficiales de la
Iglesia insisten en la urgencia evangelizadora con documentos tan importantes
como “Evangelii nuntiandi” de Pablo
VI, “Redemptoris missio” de Juan
Pablo II o “Evangelii gaudium” del
papa Francisco, sin perder de vista el
conjunto de los documentos del Concilio Vaticano II. El olvido es un grave
problema y hace que parezcan lejanos
aquellos años de inicios de los sesenta, en los que se produjo para la Iglesia y para el mundo un
acontecimiento de la magnitud de este concilio. Se puso de relieve que la
Iglesia tenía que abrirse al mundo para
anunciar de forma nueva a JESUCRISTO, de ahí el carácter pastoral del concilio;
y cada uno de los documentos indica los
sectores prioritarios a los que se ha de dirigir la tarea evangelizadora.
Aunque cualquier documento oficial de la Iglesia parece que habla de forma
general, no podemos pasar por alto la aplicación personal.
Con esta mirada
la evangelización debe tener en cuenta
que JESÚS de Nazaret, muerto y resucitado, es el SALVADOR de todos los pueblos;
manteniendo una mirada positiva sobre el hombre y las realizaciones sociales.
La comunidad eclesial en la que estamos incluidos celebra la presencia de JESÚS
resucitado en una liturgia asociada a la liturgia de los bienaventurados en los
cielos; la palabra que un día se hizo carne (Cf. Jn 1,14) tiene que seguir alimentando al mundo a
través de nuestro anuncio: es necesario integrar y crear lazos de unidad entre
todos los hombres de otras religiones y de forma especial con otros cristianos
no católicos y con los hermanos de
religión judía. El concilio se preocupó de señalar la importancia de los medios
de comunicación y de los sistemas de enseñanza para favorecer el anuncio
evangelizador. En general, cualquier ámbito de la actuación humana es objetivo
a tener en cuenta en la acción evangelizadora.
Debemos actuar
guiados por el discernimiento como nos insiste el papa Francisco; y para ello necesitamos criterios que ofrezcan fiabilidad
manteniendo como principio fundamental la misericordia divina: “No he
venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores” (Lc 19,10 ). Las anteriores pinceladas generales referidas a los
contenidos de los documentos del Concilio Vaticano II las debemos tener en
cuenta y comprobar si nuestras actitudes van acordes con estas grandes líneas
de actuación. No sólo el miedo o los respetos humanos bloquean la
iniciativa evangelizadora, sino
también los prejuicios sobre los demás que son diferentes, pero hijos de
DIOS como nosotros. Es cierto que algunos prejuicios están asentados con el
ánimo de velar por la ortodoxia de la fe o de la doctrina. ¿Hemos asumido el
ecumenismo propuesto por el Concilio Vaticano II como actitud personal?, o
¿tenemos reparos a la hora de compartir experiencias de fe con otros hermanos
cristianos? Evangelizar no es hacer proselitismo: ¿tenemos reticencias a la
hora de acercarnos a personas de otros credos o de posturas ateas?
Vamos a ver cómo resolvemos algunas cuestiones problemáticas, que ponen
de relieve nuestras consideraciones previas.
El caso puede ser este: Un sacerdote católico es
eliminado por el régimen nazi, en Alemania, en el transcurso de la Segunda
Guerra Mundial, por impartir catequesis; y un pastor luterano corre la misma
suerte por el mismo motivo. Los dos mueren por constituirse en testigos de
JESUCRISTO; ¿cuál de los dos es más santo? Bien sabemos que en nuestra Iglesia
elevaremos a los alteres al primero y olvidaremos al segundo, pero ante el
SEÑOR, ¿quién es más santo?
Otro caso real, este con nombres y apellidos. Edith
Stein, monja carmelita de origen judío, filósofa, que encuentra en los escritos
de santa Teresa de Ávila lo que andaba buscando y es conducida a las cámaras de
gas en el extermino de los judíos por parte del nazismo. Hoy Edith Stein está
felizmente canonizada. En paralelo,
Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, luterano, encabezó un movimiento de
resistencia al nazismo y finalmente fue ahorcado en el campo de concentración
de Flossenbürg, Alemania. El doctor del campo, testigo de la ejecución, anotó
“se arrodillo a orar antes de subir los escalones del cadalso, valiente y
sereno. En los cincuenta años que he trabajado como doctor nunca vi morir un
hombre tan entregado a la voluntad de DIOS”. Este último, por supuesto, no está
canonizado en nuestra Iglesia Católica; pero,¿ se le podría considerar santo, o
un gran santo?
Conviene revisar las
censuras que albergamos en nuestro interior, pues debemos mantener
la propia identidad pero al mismo tiempo establecer lazos verdaderamente
fraternos. No olvidemos que la evangelización es un proceso de ósmosis que opera en la relación personal, es decir,
se evangeliza persona a persona (Cf Lc 19,5). El proceso físico de
la ósmosis no deja de ser una metáfora, pero veamos en qué consiste: dos
substancias de distinta concentración separadas por una barrera permeable llegan a adquirir el mismo
nivel de concentración. Somos permeables
cuando las barreras personales desaparecen, y entonces trasladamos algo de lo
que tenemos a los demás. Si somos “teóforos”
o cristóforos”, esto es “portadores
de CRISTO” contagiaremos su presencia.
Para terminar y ser más operativos, una recomendación.
En la Evangelii Gaudium” nos ofrece el papa Francisco una oración que puede
resultar un factor de anuncio evangélico muy potente, que transcribo a
continuación:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se
encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con JESUCRISTO o, al
menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por ÉL, de intentarlo cada día
sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es
para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el SEÑOR. Al
que arriesga, el SEÑOR no lo defrauda, y, cuando alguien da un pequeño paso
hacia JESÚS, descubre que ÉL ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.
Este es el momento para decirle a JESUCRISTO: “SEÑOR, me he dejado engañar,
de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi
alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, SEÑOR, acéptame una vez más
entre tus brazos redentores”.
Después de hablar con una persona le podemos ofrecer este texto, que
previamente hemos fotocopiado e incluso plastificado, indicando a que lo lea
con detenimiento en silencio y a solas. Este es un pequeño tesoro o gran tesoro
que nos deja el papa Francisco en la exhortación “Evangelii gaudium” y se puede
quedar olvidado. La evangelización se realiza persona a persona.