Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios.
(León Felipe)
Cada hombre es un
proyecto divino, por eso apasionante, misterioso y atrayente; ejerce una
atracción
tal, que eleva la vida y la empuja hacia adelante, es admirable en todas sus
manifestaciones, tan diferentes como personas existen, han existido y
existirán, “no cae un solo cabello, sin
que el Señor lo sepa”. Cada uno es digno de respeto, un respeto sagrado, por más
desorientado o maltratado que se encuentre. Llegará el momento en que un
samaritano descienda hasta él y se haga cargo de su cuidado…
Todos los hombres somos
imprescindibles para la salvación de todos y de cada uno, pues un proyecto
divino no puede ser contrario o enemigo entre sí; su desarrollo produce una
armonía generadora de la verdadera paz,
que es eterna, y que vence los obstáculos de este mundo, por muy escarpados y
crueles que se presenten.
Un proyecto alimentado
por la verdadera Sabiduría, que en todas las épocas se encarna en testimonios
de su búsqueda incesante, insaciable hasta el encuentro cara a cara, y que nos facilita
héroes, maestros, modelos admirables, unos en el éxito y otro en el fracaso…
Así se ha desarrollado tan
espectacularmente la humanidad, aunque no hemos actuado siempre como dice el
autor inspirado: “Aprendí la Sabiduría sin malicia, la reparto sin envidia y no
me guardo sus riquezas. Porque es un tesoro inagotable para los hombres: los que la adquieren se
atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda”. (Sab.
7, 13-14) Y en otra parte dice: “La Sabiduría que viene de arriba ante todo es
pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia
y de buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando
la paz, y su fruto es la justicia” (Santiago 3, 17-18)
Por más que le pidamos
a esta sociedad que sea perfecta, que
colme todas nuestras
necesidades, deseos y aspiraciones, nunca lo vamos
a lograr si no actuamos conforme a esa Sabiduría, que nos permite mirar desde y
hacia un horizonte universal, infinito,
luminoso, cuya contemplación causa ya
una satisfacción anticipada. Todos somos
hijos de Dios, y como tales tenemos ese don que permite atisbar la verdadera felicidad, que no tiene fin.
Todos somos ciudadanos, y por eso tenemos que aportar lo mejor de cada uno para
que la sociedad se beneficie, y sea así un aprendizaje y un anticipo de la
verdadera felicidad.
Termino con el salmo
138: “Señor, Tú me sondeas y me conoces; / me conoces cuando me siento o me
levanto, / de lejos penetras mis pensamientos.../ todas mis sendas te son
familiares. /Señor, sondéame y conoce mi corazón, / ponme a prueba y conoce mis
sentimientos, / mira si mi camino se desvía, /guíame por el camino eterno”.
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