Avanzamos a ciegas, a trompicones y a golpes, dejando por el camino innumerables
víctimas inocentes a nuestro lado, pero no paramos.
Es como si alguien o
algo estuviera jugando con los ciudadanos, como hacen los dioses griegos, por
capricho:
radares delatores que
acosan a todos los conductores, buenos y malos, todos son posibles
delincuentes, por eso se les multa sin piedad;
leyes injustas y
discriminatorias, que intentan regular la vida íntima de los matrimonios, y lo
que consiguen es fomentar la división y
el odio entre la pareja, entre padres e hijos, minando las bases de una
sociedad estable y con la mirada puesta en el futuro, que es el de los propios
hijos, a los que se debe un cuidado permanente;
los nuevos bancos
rescatados, que cobran elevadas cuota de mantenimiento aunque en la cuenta no
haya más que unos pocos euros que nunca llegan a fin de mes, porque provienen
de pensiones no contributivas o de ayudas sociales, mientras los sueldos y
pensiones de sus gestores son multimillonarios, y así crean paraísos fiscales
para que los ricos puedan evadir impuestos o acumular fortunas inmensas;
políticos que hacen lo
contrario de lo que prometen… hasta que la crisis destapa sus mentiras, la inmensa corrupción,
económica y moral a la que nos han conducido tan irresponsablemente, y que ha
provocado el crecimiento del número de pobres en millones…
Nos tientan y aún nos empujan a consumir de
todo, sin tener en cuenta que los ingresos de muchos, cada vez más, son demasiado insuficientes y se reducen
progresivamente hasta llevar a las personas al agotamiento y a la indigencia...
Parece como si quisieran ir conduciéndonos hacia una sociedad “gratuita” y satisfecha,
en la que se pueda consumir sin esfuerzo ni trabajo (el cual se reserva para
las máquinas y una parte de los hombres, que trabajan automáticamente según
dictan los cerebros privilegiados, que no paran de innovar y producir), a costa
de renunciar a la intimidad, a la libertad. “Todo por el progreso”
Así hemos creado, entre
todos, un mundo inhóspito, global y
babélico, en el cual nadie escucha, y nadie se entiende con nadie, salvo
algunos valientes que van contra corriente. ¿Cómo vamos a crear así sociedad, si
no podemos contar con la colaboración y
el respeto mutuo? Hoy la palabra no vale, eso de “tener palabra” ya no saben
muchos lo que quiere decir; claro, va en contra de “mis” intereses o de “mi”
comodidad, que es “como un derecho que los demás deben respetar”… Empezamos por
engañarnos a nosotros mismos cuando nos creemos lo que no somos, ya que para
ser algo se necesita un reconocimiento ajeno y mejor si además nos aporta una
utilidad recíproca para crecer juntos y en bien de todos. Hasta que el bien no
sea de todos, estamos muy lejos de alcanzar la verdadera felicidad.
Las palabras del comentario
a las lecturas del primer domingo de Cuaresma, del P. Augusto de Leitao, me facilitan
la terminación de esta reflexión que me persigue desde hace mucho tiempo: “Señor,
danos tu espíritu de discernimiento y de fortaleza, para que sepamos
identificar el mal y combatirlo. Aumenta nuestra fe en la bondad de tu Evangelio.
Padre, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.”
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