domingo, 6 de abril de 2014

La lucha del día a día




                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro


Hay, en nuestra vida de todos los días, un enorme conjunto de pequeñas cosas que acaban por no herirnos con intensidad, pero su persistencia nos daña. Su incansable sucesión llega a causar angustia, en un corazón que casi nunca consigue llegar a percibir la razón de tamaño dolor.

Es extraña la forma como lo cotidiano consigue envolvernos al punto de, sin hacer nunca esfuerzo… nos arrastra hacia abajo al mismo tiempo que nos sofoca, sin que tengamos siquiera capacidad de rehacernos… creemos que es sólo un percance y que, en seguida, volveremos a lo mejor.

La grandeza de alguien no está en la importancia social de las funciones que desempeña, sino en la perfección y devoción con que realiza cada una de sus tareas. Un portero que recibe a cada persona como si fuera el rey; una persona que limpia cada escalón de una escalera como si fuese un altar… así son los que conocen la verdad de la vida. La grandeza de alguien no está en la importancia social de las funciones que desempeña, sino en la perfección y devoción con que realiza cada una de sus tareas.
Las grandes obras, como las catedrales o los castillos, sobresalen no tanto por la amplitud de los espacios, por la enormidad de las dimensiones. Sino en cada una de sus piedras, en cada pequeña forma…en cada mínimo detalle.

Todo cuanto en nuestra existencia no forma parte de nuestro sentido de la vida funcionará siempre como un peso, grano de arena en el engranaje, simiente que se ha de hacer raíz de tristeza.

Es preciso ser capaz de aceptar que el mayor de los bienes a nuestro alcance, la felicidad, se conquista aceptando e integrando en nuestra vida los pequeños trabajos que nos cansan tanto o más que los grandes… es preciso comprender que el heroísmo auténtico se revela en las tareas cotidianas. Tal vez sea más fácil dar la vida toda sólo de una vez, como en el caso del mártir, que el martirio de la paciencia de tener que hacer, un día y otro, siempre la misma cosa. La felicidad premia más a la perseverancia que a la genialidad.

Los grandes tesoros se hacen centavo a centavo.

Es preciso comprender que los más pequeños sufrimientos pueden y deben ser parte de a esencia de nuestra vida. Cualquier dolor al que no consigamos dar sentido se vuelve una crueldad contra nosotros. Cuidemos de poner atención a cada día, a cada gesto… colocar cada pieza en su lugar, construir… sabiendo que cada sufrimiento sin sentido es una brecha… y que por la más pequeña grieta se  hunden los mayores navíos.

Es una prueba constante para nuestra fe seguir nuestro largo camino sin que nunca lleguemos a contemplar la tierra prometida en el horizonte delante de nosotros…seguimos siempre rumbo a algo que ha de aparecer… un día lo veremos.

Vivir para siempre significa aprovechar cada uno de los días, dedicando cada hora devotamente a lo que somos y a lo que queremos ser.

El martillar sobre la espada del herrero le prepara el brazo para utilizarlo… como guerrero. Es con determinación, atención y constancia como se forja y se fila una espada… también será así como se hace un hombre.

La vocación del hombre es crear. Completar la creación, creándose, en un esfuerzo constante donde cada gesto es una obra única…

Caminar hacia el campo de batalla forma ya parte del heroísmo del guerrero. Luchar contra el enemigo que vive dentro de sí, en las dudas por donde la falta de fe se instala y en los tedios de las aparentes insignificancias, será el mayor de los combates… la última prueba  a la que somos y a lo que queremos ser.

Una vida sin nada por lo que valga la pena morir, no tendrá nada por lo cual merezca ser vivida.

Ninguém é como nasce, mas sim o que faz para ser o que sonha.


Nadie es como nace, pero sí lo que hace para ser lo que sueña.

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