domingo, 13 de abril de 2014

El miedo del fin





                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Algunos piensan que la felicidad es la ausencia de sufrimiento… pero, en verdad, es una idea equivocada. La felicidad y el sufrimiento son ambos pilares fundamentales de la existencia. Sin sufrimiento nuestra humanidad no sería probada y nuestros días no tendrían valor. Así también la felicidad , siendo la alegría más profunda, es lo que da sentido a todas las noches… no son realidades que se puedan medir, pero no dejan de ser algo tan concreto como lo son nuestras dos manos, que siempre trabajan en conjunto, sabiendo cada una su papel y su valor.

Evitar el dolor no nos hace más fuertes.

Tememos las pérdidas. Tememos la muerte. Tal vez porque la nada es un abismo que asusta a todos cuantos tienen una vida con valor. Porque somos impelidos a defender el significado de lo que construimos aquí. No se quiere aceptar que todo cuanto se construyó, durante una vida, será suprimido sin dejar rastro. ¿Cuántas veces no es el momento del fin que se teme, mucho antes de lo que se puede hacer hasta allí?

Caminar rumbo a lo desconocido es una prueba de coraje y de fe delante de las evidencias de este mundo. Los ojos no quieren ver ni las personas caminar, pero el camino se hace por la osadía  de creer y esperar aún más, aún mejor.

También hay quien teme el final por no saber lidiar con momentos de vacilación serios ante sus decisiones y gestos, ante la forma como conducir su vida, aquello que, al final, decidirá ser… a pesar de todo. A estas alturas de juzgar las obras, en este tiempo de la verdad, hay construcciones interiores que revelan… fragilidad y podredumbre que se manifiestan, y que tememos que sean… determinantes.

Hay quien cree que la profundidad de la vida es cosa de historias infantiles… y orienta su existencia con rumbo a la superficialidad del tener: al dinero, poder, títulos, casas, coches, fiestas, placeres inmediatos… Anulándose, despreciando a los otros, ignoran la posibilidad concreta de ser felices, allá desde el fondo de su buen corazón de niño.

Al final, lo único que importa es que hayamos tenido fuerza para hacer llegar a los otros la sonrisa única que cada uno traza en el fondo de sí… La esencia. El alma. El amor. Quien no se enseñó a sí mismo a vivir así, no estará preparado para vivir después del fin…

Sólo podremos comprender la plenitud de nuestra identidad en un horizonte de eternidad, a la espera de la existencia de un cielo muy concreto. Un cielo del que este mundo forma parte. Un cielo que está próximo. Que se puede tocar aquí mismo. Que se revela en cada gesto de sufrimiento… de amor.

Hay que vivir la certeza de la esperanza de que por detrás de lo que vemos no existe nada, sino algo muy bueno. No hay esperanza firme en la vida en cuanto no se la extiende a lo que está más allá de lo que podemos conocer aquí. Si nos reducimos a lo que somos en esta vida, entonces no somos nada. Esta vida es demasiado breve y limitada. Tal vez la tierra sólo exista para manifestar el cielo.
El misterio de la vida se revela a cada momento. La eternidad está toda aquí y ahora.
                                         
Morimos cada día, pero también amamos y por eso, todos los días creamos algo de nuevo que no morirá nunca.

El amor es la prueba absoluta de la eternidad. No pude ser destruido, mucho menos en un instante sólo. Quien ama, sabe que vive… para siempre.


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