lunes, 28 de abril de 2014

De la Homilía del Papa Francisco en la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. 27 de abril de 2014



En el centro de este domingo, que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están
 las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó:
la primera vez que se apareció a los apóstoles,…
A Tomás lo invitó a tocar sus llagas

  • Son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso,
  • en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen,  son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y
  • son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

Juan XXIII y Juan Pablo II

  • tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado.
  • No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz;
  • no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús.
  • Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

  • Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

  • En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había

«una esperanza viva”:

  • La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos,
  • La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. 
  • Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

  • Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47).
  • Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí.
  • Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia.
  • En la convocatoria del Concilio, Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.
  • En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias,.
  • Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.





domingo, 27 de abril de 2014

El deber de la libertad




Ilustração de Carlos Ribeiro

La libertad es un deber. No se trata de tener opciones para escoger, sino tan solo de asumir una, y, obedeciéndose a sí mismo, seguirla hasta el fin. Ser libre no es una cuestión de poder… es mucho más que eso. Es el derecho a seguir recto.

Ser libre obliga a ser auténtico, desigual. Imagínese un proyecto que se puede y debe ir alterando, pero que se va cumpliendo… somos una obra en construcción permanente, rumbo a una identidad tanto más única cuanto auténtica.

El hombre libre se lanza en el presente, se proyecta al futuro, no espera de forma pasiva las circunstancias propicias, las procura, y, si no las hay, las sueña y las construye. Sin grandes inquietudes y ansiedades… Siempre hay muchas más posibilidades de las que aparecen a primera vista. ¡Es esencial comprender que así como el pasado esta cerrado, el futuro está abierto! Todo puede ser diferente, hoy mismo.

Todo cuanto se hace, queda hecho. La dinámica del tiempo nos lleva a tener que, a cada momento, decidir y seguir adelante, sin que nunca más sea posible volver allí, a aquel instante concreto. Ser libre es querer seguir adelante.

Ser libre es establecer las propias leyes. La libertad es un compromiso. Cuando escogemos, nos escogemos, ante nosotros mismos, ante los otros y ante el mundo. No basta ser independiente para ser libre. Quien no se compromete, no sueña y no hace un camino,  no es libre… pasa la vida encontrando culpables y declarándose inocente.

Ser responsable no es un estado pasajero, sino una actitud interior que se juega en el espacio y en el tiempo. Es lo que permite una vida sana, en comunidad, en que cada uno asume, de forma libre, las faltas de todos los demás.

La libertad es respeto. Sólo quien reconoce el valor del otro es digno de reconocer el suyo. El otro es y será siempre un ser libre. Puedo permitirme ayudarle, mas no sustituirlo en la responsabilidad de escoger se a sí mismo. Puedo ayudar, pero no crear. Amar a alguien es aceptarlo, tal como es, sin contar con supuestas evoluciones previsibles… nadie deja de evolucionar, es cierto, pero siempre y sólo a partir de dentro.

La libertad es una lucidez. Una luz que permite reconocer el valor absoluto de cada vida. No se vive de ilusiones. No se vive de mentiras. No se vive de deseos. Es en la verdad de la realidad concreta donde se construye nuestra existencia. A pesar de las condiciones impuestas por la naturaleza y por la sociedad en que vive, cada uno de nosotros debe ser señor de sí mismo, luchar por superar todo lo que trata de dominar sin su acuerdo. A pesar de todas las contrariedades, habrá siempre una elección  final entre la resignación o la rebeldía… entre participar en el destino o luchar contra él.

Se puede comprender el valor de alguien por la forma como narra e interpreta su pasado, las responsabilidades que atribuye a sí y a los otros… pocos son conscientes del protagonismo que tienen en la propia vida.

No tiene sentido amor sin libertad, ni libertad sin amor. La voluntad es libre y aspira a lo mejor. Aún cuando escoge el mal es porque allí cree ver un bien. La libertad no es un fin, sino el medio por el cual se llega al bien. El amor es la perfección de la libertad. Una decisión que me compromete tanto a mí como al otro. Por ahí es por donde me puedo liberar de mi egoísmo y llegar a ser más que… yo.


Sólo es libre quien resiste a la maldad y no desiste de la felicidad… quien asume la responsabilidad de no dejar que sus sueños se vuelvan imposibles.

lunes, 21 de abril de 2014

Homilía del Papa Francisco en Vigilia Pascual 2014




El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado.

-         Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7).
-         Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).

La noticia se difundió:
- Jesús ha resucitado, como había dicho…
- Y también el mandato de ir a Galilea;
- Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó.

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea», significa:

-         redescubrir nuestro bautismo como fuente viva,
-         sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana…
-         significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.
-         Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas.
-         Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también una «Galilea» más existencial:
      -    la experiencia del encuentro personal con Jesucristo…
-         significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo;

¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? … yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia.

El evangelio de Pascua es claro:
-         es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección.
-         Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.


«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!

martes, 15 de abril de 2014

Vivir de gracia


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pag. 167)

Ilustraçao Carlos Ribeiro


Puede que el paraíso anhelado para otro mundo esté al final  aquí. La gracia, fuerza de la bondad, está un poco por todos lados y basta tener fe en ella para que, dando lo mejor de nosotros al mundo, una alegría sutil y profunda, una felicidad desbordante, comience a nacer en nosotros.

Imagínese alguien que lleva una ración de comida caliente a un hombre hambriento que vive en el frío de una calle cualquiera. ¿Cuál de estos dos hombres prefiere ser el lector? ¿El que da o el que recibe? Ciertamente, el que da.¿Pero por qué prefiere dar a recibir? Pocos comprenden que la voluntad de dar es señal de que se tiene más; ahora el ansiar recibir  significa que no se tiene suficiente… y hay los que cuanto más ricos se hacen, más pobres son. Porque se vuelven más y más necesitados. Esta dimensión material revela un problema de fondo. Que corroe desde dentro el corazón de quien lo alberga.

En la lógica consumista en que vivimos, pocos se dan cuenta de que el elemento que lo soporta es el deseo artificialmente creado para poder ser asimilado como lo que alguien quiere, desde el mismo comienzo, vender. Primero la siembra de un vacío, después la “solución” perfecta para esa angustiosa necesidad. La gracia, por ser pura, no tiene precio, es gratis.

Así que son satisfechas sus necesidades elementales, algunos comienzan luego a compartir lo que les llega a las manos, mientras que otros, por ser más pobres, comienzan a acumular sin fin… nunca desbordado, nunca serán felices, nunca darán… ni una sonrisa. Son agujeros negros. No tienen la gracia.

Tal vez el fuego del infierno sea el egoísmo que consume lenta y definitivamente a los que escogen no amar. Desgraciados.




domingo, 13 de abril de 2014

De la Homilía del Papa Francisco. Domingo de Ramos




Esta semana comienza con una procesión festiva con ramas de olivo… Pero esta semana va adelante en el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección.
Hemos escuchado la Pasión del Señor…

¿Quién soy yo, delante de Jesús que sufre?    ¿Soy yo, un traidor?

Hemos oído muchos nombres:
¿soy yo como…

- el grupo de líderes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley que había decidido matarlo.

- Judas, que finge amar y besa al Maestro para entregarlo.

- los discípulos que no entendían nada, que se quedaron dormidos...

- Pilato, que cuando veo que la situación es difícil, me lavo las manos y no sé asumir mi responsabilidad y dejo condenar – o condeno yo – a las personas.

- aquella muchedumbre que … elije a Barrabás. Para ellos es lo mismo: era más divertido, para humillar a Jesús.

-  los soldados que golpean al Señor, le escupen, lo insultan, se divierten con la humillación del Señor

- el Cireneo que regresaba del trabajo, fatigado, pero que tuvo la buena volunta de ayudar al Señor a llevar la cruz

-  aquellos que pasaban delante de la Cruz y se burlaban de Jesús…

- como aquellas mujeres valientes, y como la mamá de Jesús, que estaba allí, y sufrían en silencio…

- como José, el discípulo escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con amor, para darle sepultura…

- como estas dos Marías, que permanecen en la puerta del Sepulcro, llorando, rezando…

- como estos dirigentes que al día siguiente fueron a los de Pilato para decir: “Pero, mira que éste decía que habría resucitado; pero que no venga otro engaño”, y frenan la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina, para que la vida no salga afuera…

¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de éstas personas yo me parezco?

El miedo del fin





                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Algunos piensan que la felicidad es la ausencia de sufrimiento… pero, en verdad, es una idea equivocada. La felicidad y el sufrimiento son ambos pilares fundamentales de la existencia. Sin sufrimiento nuestra humanidad no sería probada y nuestros días no tendrían valor. Así también la felicidad , siendo la alegría más profunda, es lo que da sentido a todas las noches… no son realidades que se puedan medir, pero no dejan de ser algo tan concreto como lo son nuestras dos manos, que siempre trabajan en conjunto, sabiendo cada una su papel y su valor.

Evitar el dolor no nos hace más fuertes.

Tememos las pérdidas. Tememos la muerte. Tal vez porque la nada es un abismo que asusta a todos cuantos tienen una vida con valor. Porque somos impelidos a defender el significado de lo que construimos aquí. No se quiere aceptar que todo cuanto se construyó, durante una vida, será suprimido sin dejar rastro. ¿Cuántas veces no es el momento del fin que se teme, mucho antes de lo que se puede hacer hasta allí?

Caminar rumbo a lo desconocido es una prueba de coraje y de fe delante de las evidencias de este mundo. Los ojos no quieren ver ni las personas caminar, pero el camino se hace por la osadía  de creer y esperar aún más, aún mejor.

También hay quien teme el final por no saber lidiar con momentos de vacilación serios ante sus decisiones y gestos, ante la forma como conducir su vida, aquello que, al final, decidirá ser… a pesar de todo. A estas alturas de juzgar las obras, en este tiempo de la verdad, hay construcciones interiores que revelan… fragilidad y podredumbre que se manifiestan, y que tememos que sean… determinantes.

Hay quien cree que la profundidad de la vida es cosa de historias infantiles… y orienta su existencia con rumbo a la superficialidad del tener: al dinero, poder, títulos, casas, coches, fiestas, placeres inmediatos… Anulándose, despreciando a los otros, ignoran la posibilidad concreta de ser felices, allá desde el fondo de su buen corazón de niño.

Al final, lo único que importa es que hayamos tenido fuerza para hacer llegar a los otros la sonrisa única que cada uno traza en el fondo de sí… La esencia. El alma. El amor. Quien no se enseñó a sí mismo a vivir así, no estará preparado para vivir después del fin…

Sólo podremos comprender la plenitud de nuestra identidad en un horizonte de eternidad, a la espera de la existencia de un cielo muy concreto. Un cielo del que este mundo forma parte. Un cielo que está próximo. Que se puede tocar aquí mismo. Que se revela en cada gesto de sufrimiento… de amor.

Hay que vivir la certeza de la esperanza de que por detrás de lo que vemos no existe nada, sino algo muy bueno. No hay esperanza firme en la vida en cuanto no se la extiende a lo que está más allá de lo que podemos conocer aquí. Si nos reducimos a lo que somos en esta vida, entonces no somos nada. Esta vida es demasiado breve y limitada. Tal vez la tierra sólo exista para manifestar el cielo.
El misterio de la vida se revela a cada momento. La eternidad está toda aquí y ahora.
                                         
Morimos cada día, pero también amamos y por eso, todos los días creamos algo de nuevo que no morirá nunca.

El amor es la prueba absoluta de la eternidad. No pude ser destruido, mucho menos en un instante sólo. Quien ama, sabe que vive… para siempre.


jueves, 10 de abril de 2014

Muerte natural, ¿en la calle?

Hallado muerto un indigente en la Plaza de las Tortugas


“…resulta chocante admitir que un indigente fue hallado ayer muerto en su rincón de la plaza de las Tortugas y que su fallecimiento se debió a causas naturales... La calle fabrica  ancianos prematuros y cadáveres que se exhiben sin pudor... La víctima de ayer se llamaba José Antonio y nació en 1961. Es otra más que añadir a una lista de la que ya forman parte el Portugués, que murió, también de muerte natural, tumbado en la calle San Francisco hace un año, o aquel otro hallado en la plaza Asdrúbal, más joven si cabe pero igual de castigado por la ley de la calle, que sigue tragando, que sigue añadiendo muescas a su cruel culata de granito…”


Leer más:  Hallado muerto un indigente en la plaza de las Tortugas  http://www.diariodecadiz.es/article/cadiz/1748234/hallado/muerto/indigente/la/plaza/las/tortugas.html#sSf3H0dtrwkHNhRE

miércoles, 9 de abril de 2014

Somos pobres entre pobres


 José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 151)



Grande es la riqueza de aquel que renunció a lo necesario. La verdadera pobreza tal vez sea la dependencia que tanta gente tiene en relación a sus cosas, a sus bienes, impidiéndose así ser libres, aferrándose por su voluntad a lo fútil y temiendo, cada día, perderlo… como si la esencia de la vida fuese lo superficial.

Los pobres son personas pacientes. Su capacidad de creer en un mundo mejor es la fuerza que les ilumina la espera, haciéndolos dignos de toda admiración – incluso por  todos aquellos que quieren todo y… ahora.

Cuando se experimenta una vida más austera y con alguna sorpresa que se comienza a descubrir bellezas y placeres más puros, más simples, capaces hasta de hacernos sentir bien mayor que cuando experimentábamos el refinamiento de las ostentaciones.

Es cierto que hoy hay cada vez más gente que no tiene dinero para garantizar lo esencial, con hambre y frío, sin medicamentos, personas siempre solas… porque los dolores más profundos no se comparten. Cabrá a cada uno de nosotros, a mí que escribo y al lector que lee, ayudar. Nunca conseguiremos ayudar todos los que se serían necesarios, pero que eso no nos sirva de disculpa para que no ayudemos ninguno.

Es importante tener conciencia de que un pobre no es, en nada, menos digno que cualquier otro ser humano. Existe, a veces, una perversa identificación entre la pobreza y la marginalidad, y entre esta y la maldad. Tal vez un cierto complejo de culpa por la exclusión de los que no son iguales.

Ante la pobreza, sin embargo, asumimos normalmente el lamento pero no la culpa de la situación. Pero, ¿es que somos así, tan inocentes?

¿Cuántas veces habré yo dejado de hacer lo que me era obligado cuando una persona amiga fue víctima de cualquier desgracia o infortunio, y preferí seguir mi vida como si nada hubiera acontecido, con el secreto argumento que debía concentrar las atenciones en mí y los míos?

Pero, cuando fuéramos a caer en desgracia, y  se trata tal vez de una simple cuestión de tiempo, aquellos que más probablemente nos ayudarán son esos mismos –aquellos que ignoramos- , esos de quienes nos creíamos distintos… que, con menos que nosotros, nos ofrecieron lo poco que tienen, porque al final ellos, más que cualquier otro, conocen la naturaleza de la carencia.

Saben el valor de una moneda, de un pedazo de pan, de la paz que se siente cuando hay alguien que nos quiere sencillamente escuchar, del cariño que una sonrisa es capaz, del valor de la paciencia y del compartir que son precisos para afrontar la dureza de la vida…

Son pues los pobres los que más ayudan  a los pobres, con la simplicidad de no esperar nada a cambio… al revés de tantos otros que cobran agradecimientos por la más pequeña simpatía.

De la privación no resulta necesariamente el pesimismo, antes bien una sensata conciencia de que hay que esperar una mejor condición; que todo es realmente transitorio; y que a cada día le cabe su propia preocupación… Al final, nadie tiene el futuro asegurado.

Es precio escoger bien a fin de que seamos libres, decir no a todo lo que nos ata.
En este sentido, somos todos pobres. Aunque algunos, cambiando lo real por las apariencias, creen que tienen más valor que aquellos que le piden limosna.

La peor de las miserias es la falta de humildad.

Aquellos que acarrean las insignificancias  que llaman riquezas se quedan siempre demasiado pesados para volar.

Aceptar serenamente la pobreza esencial de nuestra existencia nos eleva y nos lleva a Dios.






domingo, 6 de abril de 2014

La lucha del día a día




                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro


Hay, en nuestra vida de todos los días, un enorme conjunto de pequeñas cosas que acaban por no herirnos con intensidad, pero su persistencia nos daña. Su incansable sucesión llega a causar angustia, en un corazón que casi nunca consigue llegar a percibir la razón de tamaño dolor.

Es extraña la forma como lo cotidiano consigue envolvernos al punto de, sin hacer nunca esfuerzo… nos arrastra hacia abajo al mismo tiempo que nos sofoca, sin que tengamos siquiera capacidad de rehacernos… creemos que es sólo un percance y que, en seguida, volveremos a lo mejor.

La grandeza de alguien no está en la importancia social de las funciones que desempeña, sino en la perfección y devoción con que realiza cada una de sus tareas. Un portero que recibe a cada persona como si fuera el rey; una persona que limpia cada escalón de una escalera como si fuese un altar… así son los que conocen la verdad de la vida. La grandeza de alguien no está en la importancia social de las funciones que desempeña, sino en la perfección y devoción con que realiza cada una de sus tareas.
Las grandes obras, como las catedrales o los castillos, sobresalen no tanto por la amplitud de los espacios, por la enormidad de las dimensiones. Sino en cada una de sus piedras, en cada pequeña forma…en cada mínimo detalle.

Todo cuanto en nuestra existencia no forma parte de nuestro sentido de la vida funcionará siempre como un peso, grano de arena en el engranaje, simiente que se ha de hacer raíz de tristeza.

Es preciso ser capaz de aceptar que el mayor de los bienes a nuestro alcance, la felicidad, se conquista aceptando e integrando en nuestra vida los pequeños trabajos que nos cansan tanto o más que los grandes… es preciso comprender que el heroísmo auténtico se revela en las tareas cotidianas. Tal vez sea más fácil dar la vida toda sólo de una vez, como en el caso del mártir, que el martirio de la paciencia de tener que hacer, un día y otro, siempre la misma cosa. La felicidad premia más a la perseverancia que a la genialidad.

Los grandes tesoros se hacen centavo a centavo.

Es preciso comprender que los más pequeños sufrimientos pueden y deben ser parte de a esencia de nuestra vida. Cualquier dolor al que no consigamos dar sentido se vuelve una crueldad contra nosotros. Cuidemos de poner atención a cada día, a cada gesto… colocar cada pieza en su lugar, construir… sabiendo que cada sufrimiento sin sentido es una brecha… y que por la más pequeña grieta se  hunden los mayores navíos.

Es una prueba constante para nuestra fe seguir nuestro largo camino sin que nunca lleguemos a contemplar la tierra prometida en el horizonte delante de nosotros…seguimos siempre rumbo a algo que ha de aparecer… un día lo veremos.

Vivir para siempre significa aprovechar cada uno de los días, dedicando cada hora devotamente a lo que somos y a lo que queremos ser.

El martillar sobre la espada del herrero le prepara el brazo para utilizarlo… como guerrero. Es con determinación, atención y constancia como se forja y se fila una espada… también será así como se hace un hombre.

La vocación del hombre es crear. Completar la creación, creándose, en un esfuerzo constante donde cada gesto es una obra única…

Caminar hacia el campo de batalla forma ya parte del heroísmo del guerrero. Luchar contra el enemigo que vive dentro de sí, en las dudas por donde la falta de fe se instala y en los tedios de las aparentes insignificancias, será el mayor de los combates… la última prueba  a la que somos y a lo que queremos ser.

Una vida sin nada por lo que valga la pena morir, no tendrá nada por lo cual merezca ser vivida.

Ninguém é como nasce, mas sim o que faz para ser o que sonha.


Nadie es como nace, pero sí lo que hace para ser lo que sueña.