Es ridículo creer que la bondad y la belleza de una obra
dependen de los elogios que obtenga.
Nos preocupa lo que los demás piensen de nosotros, como
si las personas perdiesen el tiempo pensando en nuestra vida.
Los vanidosos son aquellos que temen a su propio
interior, los que evitan su corazón, como si no fuese digno. Prefieren que los
demás les aplaudan por lo que solo parece que son. No es el mérito propio lo
que importa, solo la imagen que los demás tienen de nuestro mérito.
Los vanidosos hablan mucho. Son casi incapaces de callar.
Como si estuviesen convencidos de que la verdadera gracia no está en hacerse
notar, sino, tan solo, en distinguirse.
La vanidad sueña alto y hace grandes planes, se proyecta
hasta el límite más alto, después siempre hace poco y acaba por llenarse de
orgullo con la admiración que causa a dos o tres personas, olvidándose que
quería el mundo.
Un misterio de la vanidad es saber si él mimo sabe o no
que se trata de vanidad y no de la verdad. Hace lo mismo quien pierde la
capacidad de distinguir entre lo que es y la opinión que le gustaría que los
otros tuviesen de él.
Tendemos a encontrar en los demás, con particular
perspicacia, nuestros propios defectos. En el caso de la vanidad esto es aún
más evidente, ya que las vanidades chocan.
Tal vez el mayor peligro de la vanidad es que se
encuentra donde menos se espera, detrás de gestos de gran virtud, como la
bondad, el altruismo, la humildad…
¿Qué importancia damos a la opinión de los otros sobre
nosotros? ¿Cuánto tiempo le dedicamos?
¿Cuánto tiempo sacrificamos a crear imágenes en vez de aplicarnos a ser y hacer lo que debemos?
La vanidad olvida algo muy importante: todos nosotros
somos almas semejantes. El que asume lo que es, sin complejo de inferioridad,
provoca dos tipos de reacción: el rechazo de los que se creen superiores y la
verdadera amistad de los que son auténticos.
El que se pasa la vida a la búsqueda del aplauso de la
multitud pierde su tiempo, pues aunque consiga homenajes nuevos cada día no se
ha dedicado a lo más importante: su dignidad.
La bondad de uno depende de lo que elige, no de lo que
parece.
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