domingo, 12 de mayo de 2019

Perdonar es amar y olvidar


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


Amar a alguien es odiar todo lo que en ella hay de malo, cada uno de los errores que lo desfiguran. Todos somos imperfectos. Por eso, más que quien nos señale los errores, necesitamos que nos ame y nos enseñe a amar. De quien nos perdone, nos ayude y se olvide de nuestro mal. ¿Olvidándose también de que nos perdonó!

Cuando alguien prefiere no olvidar algún mal que le hayan hecho, acaba por cargar con el peso de una culpa que no era suya. Pasa a ser culpable, de no perdonar, de no amar… por no olvidar.

Pero, para algunos, perdonar no es olvidar. Perdonan, con la condición de dejar patente en el otro la marca  de la imperfección. Contabilizando, para sí mismo, un perdón más.

El amor solo se concibe de una forma: o es entero o no es. El amor exige que quien ama no haga cuentas, que entregue su corazón, por entero y sin condiciones.

Ser justo con alguien que amamos también es duro para nosotros, pues implica señalarle los errores que son de su responsabilidad sin excluirlo nunca, aunque sea un momento, de nuestro corazón.

Siempre será más fácil y cómodo señalar con el dedo y condenar. Incluso a quien no es culpable. No se distingue la falta (que siempre es censurable) del que la comete (que siempre debe ser escuchado y comprendido), incluso  ese proceso causa la ilusión de que ese juicio es superior a quien la rebaja. Ser justo implica ser capaz de aceptar lo que el otro tiene que decirnos a propósito de nuestras faltas. Debemos escucharlo siempre. Aunque no nos perdone, no nos ayude y se acuerde muy bien del mal en nosotros.

La verdad es que las palabras duras de un amigo son señal de lealtad y cuidado, el beso del enemigo no.

Cuidado con las generalizaciones. Una persona que falta a la verdad no es un mentiroso, ni es ladrón quien alguna vez se equivocó en las cuentas. Es frecuente que, después de descubrir algún error en alguien, esa persona parece perder todo su valor. O que, ante la desilusión por alguien  en particular, juzguemos que todas las demás personas son así, y que, por eso, lo mejor es encerrarnos en nuestra perfección. Ahora bien, no solo estamos lejos de ser perfectos, también la soledad egoísta es un grave gesto de orgullo y falta de amor. Todos erramos. En eso todos somos iguales.


Muchos se quejan tanto de los demás,  que es evidente que no tienen ni idea de lo que existe en ellos de venenoso. Bajo las capas de la ingenuidad y la victimización se esconden puñales afilados, solo a la espera de mejor oportunidad para… vengarse, según acreditan o dicen. Porque, en su idea, ese futuro mal es siempre justificado por lo que han sufrido antes. Se creen en el derecho (¡y deber!) de ser malos con los demás. Se llaman justos, pero solo son… culpables de su infelicidad.

No debemos juzgar al otro, aunque eso no signifique admirar los defectos que lo degradan. Ni tampoco censurarle las virtudes, porque también habrá quien piense que toda virtud ajena es defecto y, claro, que todo defecto propio es virtud… Amar a alguien es ser capaz de ayudarle, sobre todo a través del ejemplo de lucha contra nuestros propios vicios.

Debemos desear siempre el bien, más aún cuando estamos ante el mal. En un primer momento perdonando. Demostrando así que  no se debe a una intención pura de la bondad de su corazón. Después, ayudando con nuestra presencia, fuerza y confianza, cuanto nos fuera posible en una lucha que siempre será personal. Por fin, olvidando. Si, el que ama olvida. El que no olvida el mal, no ama. Amar es superior a las faltas del otro. Anulándolas. En todas partes, hasta en la memoria. Para siempre.

La diligencia es la prisa propia de quien ama. También debemos perdonar y olvidar sin demora. Al final, también nosotros solo debemos ser perdonados en la medida exacta en que hubiéramos sido capaces de perdonar.

Amar, a veces, exige que el amor se eleve por encima de la razón.

Amar es olvidarnos de las faltas del otro. Es ayudarlo, olvidándonos de nosotros. Perdonándolo nos perdonamos a nosotros mismos de la mala voluntad de no querer olvidar.

Que nuestros brazos sean un lugar(y un tiempo) donde el otro pueda llorar… sin que nunca nos creamos, por eso, con derecho a saber el porqué de nuestras lágrimas.




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