lunes, 5 de febrero de 2018

Cada persona es un mundo




Decimos esta frase con mucha frecuencia, cada vez que queremos encontrar una explicación a determinadas actitudes o decisiones de las personas, las cuales nos resultan incomprensibles o nos causan algún desconcierto.

Cuando se trata de personas sin hogar, cuesta mucho aceptar su situación, y uno desea encontrar una explicación, una razón por la que se ha visto forzado a vivir así para, de ese modo, poder ayudarle a que encuentre la manera de poder revertir esa situación y volver a ser la persona que fue: padre, esposo, un buen trabajador, etc.; o emprender una vida nueva si lo prefiere.

Es el caso de dos hermanos, viven en dos mundos separados, pero que se mueven en el mismo universo de la  calle, sombrío, lleno de peligros y deshechos. Uno de ellos ha logrado enderezar la órbita de su propio mundo hacia la atracción del sol, más cálido y luminoso, donde se vive mejor.  Quiere a toda costa atraer la órbita del de su hermano hacia el mismo sol, pero no lo consigue y, tan generoso esfuerzo,  le roba a él las fuerzas que necesita para mantenerse es su nueva órbita.

Desesperado, dolido, aunque quizá tenga motivos para sentirse culpable de la situación que viven ambos, dice: ‘mi hermano está metido en un charco de mugre, como los cerdos, comiendo lo que le echan las personas que se compadecen de él. Esas personas no le están haciendo ningún favor, así no le ayudan a salir del charco, al contrario, él se ha acostumbrado a vivir ahí, sucio, inspirando compasión, para poder alimentarse”.

Son palabras casi textuales. El hermano que ha conseguido que su órbita gire ahora en torno al sol, aunque un poco alejado todavía, duerme bajo techo al menos, aunque no sea de su propiedad; se dedica a recoger chatarra para ganarse el sustento, el aseo, y un rincón donde descansar.  Antes había sido mariscador, pero para eso hay que tener un permiso y pagar una cuota, así que tuvo que dejarlo.

No es fácil escalar de nuevo la categoría social de ciudadanía plena, como tampoco está cerca ni siquiera será posible la sociedad del pleno empleo si no hay un cambio trascendental en la sociedad en su conjunto, en la que se tenga como principal objetivo la ‘felicidad’ de cada uno de los individuos que la forman, enseñándole a que sea responsable, pero respetando su libertad,  para evitar con todos los medios a su alcance que ninguno quede excluido.


Pero si fuera Dios el sol que atrae hacia sí, alumbra y traza la órbita, de todos y cada uno de los seres humanos, sería, no digo más fácil, quizá fuera más dura todavía la vida, pero tendría sentido, y además  le daría las fuerzas necesarias para hacer frente a las adversidades, para abrir camino a otros descarriados o desorbitados, que se hallan dando vueltas sobre sí mismos, alrededor de mundos cerrados y sin esperanza.


domingo, 4 de febrero de 2018

El brillo del dinero




El brillo del dinero, en sus múltiples y atractivas manifestaciones, nos deslumbra y apaga otras luces beneficiosas para la vida de verdad, las que nos  permitirían andar sobre seguro, evitando  cualquier obstáculo en el camino, por pequeño e insignificante que fuera.



También es cierto que la mayoría de las personas   muestran un mínimo de sensibilidad y empatía con los que sufren cualquier adversidad, y si pueden, echan una mano. Cuando se trata de dinero es más complicado, se hacen muchos cálculos y razonamientos, antes de dar o prestar dinero a nadie, incluso aunque se trate de dar una limosna a quien la pide humildemente, incluso sin palabras.

Entre las personas sin hogar, al menos entre las que conozco e ido conociendo a lo largo de mis horas, días y algún año de voluntariado,  también suele ocurrir que se ayuden entre ellas, que haya una solidaridad sin duda acentuada por compartir la misma adversidad: ser un sin techo, una persona marginada que carece de derechos esenciales para ser un ciudadano de plenos derechos, al que protege el brillo del dinero, aunque sea un pequeño destello, pero que sea suficiente para garantizar un mínimo de autonomía y dignidad.

 Pero, en algunas ocasiones, cualquier persona, se encuentre en situación de necesidad o no, se deja deslumbrar por el brillo del dinero o cualquier cosa que lo represente.

Cuando el que sucumbe ante el brillante espejismo de un bien, que pertenece a otro pobre, es pobre también, entonces transforma aquella solidaridad natural y lógica entre iguales en una traición, el daño que causa puede ser inmenso, ya que le quita lo único que posee de valor, sobre el que había construido quizá un pequeño proyecto para mitigar la dureza de su pobreza crónica.

Hace escasos días ha sucedido un caso así entre dos personas que tratamos a diario, aprovechando la debilidad de la víctima. El traidor actuó con rapidez y con engaño. Le salió bien la jugada, de momento, y se fue para no enfrentarse a las consecuencias. Ahora andará errante, varios años quizá, antes de aparecer por aquí de nuevo; y no sería la primera vez que repite la faena.

No quiero condenarlo en absoluto, pero sí quiero hacer notar que a pesar del escaso brillo que en realidad podía tener ese dinero sustraído, por su cantidad, en cambio para la víctima podría tener un valor muy elevado.


¿Cómo se juzga un caso así? Quizá el culpable estaba enajenado por la necesidad… y, por otro lado esta víctima, así como otras muchas, tienen un elevado grado de desprendimiento, acostumbrados como están a perder lo poco que tienen. Tienen por eso, mayor facilidad para disculpar y olvidar sin condenar,  dispuestos siempre a superar los contratiempos. Por eso sobreviven milagrosamente en la adversidad, a menudo con una sonrisa en los labios, una palabra amable para agradecer lo que reciben, lo cual los coloca en una grado superior de humanidad, porque son lo que son, sin un sostén material, sin esconderse tras el brillo del dinero.


sábado, 3 de febrero de 2018

El amor une mundos diferentes




Opinión de JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


La armonía será tanto más bella cuanto mayor fuera la diversidad de tonos que la componen. El equilibrio no se consigue por medio de la uniformidad. La riqueza de la vida depende también de las diferentes formas con que se presenta.

El amor es el encuentro de mundos distintos. Personas de diferentes orígenes son capaces de, con verdadero amor, hacer grandes y bellas obras. Nuestras dos manos son diferentes y eso es muy bueno. También caminar se consigue por el hecho de tener dos piernas diferentes que se complementan.

La paz resulta de una decisión de vivir y convivir lo desigual, haciendo de esa diferencia algo que enriquece. ¿Qué alegría habría en descubrir al otro si fuésemos todos iguales? ¿Qué aprenderíamos? ¿Cómo creceríamos? ¿Qué tendríamos de valor para ofrecer a la vida del otro? ¿Solo más de lo mismo?

El amor comienza con la aceptación, se tiene que ver y recibir al otro como él es, no ignorando o disfrazando las diferencias. Después, hacer camino, percibir, ceder y aprender. Explorar los mejores lugares en las orillas donde se pueden construir puentes.  Y aceptar, aceptar y aceptar. Negar o intentar cambiar lo que es diferente no es posible.

Si conozco a alguien diferente, debo aprender lo que él trae de nuevo a mi vida. Debo también buscar en mí si tengo o soy algo que sea enriquecedor para él… y darlo.

El amor no es un arrebato involuntario en el que nos vemos envueltos y condenados. No. Es una construcción demorada y firme que se yergue a partir de pilares distantes, un esfuerzo continuo de llegar a ser parte de algo mayor que nosotros.

Amar implica sacrificios y guerras permanentes. A nuestro egoísmo más íntimo y natural. Al orgullo que nos hace creer que somos mejores que el otro. Pero no somos, nunca, aunque seamos dueños de todo el oro del mundo.

No somos lo que tenemos, somos lo que decidimos hacer con lo que tenemos.

Somos parte de un todo. Nadie se basta a sí mismo, ni es razón suficiente de su propia existencia. Debemos buscar las personas a las que podemos completar, aquellas para las que nuestros dones personales –que nos parecen naturales- tienen el sentido de dones divinos.

A veces la guerra y la paz se enfrentan en nuestro corazón. ¿Quién triunfa? ¿Por qué?

La paz, base esencial del amor, es una guerra a la guerra.

                                                                     Ilustração de Carlos Ribeiro